Editorial
La economía, sostenida por los pobres
De acuerdo con un informe del Banco de México que se reseña hoy en estas páginas, en 2004 tuvo lugar un fenómeno preocupante que no se registraba desde 2001: fuga de capitales. La salida de recursos del país, de una magnitud de 4 mil 600 millones de dólares, se manifestó en forma de depósitos en instituciones financieras del exterior.
El hecho tiene dos aspectos que deben ser analizados por separado. El más evidente es que, pese a los años de recesión disfrazada de estabilidad económica, las salidas de capitales están asociadas, en el recuerdo colectivo, a las crisis de fin de sexenio. Y a la vista de lo adelantado que se encuentra el proceso de la sucesión presidencial, el dato no puede resultar tranquilizador ni pasar inadvertido. Ciertamente, las fugas de dinero del país hacia el extranjero han sido, en el pasado reciente, sólo uno de los detonantes de las crisis referidas. Cabe esperar, por el bien de todos, que en esta ocasión sea un asunto aislado y no prefigure el inicio de una de esas catástrofes sexenales recurrentes y cíclicas (1976, 1982 y 1994-1995) en las cuales las tensiones políticas, la corrupción, la ineptitud y la falta de sentido de nación por parte de los especuladores confluyeron en desastres sociales que afectaron principalmente a los sectores más desprotegidos de la población.
Desde otro punto de vista, ha de notarse la siguiente paradoja: esos casi 50 mil millones de pesos transferidos a cuentas del exterior pertenecen a consorcios empresariales e individuos de gran peso económico y capacidad financiera, que han sido los principales beneficiarios del modelo vigente desde hace dos décadas el cual favorece al capital especulador y que son los primeros en ponerse nerviosos al menor síntoma de inestabilidad. En cambio, una parte importante de las víctimas de la política económica, los mexicanos que no encuentran trabajo ni perspectivas de vida digna en su país y que emigran a Estados Unidos en busca de empleo, son desde hace un tiempo sostén principal de la economía nacional. Los más de 16 mil millones de dólares enviados a México en el periodo de referencia por los connacionales que trabajan en el país vecino han permitido, en efecto, amortiguar el impacto de las tensiones políticas y la salida de dinero en una economía privada de soportes para una expansión sostenida y que crece sólo de manera coyuntural y azarosa.
Más aún: las pequeñas cantidades que los mexicanos en Estados Unidos envían a sus familias y localidades constituyen, sumadas, una cifra superior a la de las inversiones extranjeras que ingresaron al país durante el año pasado.
No es fácil hallar evidencias numéricas que retraten con tal precisión la desigualdad que impera en México y las exasperantes injusticias que propicia el manejo oficial de la economía. Mientras los ricos dejan al país sin recursos y se llevan los suyos a otra parte, a la espera de tiempos más estables, los pobres esos que se quedan sin trabajo por la falta de inversiones productivas al sur del río Bravo se van a la nación vecina, exponen la vida en el cruce de la frontera y, si tienen suerte, logran acomodarse a la discriminación, los abusos laborales y la persecución constante para ganar algunos dólares y enviar parte de sus ingresos al país de origen. Ellos, junto con Pemex no los exportadores ni los banqueros ni los inversionistas bursátiles, mantienen a la economía mexicana a salvo del derrumbe.