Usted está aquí: jueves 12 de mayo de 2005 Política Vigilante man

Mike Davis *

Vigilante man

En su libro Viñas de ira, John Steinbeck incluye el siguiente pasaje: "Los de la localidad nos mezclamos en un molde de crueldad. Luego formamos unidades, escuadrones, y los armamos con garrotes, con gas, con pistolas. Somos los dueños de este país. No podemos permitir que estos braceros se nos salgan de las manos".

Los vigilantes han vuelto. En los años 50 del siglo XIX linchaban a los irlandeses; en los 70 aterrorizaron a los chinos; en la década de los 10 del siglo XX asesinaban a los temporaleros en huelga; en los años 20 organizaron campañas para "apalear japoneses"; en los 30 dieron la bienvenida a los joads y otros refugiados de las planicies semidesérticas con gases lacrimógenos y perdigones.

Los vigilantes siempre han sido en el oeste lo que el Ku Klux Klan fue en el sur de Estados Unidos: intolerantes y cobardes que se organizan como turbas que se dicen justas y buenas. Casi cada 10 años algún indignado grupo de autoproclamados patriotas se moviliza para repeler la nueva invasión o la amenaza subversiva.

Su ira casi siempre se dirige contra el segmento de la población más trabajador, el más pobre y el menos organizado, que en épocas recientes provienen de Donegal, Guangdong, Oklahoma y, ahora, Oaxaca. Y su cantaleta, alimentada a diario por las transmisiones de AM en docenas de programas radiales de odio, en California y el suroeste, sigue siendo la misma que describiera Steinbeck: "Hombres que nunca han pasado hambre miraban los ojos de los hambrientos. Decían: Estos malditos okies (1) son sucios e ignorantes. Degenerados, maniacos sexuales. Estos malditos okies son ladrones. Se roban lo que encuentren. No tienen sentido de lo que es el derecho de propiedad".

Los más publicitados vigilantes de hoy, por supuesto, son los llamados minutemen (hombres siempre listos, al minuto), que comenzaron a patrullar, armados, la frontera entre Arizona y México en abril. El grupo, con sede en Tombstone, Arizona, es la encarnación más reciente de las patrullas antimigrantes que han plagado las líneas divisorias por más de 10 años.

Habiendo jurado defender la soberanía nacional contra la amenaza morena, estos fantasmales grupos paramilitares, conducidos por rancheros racistas y autodenominados "guerreros arios" -incubados por locutores de radio derechistas-, han maltratado, detenido, golpeado y asesinado a migrantes que cruzan las calderas desérticas de Arizona y California.

El Minuteman Project -cuyos cuarteles generales se encuentran pintorescamente en el Tombstone Miracle Valley Bible College (colegio bíblico del Valle de los Milagros, en Tombstone)- es a la vez una escenificación de teatro del absurdo y el astuto intento de incorporar el vigilantismo en la corriente central de la política conservadora. Sus principales organizadores -un contador retirado y un antiguo profesor, ambos del sur de California- expusieron ante la prensa su promesa de desplegar miles de superpatriotas con armamento pesado para confrontar a las hordas mexicanas en la frontera internacional del condado Cochise.

En los hechos no fueron sino unos 150 lamentables sociópatas obsesionados por las armas, que se pasaron varios días en sillas de jardín limpiando sus rifles, farfullando ante la prensa y mirando por sus binoculares hacia las montañas cubiertas de cactus, donde varios cientos de migrantes perecen año con año de calor y sed.

Desde cierta perspectiva, fue tan sólo el estúpido final de un camelo publicitario obvio. Un armagedón en la frontera nunca fue siquiera probable, quizá porque los migrantes indocumentados leen y escuchan noticias, como todo el mundo. Ante la amenaza de los minutemen y los cientos de patrulleros fronterizos que les enviaron para que no se metieran en problemas, los campesinos esperaron pacientes en Sonora a que los vigilantes se tatemaran con el sol y se fueran a casa. Entonces se reanudaron los mortíferos y normales negocios de la frontera.

Sin embargo, sería un error menospreciar el impacto de este incidente en la política republicana. Por vez primera, el gobierno de George W. Bush se vio confrontado en serio por las incipientes rebeliones de su propio bando, y no por los demócratas, nunca tan descorteses.

Lo impopular de las medidas de privatización de la seguridad social propuestas por Bush otorga a los llamados republicanos "moderados" (Colin Powell y John McCain) una palanca para competir por la sucesión presidencial de 2008. Lo que es más importante es que el electorado de base del partido, especialmente en el oeste y el sur, está encendido de furia ante el tratado de trabajadores invitados que el presidente se propone firmar con México, y por su más amplia estrategia para encandilar a los votantes latinos.

La violenta reacción antilatina que provocó a principios de los 90 Pete Wilson, brujo malvado que fuera gobernador de California (y que culminó en la ley contra la inmigración 187), no se ha desvanecido tan en silencio como Karl Rove y otros estrategas republicanos hubieran querido. En 10 años las campañas contra los derechos sociales de los migrantes y el uso del español en las escuelas, originadas en California, se exportaron a Arizona, a Colorado y a otros estados sureños con creciente población latina.

Al igual que otras protestas contra el aborto (que culminaron, por supuesto, en terrorismo de derecha), el movimiento vigilante ofrece una dramática táctica para captar la atención de la prensa y galvaniza la oposición al flujo migratorio, lo que altera el balance de poder en el Partido Republicano a escala nacional. Es más, para desasosiego de la Casa Blanca, los minutemen hallaron un ardiente admirador en Sacramento.

Entrevistado el 28 de abril en uno de sus derechistas programas de radio favoritos, el gobernador Arnold Schwarzenegger alabó a los vigilantes como héroes. "Pienso que realizan un trabajo brutal. Han bajado ampliamente el porcentaje de cruce de inmigrantes ilegales. Lo que muestra que funciona que uno se ponga a hacer la tarea y trabajar duro. Es una cosa muy loable", declaró. Luego, cuando los furiosos dirigentes latinos lo acusaron de aplastar migrantes y crear chivos expiatorios, reiteró desafiante que aceptaría la ayuda de los minutemen en la frontera de California. (Y, como suele hacerlo, añadió a este comentario la reafirmación de que él es "el paladín de los migrantes".)

Si el gobernador suena como que canaliza su "nazi interior" es porque está desesperado. Su monstruosa celebridad no es ya una novedad, pero Schwarzenegger se ve copado, donde quiera que va, por enfermeras, profesores de escuela y bomberos, todos enojados por los recortes presupuestales que autorizó. En meses recientes las encuestas de opinión muestran que su popularidad cayó 20 puntos y el fantasma de Gray Davies ensombrece ahora su futuro.

Así que Arnie recae en sus pantanosos desvaríos, en la radio de odio y en los blancos furiosos montados en sus camionetas que le dieron la gubernatura en 2003. El asunto entonces eran las licencias de manejo a los migrantes ilegales. (¿Cómo se podía saber si el mismo Bin Laden no andaba manejando por el Hollywood freeway?) Ahora el punto es el derecho ciudadano de "ayudar a la patrulla fronteriza" o, de ser necesario, ejercer justicia estilo occidental, por propia mano, contra el invasor desconocido.

Con un vigilante man en la mansión gubernamental de Sacramento, la siguiente provocación de los minutemen ("decenas de miles de voluntarios que bloquearán la frontera mexicana en otoño") tal vez sea tragedia y no sólo una farsa.

1. En inglés, John Steinbeck usa el término okie para definir al migrante que en gran cantidad iba a trabajar a los campos del oeste desde sus tierras de Oklahoma. El término se sigue usando de forma despectiva para todo jornalero agrícola migrante. (N. del T.)

* Escritor, autor de La ciudad de cuarzo.

Traducción: Ramón Vera Herrera

 
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