Ofreció un concierto de humor irresistible en el Festival del Centro Histórico
Triology reafirmó su irreverencia
Brahms, Mahler y Beethoven destacaron en el repertorio del conjunto multinacional
El retorno a México del agrupamiento de cámara multinacional Triology reafirmó sus valores de irreverencia y un acercamiento gozoso a la música más fina que habita en las salas de concierto, pero que no llega a públicos abiertos, de no ser por la gracia, el talento y el irresistible sentido del humor de estos cuerdistas admirables.
La inglesa Daisy Jopling, el ruso Aleksey Igudesman y el alemán Tristan Schulze rindieron un recital recalcitrante de músicas tradicionales del mundo a partir de la más tradicional de todas: la música institucional de trío y cuarteto (aunque ellos, entre sus muchas travesuras, mataron al violista) que ha tenido su epicentro, Meca, crisol y gineceo magnífico en la ciudad de Viena, donde residen, y lo hacen a partir de ese gran recurso del humor inteligente que es la parodia fina.
El momento máximo del concierto que ofrecieron la noche del sábado en el Teatro de la Ciudad, en uno de los capítulos mejores del vigesimoprimer Festival de México en el Centro Histórico, fue la demostración a cargo del chelista Schulze, quien desplegó matemáticamente su acerto de que el primer compositor de jazz de la historia fue Johannes Brahms.
Su versión exquisita del tema central de la Primera Sinfonía del autor de barbas de melena hirsuta puso la música de Miles Davis en pleno Mittle Europa con su voz en sordina imitando la trompeta del moreno inmortal y en su violonchelo las melodías de cobalto del panzón sinfonista germano.
También, entre lo más emocionante y divertido de la noche, figuraron sus acertijos con los valses de la familia bigotona Strauss, con tiempos quebrados, cantos y contracantos, distorsiones de los tempi, jugueteos con las dinámicas y las velocidades con una exquisitez que los llevaron al otro Strauss, el de la Sinfonía Alpina pero de manera determinante hacia el mejor Mahler danzante, en particular los valses vieneses modificados hacia el drama de su Séptima Sinfonía.
Durante hora y media, los muchachos de Triology rejuvenecieron y pusieron en el tono más amable lo más rancio y de mayor abolengo de la música vienesa amaridada con el tango, el jazz, el blues, la música de la India, el cante jondo, los modos griegos, el son jarocho y un virtuosismo más allá del elogio.
Entre las bromas, chistoretes y juegos mozartianos de sus requiebres en dos violines y un violonchelo, colaron nuevo repertorio en su mayor parte de la autoría de Schulze y con sabor inconfundible a Schubert, piezas de mayor profundidad y ambición estética que añadieron a las sabrosuras que el público mexicano disfrutó hace cinco años, cuando en el mismo festival irrumpieron en el gusto, aceptación y bienvenida del público mexicano que los acogió desde entonces como héroes semejantes a como se veneran los mejores grupos de rock y jazz y música alternativa, ensanchando la banda de placer de lo hasta entonces conocido de gran apertura de miras y entendederas de la música de cámara, del repertorio de concierto clásico y contemporáneo, como es el caso de sus pares, el cuarteto Kronos, aunque sus rumbos vaguen por senderos de un jardín edénico que viajan en círculos concéntricos, con miras idénticas pero propósitos diversos.
Luego de un recital trepidante, Triology culminó con tres piezas de regalo: una rumba caliente con harto chachachá, un despliegue sensualérrimo de vientos africanos, y una última gran broma con nuevos guiños paródicos al emblema de lo burgués, lo rancio, lo pretencioso de la música de concierto con una última sonrisa con el tema de la Quinta Sinfonía beethoveniana sin los alardes que lucieron con Bobby McFerrin el jueves anterior, pero con todo el estrépito de las sonrisas más luminosas que suelen iluminar la música de concierto.
Trituró entonces Triology por completo su tremenda trigarancia, su exquisita irreverencia que traerá nuevas huestes al paraíso pleno de fragor y de fragancia suprema de la música de cámara.