PRI: bandazos y traiciones
La decisión del presidente Fox de detener la intentona de inhabilitar a López Obrador no dejó colgados de la brocha a los priístas. Menos aún los traicionó. Si es que alguien lo hizo, en vez de buscar fuera de su agrupamiento a los culpables deberían voltear hacia sus propias debilidades y ambiciones, pero, sobre todo, tendrían que mirar hacia las de sus mismos dirigentes. Los priístas penan ahora por un cruce de bandazos y traiciones al por mayor. Ellos solos, con su plana mayor de guías oficiales al frente, se treparon en una estúpida y sorda cruzada que trató de dar habilidosa muestra de su acendrado pragmatismo, de ese pensamiento cortoplacista del que tanta gala hacen y que, por lo que aflora, mucho daño les causó. Algo de esa cuenta ya la han pagado, pero queda largo trecho de penalidades; quizá las más amargas serán las mutuas acusaciones, el cobro despiadado de facturas que se aventarán entre ellos.
Las pocas voces independientes que alertaron y hasta contradijeron la ruta escogida por su presidente-candidato no fueron escuchadas y, aún ahora, las siguen rechazando, a pesar de las evidentes dosis de realidad que contenían. Voces serenas que les causan escozor, les molesta que algunos de sus más experimentados e inteligentes correligionarios les hayan advertido de sus torpes conjuras y propósitos grillescos. No se quieren rendir ante las abundantes pruebas de su despropósito fallido, de sus cálculos errados, del callejón adonde los metieron su propio extravío y las maniobras de sus coordinadores parlamentarios.
Contra todo buen juicio acerca del comportamiento probable de la sociedad mexicana, los dirigentes del PRI, con dedicada y hasta grosera capitanía de su presidente Roberto Madrazo, convencieron al resto de los militantes de cierto rango de su partido a inducir el desafuero de López Obrador. Pensaron que, una vez votado, de manera abrumadora, a favor del juicio de procedencia, la ruta hacia la inhabilitación entrevista, y hasta ansiada por su aspirante número uno a la candidatura del partido, quedaba sellada. Supusieron que el horizonte electoral lo tendrían despejado a su favor. El incómodo rival quedaría, si no entre rejas (algunos, ciertamente pocos, no querían ser tan rudos), sí incapacitado. Andrés Manuel quedaría, según el rampante menosprecio de los conjurados, debatiéndose, con el paso de pocos días, tal vez semanas o muy pocos meses, en el abandono y el olvido ciudadano. Las urnas no serían otra cosa que la confirmación de su labrado regreso a Los Pinos. El poder al alcance de un simple juicio condenatorio.
Hoy se enfrentan a un serio descalabro de imagen ante la opinión pública. La prestancia que pavoneaba entre las curules y los micrófonos les quedó abollada. Tratan de ocultar, sin lograrlo, los moretones del traqueteo sufrido y las llagas por lo que se les avecina. Los priístas que imaginaron un horizonte electoral, con rumbo a 2006, lineal, claro, sin sobresaltos mayores, se topan hoy con una encrucijada repleta de vericuetos y malas señales. El malfario les ha doblado, un poco más, su ya encorvada humanidad, y sus guías no atinan a encontrar, siquiera, un discurso adecuado que pueda paliar los errores monumentales cometidos. El anuncio en cadena nacional del presidente Fox los tomó aún celebrando la hombrada que su redondeado líder camaral había ejecutado entre llamadas, torceduras de mano, compras y hasta amenazas, según afirman algunos de los que las sufrieron. En esta ingrata tarea de "coordinación de mandos" el mismo Madrazo tuvo papel estelar y lo hizo, así lo apuntan, con similares o peores procedimientos con tal de uniformar a sus correligionarios.
Los llamados líderes del priísmo tenían que ser aplastantes con el voto, dar palmaria prueba de su habilidad operativa, una que satisficiera al grupo de empresarios, soberbios mandones, a los que querían seducir para sus fines de promoción futura. López Obrador o sus defensores no tendrían, según sus predicciones, resquicio alguno para argumentar divisiones o faltas de capacidad por parte de los pastores del priísmo legislativo.
Los argumentos de Chuayffet, ramplones, leguleyos y lanzados con ese tono chillón que lo caracteriza, no fueron comprados por nadie fuera del ámbito de sus obsecuentes diputados. La versión oficial, una vez más, sufrió franco y brutal rechazo de la ciudadanía de dentro y de fuera del país. Las negativas repercusiones en los medios de comunicación, locales y del extranjero, fueron, simplemente, aplastantes. Las vanidades de los maniobreros políticos fueron arrasadas por un alud que les vino desde abajo y con suficientes alertas de la inteligencia y la crítica nacionales. Descubierto en su doble intención, Madrazo aún sostiene el hipócrita deseo de ver a Obrador en las papeletas electorales cuando antes inducía pesados, certeros votos de consigna, para sacarlo del juego y la competencia. El miedo cerval a topárselo en las calles de una campaña abierta fue demasiado denso, presente, cercano, y tomó el atajo facilón. El golpe a su ya de por sí trastocada vanidad de político trata de ser desviado con un discurso y más desplantes equivocados. El asunto causó a Madrazo una rasposa urticaria que no atina a curarse, a lo mejor ni se la rascará bien. Pero lo grave es que muchos priístas piensan reincidir en un error mayor: elegirlo como su abanderado hacia una derrota segura.