Usted está aquí: miércoles 4 de mayo de 2005 Cultura Phil Bragar pinta un retrato

Phil Bragar pinta un retrato

Alberto Blanco

El ruido de la avenida es un lento río de moscas que fluye sin cesar. Phil descorre las cortinas y la luz clara y sucia de la ciudad de México penetra por la ventana, se expande por todo el cuarto, llena el estudio, suaviza las paredes y los cuadros.

Phil se pone unos guantes para comenzar a pintar: en medio del aparente desorden hay un rigor meticuloso, una concentración sencilla, un esfuerzo deliberado por alcanzar alguna verdad; no la verdad.

Pasa una sirena llorando, como siempre... como si la vida fuera tan sólo trabajar, sufrir y soñar alguna vez con ser feliz en medio de esta atestada soledad.

La gruesísima paleta de Phil descansa junto a la caja de pinceles: ninguno es nuevo y todos están manchados y limpios. El bajoalfombra que nos sirve de vehículo tiene tantas huellas de colores como su ropa.

Usa lentes, aparatos en los oídos, guantes de plástico, dientes de oro. Con las rodillas endurecidas por el tiempo, la voz pastosa, cascada, y una sensibilidad joven, fresca, el artista ve todo por primera vez.

Mete el pincel lleno de negro en el bote del blanco y sale como una paleta de helado de vainilla y chocolate, un árbol de días y noches: betún de la catedral de Siena en estado de ebullición.

Su rostro se ilumina con los colores: sube por la mano el placer de la pintura fluida, espesa, generosa. Trabaja para quitar las capas de ignorancia, de mugre, del polvo de todo eso que nos han enseñado.

El fuelle de su respiración ha sustituido ya el ruido del tráfico y el tráfago de la ciudad.

Phil pinta con las dos manos, con los dos ojos, con ambos lados del cerebro.

Mira, observa, acecha... deja que el cuadro le hable. Respeta sus ideas (las de la pintura, no las suyas). Sabe.

Por la claraboya del estudio un mandala de luz ilumina las formas y las palabras.

Es muy simple: se trata de escuchar con las manos, de escuchar con los ojos, de escuchar atentamente la voz del maestro que todos llevamos dentro.

Poema en prosa del autor incluido en Album de estampas, uno de los 12 libros (el undécimo) que componen el volumen Letras Mexicanas: la hora y la neblina que reúne los poemas escritos por Alberto Blanco a lo largo de 36 años

 
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