Usted está aquí: domingo 10 de abril de 2005 Opinión MAR DE HISTORIAS

MAR DE HISTORIAS

Cristina Pacheco

Piso de tierra

Desde que murió su gemela, a principios de este año, Karen ha cambiado mucho. Me da lástima verla toda flaca, sucia, enfundada eternamente en sus pants. Nunca pensé que llegaría el momento en que yo iba a extrañar sus vestidos zancones y entalladísimos.

Una de las veces que coincidimos en la azotea se lo dije en broma. Me contestó: Estoy guardándolos para el momento en que Bruno, mi amigo productor de cine, vuelva a darme chance de trabajar.

Me sorprendió la firmeza de Karen para hablar de algo que ella sabe imposible, pero decidí seguirle la corriente: No cabe duda de que todos los días se aprende algo: yo pensaba que a los artistas les dan la ropa que usan en las películas.

A Karen le brillaron los ojos:

Sí. Pero Bruno es mi cuate. Voy a decirle que me pase el dinero que piense gastar en mi vestuario. Si él acepta, ¡ya la hice! Con esa lana y lo que me pague por mi actuación, podré traerme a mi hermanita. Cuando enterré a Jacqueline le prometí que haría todo lo posible por sacarla del pinche cementerio donde tuve que dejarla. En las noches pienso que ella está sola en ese lugar y me dan ganas de morirme también.

Le dije que no pensara en eso y le supliqué: No vayas a cometer una locura.

Karen se frotó el pecho para quitarse el dolor de corazón: Le juro que ganas no me faltan, pero no puedo hacerlo. Esperó un momento y luego habló como si estuviera delirando: Le prometí a Jacqueline que la traería a un cementerio lleno de flores y de árboles. ¡No puedo fallarle!

Me conmovió que la muchacha estuviera dispuesta a hacer un esfuerzo tan grande y tan inútil: No olvides que los muertos sólo necesitan paz.

Karen no me escuchó. Se acercó a la jaula donde Rambo y Killer estaban durmiendo, y me preguntó:

Doñita, ¿usted cree que los animales sueñen como nosotros?

Me quedé pensando en qué contestarle. Comprendí que no le interesaba mi respuesta porque siguió hablando:

Cuando Jacqueline y yo estábamos chicas creíamos que al salirnos de la casa se cumplirían todos nuestros sueños. El de mi gemela era comprarse una casa con un jardín grandísimo. Ya que no lo consiguió en vida, pues que lo disfrute ahora. Karen me hincó para mirar más de cerca a los perros: Usted piensa que estoy loca, que no voy a lograrlo, que es otra jalada... como el cine y todo lo demás.

Recordé mi angustia de niña al ver que las burbujas de jabón que hacía con un carrete de hilo iban a estrellarse contra el suelo. Para evitar su caída les soplaba con todas mis fuerzas, pero era inútil: las pompas siempre se convertían en manchas pardas sobre el piso de tierra.

Pensé que los sueños de Karen terminarían igual, pero decidí conservarle la ilusión, aunque sólo fuera por unos instantes, y lo conseguí mintiendo:

No, yo sé que vas a hacer todo lo que te propones. Pero te digo una cosa: si quieres seguir en el cine debes cuidarte y, por lo pronto, subir de peso.

Karen se alarmó:

Al contrario: necesito bajar cuatro o cinco kilitos.

La muchacha está en los huesos. De milagro no se ha muerto porque sigue desvelándose -aunque cada vez menos-, bebe mucho y casi no come. Lo sé porque Margarito, el dueño de la miscelánea Four Seasons, me ha dicho que ella sólo le compra cerveza y sopas Maruchan.

Cuando Margarito me lo contó le señalé los anaqueles:

Es que también usted ya ni la amuela: no tiene surtido, como antes.

Margarito me dijo lo que todos sabemos: ¿Para qué? Aparte de usted y Karen, ya nadie me compra. Desde que abrieron el Wal-Mart todos mis clientes se fueron para allá. Lo entiendo: encuentran promociones y les dan más barato. ¿Por qué? ¡Fácil! Ellos adquieren grandes volúmenes y tienen dónde almacenar sus mercancías. Para hacerles la competencia necesitaría un capital que no tengo ni tendré jamás.

Le recordé a Margarito los tiempos en que abrió su miscelánea. Entonces se llamaba La Conchita, en memoria de su abuela. Aproveché para preguntarle porqué cambió el nombre a su negocio:

¡Por pendejo! El Tatacho me dijo que si pensaba competir con el Wal-Mart tenía que ponerle a mi changarro un nombre en inglés. Le pedí una razón para hacerlo, y me explicó: "Los mexicanos somos muy malinchistas. Le aseguro que quienes compran en Wal-Mart lo hacen también porque les parece más elegante que venir a La Conchita. Se mordió los labios: Le hice caso a El Tatacho y creo que desde entonces me fue peor. A veces pienso que es el castigo por haber borrado el nombre de mi abuela.

Le pedí a Margarito que en vez de andar con supersticiones pensara en cómo salir adelante con la miscelánea. Se impacientó conmigo:

Con todo respeto, no quiera hacerme pendejo, doñita. ¡Este negocio, se llame como se llame, ya se chingó! Debo buscarle por otra parte. Lo malo es que no tengo estudios y ya estoy viejo para que me contraten. Se inclinó sobre el mostrador y habló más bajo: En mayo cumplo cuarenta. Aquí, a estas alturas, ni de barrendero la hago. Además, no sé otra cosa más que vender. Desde chiquillo, cuando mi mamá se fue y mi abuela me recogió, he estado detrás del mostrador. Recuerdo que mamá Conchita me decía: "No hay nada como el comercio. Trabajándolo bien te da para comer". Mi abuela tenía razón, pero no se imaginó que iba a llegar el momento en que aparecieran los chinos y los walmares.

Por desgracia Margarito tenía razón; sin embargo, le dije que no debía cruzarse de brazos:

¡Piénselo!

Se animó enseguida:

Le juro que en los últimos meses no he hecho otra cosa. Ya me di cuenta de que tengo que salirme de aquí, largarme a Estados Unidos... Aunque, como están las cosas, tal vez acabe por irme solo. De ese modo, si pasa algo malo, será nomás mi bronca.

Sixto me había dicho que estaba haciendo trámites para regresar a Estados Unidos. Creí que había invitado a Margarito para se fuera con él y lo celebré:

No, hágame caso: viaje con Sixto. El ya cruzó la frontera y sabe cómo manejar la situación.

Margarito abandonó su sitio detrás del mostrador y se me plantó enfrente:

¿Sixto? Ni siquiera sabía que él pensara volver. Inclinó la cabeza: Si me voy con alguien, será con una mujer: Karen. No pude ocultar mi sorpresa: No me mire así. Sé bien en lo que me estoy metiendo. Como todo el mundo por aquí, conozco la vida que ha llevado esa muchacha, pero no me importa.

Recordé la conversación que había sostenido con Karen, en la azotea, acerca de Jacqueline:

¿Y ella está de acuerdo?

Margarito se limpió las manos en los faldones de su delantal:

No sé, no le dicho nada: pero estoy seguro de que si se lo propongo aceptará. Me miró ilusionado: No le queda de otra y a mí tampoco. A los dos nos va mal, no tenemos a nadie... Allá lo peor que nos puede suceder es que nos maten los cazadores de mexicanos. Margarito me tomó del brazo y me sacudió levemente: Si cree que estoy equivocado o que no debo de hablar con Karen, ¡dígamelo!

En los ojos de Margarito me pareció ver una cascada de burbujas brillantes. Para evitar que se estrellaran contra el piso de tierra volví a mentir:

Todo saldrá bien, se lo aseguro.

 
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