Usted está aquí: sábado 26 de marzo de 2005 Opinión Kirguizistán: jaque al rey ruso

Editorial

Kirguizistán: jaque al rey ruso

La ex Unión Soviética mantenía unidas a sus repúblicas mediante un aparato burocrático-policial. El derrumbe del mismo produjo un efecto centrífugo que se manifestó de diferente manera en las repúblicas occidentales (Bielorrusia, Ucrania, Letonia, Estonia, Lituania y Moldavia) donde, como había sucedido en Polonia, creció más la fuerza de atracción de Alemania (indirectamente, de la Unión Europea) y la de Estados Unidos, que en las de Asia central, donde los dirigentes comunistas locales se montaron sobre el nacionalismo y el etnicismo y aparecieron como déspotas tradicionales con apoyo tribal. Mientras Rusia perdía influencia en su parte occidental, que se disgregaba según las viejas líneas históricas medievales, y esa parte de Europa se convertía en campo de disputa entre la Unión Europea y Estados Unidos, en las regiones asiáticas, ricas en petróleo, Washington hacía pie para controlar el gas y el petróleo, evitando que sirvieran ­mediante los rusos­ al crecimiento de sus adversarios europeos y chinos y, al mismo tiempo, el nacionalismo étnico hacía explotar los conflictos en cada pequeño Estado independiente y daba alas al islamismo, viejo aglutinante antirruso ya desde tiempos de los zares que conquistaron el Cáucaso y Asia central. Una vez más se vio que el stalinismo ­y la URSS­ habían sido fuerzas de conservación, y que su desaparición, si bien abrió el camino a los intereses imperialistas, destapó también la caja de pandora.

Estados Unidos, en clave antirrusa y para someter a Moscú en escala europea y en el Cercano Oriente, fomentó el separatismo en Chechenia (considerando a los terroristas luchadores por la libertad), ayudó a disgregar Georgia y a desestabilizar todo el Cáucaso, sustituyó las tropas rusas por las suyas en Janabad, en el Uzbekistán, sosteniendo a un feroz dictador, creó una base en Kirguizistán y desde el Asia central ex soviética y desde Afganistán, que ocupó militarmente, amenaza a la vez a Moscú y a China, que son las dos grandes potencias asiáticas. El pretexto del combate al terrorismo fundamentalista islámico (que también es la bestia negra del nuevo zar, Vladimir Putin) es absolutamente falaz, porque Washington lo promueve bajo cuerda, tal como alentó antes a los talibanes afganos contra los rusos, a quienes sustituyó en esa región fronteriza con la parte islámica de China.

En el inmenso tablero de ajedrez de las estepas y montañas del Asia central, Estados Unidos despliega sus piezas y devora uno a uno los peones de Rusia, para dar jaque al rey Putin.

Su llamado a la democratización de las repúblicas bajo la influencia de Moscú (formulado recientemente por Bush en Moldavia) ha corrido hacia el este la frontera de la Unión Europea y del Tratado del Atlántico Norte (OTAN, brazo armado de Washington) y ahora el próximo gobierno prorruso en dificultades será el de Bielorrusia, o Rusia Blanca. En Asia, después de Kirguizistán, están en capilla el gobierno del pobrísimo Tayikistán (el de Islam Karimov, dictador de Uzbekistán, está ya firmemente ligado a Estados Unidos) y el Turkmenistán, a caballo de las fronteras iraní y afgana, o sea de la influencia religiosa y étnica de un país que forma parte del llamado eje del mal en la visión estadunidense, y de una neocolonia de Estados Unidos, también está en problemas. La desestabilización de la región en pro del control de los hidrocarburos no abre camino a su democratización, sino a explosiones nacionalistas y a un panislamismo antimperialista que, como lo enseña la historia de las viejas potencias coloniales, no tardará en aparecer (y posiblemente será instrumentado contra sus adversarios por todos los contendientes ­Washington, Moscú, Pekín­, a pesar de que cada uno de ellos le ofrece al islamismo un flanco débil). Putin ha tratado de contrarrestar a Estados Unidos buscando un acuerdo, en Madrid, con la Unión Europea, pero la debilidad de la reacción de Moscú y de la UE ante los acontecimientos en Kirguizistán parece mostrar que la iniciativa no está en manos de los rusos y los europeos occidentales, que desde hace rato cohabitan en Europa con la influencia de Estados Unidos.

 
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