López Obrador rescató hasta a la Bolsa con su discurso
Con manos de seda, el manejo de la multitud
"¡Los quiero desaforadamente!", su despedida del Zócalo
Ampliar la imagen Andr�Manuel L� Obrador y sus hijos Jos�am�Gonzalo y Andr�Manuel, en el Z�o FOTO Christopher Velazquez /Micphotopress
Con música ultrafresa, atronadoramente proyectada con tecnología de punta en diversas calles del primer cuadro; con miles y miles de globos de helio que en el momento justo endulzaron y tiñeron de amarillo el aire de las 9:41 de la mañana; con enjambres de fotógrafos telefónicos para registrar posibles provocadores, y con una trama sutil de corraletas para seccionar en pequeños e invisibles laberintos la plancha del Zócalo, el Gobierno del Distrito Federal (GDF) manejó con manos de seda una multitud de más de 300 mil personas que estaban dispuestas en principio a dar su vida por la de Andrés Manuel López Obrador.
Este, por su parte, con un beatífico discurso que empezó pidiendo a "católicos, adventistas, bautistas de diversas denominaciones, agnósticos y libreprensadores" un minuto de silencio por la memoria de Juan Pablo II, en menos de 60 minutos de arenga rescató a la Bolsa Mexicana de Valores del pantano adonde la habían arrojado la cobardía y las torpezas de los hombres de Fox, lanzó su candidatura a la Presidencia de la República, trazó la ruta de la desobediencia civil hacia las elecciones de 2006, reafirmó su absoluta disposición a protestar de forma pacífica desde la cárcel y solicitó, y por supuesto consiguió, que nadie lo acompañara a la Cámara de Diputados, donde consumaría la segunda parte de su imborrable actuación después de despedirse de los hechizados contingentes del Zócalo con unas palabras que de inmediato se pusieron de moda: "¡Los quiero desaforadamente!"
El supuesto Día D, como con poco ingenio lo bautizaron los medios electrónicos del amanecer, comenzó en realidad a medianoche, cuando vecinos del barrio bravo de Tepito brindaron tamales y atole a los más previsores, que después de acampar lo más cerca posible del templete no pararon de cantar como gallos de rancho hasta que salió el Sol, despertando a menudo a las numerosas personas que maldormían, por la angustia y el ruido, tras los muros de los hoteles que bordean la plaza. Fue en uno de esos edificios donde un grupo de mujeres llenó con sus nombres las páginas de un libro de contabilidad para definir la lista de las "visitas conyugales" que el inminente reo disfrutará en prisión... si gusta.
A las siete de la "mañana" -estaba oscuro aún por el horario de verano-, corrillos de personas con mantas humildes caminaban por la Alameda y la calle Madero, en tan escaso número que esta crónica se atrevió a temer por el éxito del esfuerzo. Pero el PRD nacional se estaba moviendo -sólo de Tabasco llegaron 470 autobuses-, así como el capitalino, y también, por supuesto, los microorganismos ciudadanos independientes, de modo que poco después de las ocho el paisaje era ya distinto. La gente iba y venía con sus letreros de trapo y cartón, ansiosa de expresarse, de mostrar sus capacidades analíticas, de probar que no la están engañando, que El Peje es El Peje y que nadie se va a dejar. Aquí, una breve antología:
"Señor presidente AMLO: desde hoy le exigimos juicio político a Fox", "Aunque se encabrone Vicente, Obrador presidente", "70 años de pegarle al perro amarrado... ¡ya se soltó!", "Pinche PRI, pinche PAN, en las urnas pagarán", y una que cubría el cuerpo de una niña: "Cuando sea grande quiero ser como Andrés Manuel", por no mencionar aquellas contra Marta Sahagún, Santiago Creel, Rafael Macedo, Roberto Madrazo y Carlos Salinas.
López Obrador llevaba meses ideando cómo salir de la trampa en que lo había metido la ultraderecha, pero más lastimados que él, humillados y ofendidos no sólo por el hambre, sino por la saña y la indecencia de sus adversarios, ayer en la mañana los seguidores de El Peje entraban en el Zócalo dispuestos a todo, a recibir instrucciones y morirse en la raya que se les indicara. Casi ninguno advirtió las señales enviadas por Martí Batres en su discurso preliminar, cuando elogió a Gandhi y a Mandela, que "lucharon y vencieron con las armas del pacifismo".
Por eso la víspera, durante su viaje a casa, Andrés Manuel había adelantado al reportero: "Mañana voy a dar el discurso del aguafiestas, porque no hay de otra, no vamos a caer en la trampa de la confrontación, tenemos la fuerza que da la confianza del pueblo".
Pero el momento crucial estaba llegando. Batres finalizó su mensaje con vivas a la patria, barnizadas emotivamente por los bronces de la Catedral, que anunciaban las 9:15 de la mañana, y algo comenzó a sacudirse en la imponente alfombra de cabezas, banderines y mantas que eran todas y todos.
Aún había tiempo de que otros oradores empuñaran el micrófono, pero a las 9:39 un intenso rumor sugirió que el hombre estaba arribando y, en efecto, a las 9:41, el sonido local lo confirmó con palabras dignas de un presentador de circo, rápido sepultadas a todo volumen por las notas ultrafresas de una canción titulada El color de la esperanza, mientras miles y miles de globos amarillos cambiaban el color del aire y todos se sentían relajados como peces en acuario.
De traje negro y corbata luctuosa, López Obrador pidió y obtuvo silencio fúnebre por la extinción papal, y comprendió que tenía el control de la plaza. De allí en más todo fue ganancia. Con gran cautela fue empujando la estratagema pacifista, recibió al principio airados "¡nooo!" que fueron desvaneciéndose entre crecientes aplausos, y terminó convenciendo a la muchedumbre con el inobjetable argumento de que "un dirigente puede poner en riesgo su propia vida, pero no tiene derecho a poner en riesgo la vida de los demás", tajante afirmación que refrendó con su deseo de sufrir las penas de la cárcel a solas, como símbolo de la integridad moral y el espíritu pacífico de este movimiento.
Luego vinieron las instrucciones: deja un comité de cinco personas, de las cuales el PRD tendrá que nombrar dos, y se complace en revelar que forman ya parte del mismo el diputado José Agustín Ortiz Pinchetti, la célebre publicista Berta Chaneca Maldonado y Elena Poniatowska, la escritora más premiada y la periodista más combativa de nuestros días. ¿Cuál será su tarea? Dirigir el movimiento ciudadano mientras él esté preso.
A continuación, quizá en homenaje a los caídos en 1968 o para igualar a Fox con Gustavo Díaz Ordaz, propuso una marcha silenciosa el domingo 24 de abril, desde el Museo de Antropología hasta el Zócalo, y llamó a votar el 3 de julio por Yeidckol Polevnsky en el estado de México. Apabullada tal vez con ésas y muchas otras tareas, la multitud aceptó sin chistar la orden de que nadie lo acompañara al Palacio Legislativo de San Lázaro.
Pantallas de las pasiones
Tras el discurso, López Obrador volvió a su despacho y saludó varias veces desde sus dos balcones; a partir de ese instante se encerró con sus hijos y hermanos a comer, descansar, cargar pilas, mientras en San Lázaro, ante un salón de sesiones vacío, los secretarios de Manlio Fabio Beltrones leían el dictamen de la sección instructora, escena de inmarcesible aburrimiento que duró más de cuatro horas, ante la indiferencia de la gente en el Zócalo, o en las terrazas de los hoteles aledaños -en una de las cuales Polevnsky dijo al reportero que su nombre significa "la sabiduría", pero que para ella fue más bien "la salvación"-, o en una desangelada cantina de la calle Madero, que estaba justo debajo de una pantalla y bocinas gigantes, lugar que empezó a atiborrarse después de las dos de la tarde cuando entre gritos de "¡no estás solo!", empujones y desafoques, llegó a San Lázaro el hombre que iba a ser desaforado.
La calle y la cantina rompieron en aplausos y porras jubilosas, que se trocaron en mentadas de madre y acusaciones de "¡ladrón de mierda, ratero hijueputa!" cuando comenzó a leer su pergamino el subprocurador federal Carlos Vega Memije, que en su ineptitud fue incapaz de preparar un texto de 30 minutos, pifia que lo obligó a violar el reglamento de la Cámara ante lo cual, cuando tomó la palabra, López Obrador, burlón, pidió que el funcionario también fuera desaforado.
En espera de El Peje, Madero estaba a reventar desde la esquina de Motolinía hasta el Eje Central, y esa gente vibró, aplaudió, lloró, maldijo a Fox, blandió los puños rugiendo y saltó de gozo cuando López Obrador guardó sus papeles y salió dignamente del recinto, dejando a Beltrones Rivera como perro a la puerta de una carnicería, con el hueso de la palabra entre las fauces.
Y muchos discursos después, algunos brillantes como el de Rosalía Bernal Ladrón de Guevara, otros hilarantes como el de Juan de Dios Castro, y otros vomitivos como el de quién qué más da, PRI y PAN votaron con todas las fuerzas de su desesperación, cometiendo suicidio político y depositando a López Obrador en un pedestal que ya pertenece, al mismo tiempo, a la historia y al futuro.