Usted está aquí: jueves 12 de mayo de 2005 Política Autoridad y autoritarismo

Sergio Zermeño

Autoridad y autoritarismo

Qué impresionante es la política, qué delicado es el equilibrio social: cuando todo parecía encaminarse al enfrentamiento, cuando el encono ya era enorme, en 15 minutos unas palabras del Presidente de la República disiparon los nubarrones, o quizás todos quisimos sentir que algo así estaba pasando y en eso radica la magia. Yo creo que el más sorprendido debe haber sido él, porque hasta entonces se dio cuenta de lo que tiene entre las manos, del enorme poder que en una cultura estatal se concentra en el vértice, a pesar de los esfuerzos del imperio y de sus seguidores (él entre ellos) por romper ese principio de autoridad de los mexicanos; tan impresionado debe haber quedado que de inmediato declaró preferir ser empresario que encontrarse detrás de ese timón diabólico.

Ahora la cuestión es que restablecido el principio de autoridad, de orden y de equilibrio, nos damos cuenta de que lo que no se restableció fue el poder de Vicente Fox. Nunca con tanta claridad se podrá apreciar lo sugerido en las teorías francesas en torno al poder del Estado y "el doble cuerpo del rey": más allá de si es legítimo el mecanismo para acabar con el desafuero, el hecho es que en este proceso los mexicanos demostraron que quieren Estado, que quieren un principio de autoridad que ejerza justicia y no un enjambre de burócratas, diputaditos y juececillos haciendo chapuzas y rebajando la moral pública.

Pero, como decíamos, se restableció el presidencialismo, pero no el presidente en turno (y menos su partido y sus partidarios). Tenemos que prepararnos para vivir esa disociación por varios meses: el hombre fuerte no está en palacio (ni en Los Pinos), y el desencanto hacia la política (y los políticos) y la fatiga que todo este proceso nos ha provocado han sido enormes.

Ganar tiene su precio y, en la medida en que el hombre fuerte del país ha pasado a ser López Obrador, su gran error consistiría en convertirse en una amenaza, es decir, en proyectar la imagen de que cuando su persona se amalgame a la Presidencia (si antes no nos parte un rayo), el principio de autoridad tan valorado pueda convertirse, por concentración de poder, en autoritarismo. ¿Cómo recobrar la autoridad tan necesaria evitando el autoritarismo tan temido?

Un ejemplo viene al caso: a sabiendas de que a partir de ahora todos los pasos que dé el obrismo son actos de Estado, y a sabiendas de que las medidas aprobadas por las corrientes de asambleístas (y perredistas en general) difícilmente están fuera del ámbito de control del líder (al igual que la Procuraduría General de la República nunca estuvo fuera del control de Fox), llama la atención el intempestivo llamado (¡ahora sí!) a efectuar elecciones vecinales en el corto lapso de aquí a julio.

En primer lugar hay que congratularnos porque las elecciones vecinales vayan a tener lugar, cuando casi habían quedado pospuestas hasta 2007 debido a que por ley no pueden realizarse en años electorales nacionales. Pero una vez dicho eso, analicemos la situación: AMLO reconoció en su discurso del Zócalo, en la manifestación del millón, que quizás todos los que estaban ahí no votarían por él, pero que entendía que habían asistido en defensa de la democracia. Ser congruente con tal frase implicaría aceptar que toda esa gente se organice autónomamente y a distancia del control del Estado y del partido.

Se van a realizar unas elecciones vecinales a la carrera, en medio del proceso político hacia la Presidencia, al lado de la conformación de las redes ciudadanas de apoyo a AMLO, y para esas elecciones se ha destinado la ridícula suma de 3 millones de pesos (cuando cada uno de los "módulos de atención ciudadana" de los diputados cuesta muchas veces más). Uno se comunica a la Asamblea Legislativa para enterarse de los últimos cambios a la Ley de Participación Ciudadana y nadie da razón; nunca la ciudadanía ha podido discutir dicha ley; sabemos que no habrá urnas, que la votación para elegir planillas será a mano alzada en unas asambleas ciudadanas, pero no sabemos si al menos se va a pedir la credencial de elector para acceder a ellas y, ¿qué tal si los líderes del comercio informal de la zona (o los del PRD, que coinciden en mucho) acarrean a sus huestes y se quedan no sólo con todos los parques, camellones y banquetas del lugar, sino además con la representación legítima de los vecinos?

Vámonos respetando: la ciudadanía es algo más que votos, algo más que lo que aparece enfrente de los ojos del líder cuando el Zócalo está lleno. ¿Por qué nos hemos de arriesgar a que una vez más la participación para empoderar a la sociedad cuente con menos de 7 por ciento de los ciudadanos? La esencia del autoritarismo está en el debilitamiento de lo social.

 
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