"El sindicato sigue igual, lo único que han cambiado son los caciques, los líderes vitalicios"
En 13 años Gordillo acabó con el sueño democratizador del SNTE
Atrás quedó la propuesta de que los dirigentes no ocuparan cargos partidistas o de elección popular
Ampliar la imagen Elba Esther Gordillo mantiene control de hierro en el magisterio FOTO Jes�llaseca
En la cima de su proyecto sindical, Elba Esther Gordillo lanzó en mayo de 1992 un decálogo sobre el deber ser del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), el cual retomaba añejas demandas de una disidencia magisterial hastiada del cacicazgo jonguitudista.
Un SNTE democrático, autónomo, alejado de los intereses de "grupo o de camarilla", que manejara con transparencia y equidad las cuotas de los maestros, independiente de los partidos políticos y cuyos dirigentes no ocuparan al mismo tiempo puestos partidarios ni de elección popular, era la médula del discurso reformador que iba de la mano con las políticas salinistas.
En los 13 años transcurridos, el sindicato más poderoso del país ha atravesado por etapas de aparentes cambios, pero en su historia más reciente los vicios criticados se reprodujeron. A partir de la prolongación del cacicazgo de Gordillo y del debilitamiento de la disidencia, aquellos 10 "mandamientos" cobraron mayor vigencia que antes.
Acostumbrada a los reflectores y a presentar el sindicato como su obra ejemplar, desde hace un año la profesora se encuentra agazapada, sin asistir a actividades públicas a causa de un padecimiento renal y de sus conflictos en el PRI, pero, de manera sorprendente, manteniendo un control de hierro en el gremio, explica el investigador Aldo Muñoz, de la Universidad Iberoamericana.
¿Y qué dicen los maestros? "El sindicato sigue igual, lo único que han cambiado son los caciques, los líderes vitalicios, pero es exactamente lo mismo", afirma Antonio García, profesor de secundaria de San Pedro Pochutla, Oaxaca, cuando asiste a una manifestación más de su larga lista acumulada durante 25 años de marchas y plantones.
Casi desde su origen, en 1943, el SNTE fue soñado por sus integrantes como una organización democrática y por ese motivo se ha mantenido una lucha real o discursiva por cumplir ese anhelo.
En 1954 el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), encabezado por Othón Salazar, abanderó la causa; a partir de 1979 lo hizo la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), y paradójicamente también fue la línea defendida por la cúpula encabezada por Gordillo desde su ascenso en 1989.
Aprovechando el descontento de decenas de miles de mentores por los bajos salarios y las prácticas antidemocráticas del "charrismo sindical", el régimen de Carlos Salinas de Gortari destronó al viejo cacique Carlos Jonguitud Barrios y colocó en su lugar a la profesora, formada en la escuela de Vanguardia Revolucionaria.
Desde ese momento, la lideresa prometió "un nuevo proyecto sindical" para la organización más grande de América Latina (más de un millón de afiliados), y en una primera etapa dio pasos en esa dirección; sin embargo, con el tiempo se advirtió el retroceso.
El decálogo
Febrero de 1992. En Tepic, Nayarit, los dirigentes del SNTE celebraron su segundo congreso nacional extraordinario, que tuvo como resultado la modificación de los estatutos, la primera desde que nació el sindicato, y que fue útil para darle una "fachada democrática".
Incorporó un acotado principio de representación proporcional para la elección de dirigentes y la prohibición expresa de que el sindicato estuviera corporativizado a un partido político y que sus dirigentes ocuparan puestos de elección popular o cargos partidarios al mismo tiempo.
En la apoteosis de Gordillo y de su mancuerna con el presidente Carlos Salinas de Gortari ambos suscribieron el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica (ANMEB), el 19 de mayo de 1992, lo que marcó el inicio de la reforma educativa que se pretendía fuera la de mayor impacto en la historia reciente, con dos elementos sustanciales: la descentralización y posteriormente el reconocimiento de la enseñanza religiosa en las escuelas privadas.
Alborozada, la profesora chiapaneca presentó en esa ceremonia su decálogo del deber ser del SNTE. No sólo se regodeó en México, sino también en foros internacionales, como el de Granada, España (noviembre, 2002), donde dijo que su nuevo proyecto sindical era la alternativa "sin pretender en forma alguna que sea receta para otras latitudes".
El primer punto era "la construcción democrática", que significaba que la dirección sindical debía "fincar su autoridad en el firme asiento de una elección democrática y en la rendición de cuentas ante sus representados".
Hoy, la imagen del sindicato está lejos de esa máxima. Teresinha Bertussi, investigadora de la Universidad Pedagógica Nacional, especializada en políticas educativas, define al SNTE como una "estructura viciada, arcaica, donde no hay formación de líderes que no sea en los mismos viejos modelos antidemocráticos".
Las otras dos metas discursivas de Gordillo eran establecer una nueva relación con el Estado, sin "restituir o remendar las viejas correas de transmisión que operaban en un solo sentido, de arriba hacia abajo: del Estado a la cúpula sindical", así como mantener con firmeza sus principios para no ser "ni claudicante ni radicalista".
Proponía que el SNTE tejiera alianzas con organizaciones de trabajadores, de obreros, campesinos y maestros, y estableciera una nueva práctica sindical participativa y propositiva, alejada de la "castrante cultura del silencio".
Al contrario de eso, advierte Bertussi, en la actualidad la directiva del SNTE está alejada de las bases y se ha convertido en un factor que frena cualquier mejora escolar. "La ausencia de un proyecto educativo claro de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y una organización sindical que está en franca decadencia y desagregación no ayudan en ese objetivo".
La séptima premisa de esos días es quizá la que ahora motiva mayores cuestionamientos. En aquel decálogo, Gordillo decía: "En el nuevo proyecto, los dirigentes nacionales o seccionales no podrán compartir sus responsabilidades sindicales con otras actividades partidarias ni con puestos de elección popular. No habrá pretextos para confundir las prioridades de la arena partidista con las del magisterio".
Ese mandamiento se pasó por alto con la continua utilización de los recursos sindicales para proyectos partidistas, en particular del PRI, y ahora del naciente partido Nueva Alianza.
Después, en 2004, no importó que los estatutos prohibieran la relección y que los dirigentes ocuparan puestos de elección popular. Desconocida como líder de la fracción parlamentaria del PRI, la profesora se atrincheró en el SNTE en 2004 y asumió la directiva por un tercer periodo, esta vez para permanecer hasta 2008.
Sumará así 19 años al frente del gremio. Durante tres periodos como líder formal (1989-1992, 1992-1995, 2004-2008), más los de Humberto Dávila Esquivel, Tomás Vázquez Vigil y Rafael Ochoa, quienes permanecieron bajo su sombra.
En el congreso extraordinario de Tonatico, estado de México, que permitió su regreso formal, fueron excluidas las voces críticas y se reformaron los estatutos para permitir la relección, aun cuando la profesora ocupaba un cargo partidario, la secretaría general del PRI, y un puesto de elección popular, la diputación federal.
"Durante mucho tiempo el SNTE padeció esquemas patrimonialistas: parecía el patrimonio de un grupo y no de un gremio. El nuevo proyecto sindical sostiene que el único privilegio que corresponde a los dirigentes es el de servir a su organización... erigir un sindicato más horizontal y menos vertical".
Las anteriores no son palabras de profesores "radicales" -como suele llamar el grupo institucional a los militantes de la CNTE-, sino parte del decálogo gordillista de 1992 y que hoy, dice el profesor Pedro Hernández, de la sección 9, no aparece por ningún lado de la vida sindical.
"El grupo de Gordillo está más interesado en sus negocios electorales y económicos que en conseguir algún beneficio para los agremiados del sindicato", dice el director de la escuela Centauro del Norte.
Cuando al maestro Miguel Olvera, originario de Tierra Caliente, Michoacán, se le pide su opinión sobre el SNTE no duda: "a la cúpula sindical le conviene quedarse, porque tiene una cantidad económica enorme de nuestras cuotas, le permite moverse, poner presidentes municipales, gobernadores, al final de cuentas están adueñados del poder y lo han disfrutado y lo han sabido mantener".
Nada tiene que ver con el decálogo de Gordillo, que establecía como deber de los dirigentes magisteriales hacer un manejo "eficiente, transparente y equitativo de los recursos".
Pero si algo ha distinguido al SNTE en este tiempo -dice el profesor Miguel Olvera- es su falta de transparencia en el uso de las cuotas que aportan los profesores, que suman más 7 mil millones de pesos de 1989 a la fecha, de acuerdo con un estudio del grupo Punto Crítico. Cuando se interroga al secretario general, Rafael Ochoa, evade el asunto y dice no estar obligado a hacer pública esa información.
"Como es un sindicato elefante y tiene tanto dinero, lo mismo puede formar un partido como el de Nueva Alianza (uno de los dos que buscan su registro para el proceso electoral de 2006) que pagarle a una dirigente que no está en funciones y mantener vigente el aparato administrativo y de gestión", apunta Aldo Muñoz.
En 1998, la periodista Elena Gallegos preguntó a la profesora qué había aprendido de Jonguitud (el defenestrado líder sindical) sobre lo que debía o no hacer en política.
Gordillo respondió: "la gran lección de mi vida fue que un país, una institución, un partido, un grupo social no pueden estar bajo la sombra de una persona. El primer deber que se tiene es dejar que crezcan los relevos generacionales. Si el maestro le hubiera dado cauce a eso, hubiese visto cómo se concretaban muchos de sus sueños personales".
Tras ocho años parece que la lección de Jonguitud fue olvidada.