Usted está aquí: miércoles 23 de marzo de 2005 Opinión Bush: viraje a la ultraderecha

Editorial

Bush: viraje a la ultraderecha

Afirma la conseja popular que los presidentes estadunidenses que logran ser relegidos en el cargo suelen moderar y suavizar, en su segundo periodo en la Casa Blanca, las tendencias y actitudes que ostentaron en el primero. Eso fue cierto en el caso de Bill Clinton, quien ejerció una segunda presidencia mucho menos liberal que la primera, pero no lo fue en el segundo periodo de Ronald Reagan, quien entre 1984 y 1988 acentuó su anticomunismo de historieta y emprendió, en ese lapso, su delirante programa de militarización del espacio exterior cuyo nombre oficial era Iniciativa de Defensa Estratégica, pero que fue popular e irónicamente conocido como guerra de las galaxias.

Por lo que hace al presidente actual de Estados Unidos, algunos analistas del país vecino apuntaron, antes de los comicios de noviembre del año pasado, que si George W. Bush lograba imponerse otros cuatro años en la Casa Blanca habría de formular una estrategia internacional menos belicista, unilateral y depredadora, una política interna menos represiva y más tolerante hacia las libertades civiles, y un manejo económico matizado en su designio de enriquecer a los ricos y empobrecer a los estadunidenses pobres. Se equivocaron en todo.

Relegido en el cargo, Bush intensificó de inmediato su ofensiva contra los países que se permiten cualquier clase de discordancia ante Washington, acentuó la participación del gobierno estadunidense en la "guerra contra el terrorismo", hizo más grosero el unilateralismo de su administración y su desprecio por la legalidad internacional, multiplicó los ataques desde el poder público contra los derechos humanos de estadunidenses y extranjeros y reforzó el integrismo religioso y cavernario en las filas de su equipo. Sin controles ni contrapesos de ninguna clase en la institucionalidad política de Washington, Bush nombró secretario de Justicia a Alberto Gonzales, un individuo conocido por sus alegatos a favor de la tortura; despidió al moderado Colin Powell y lo sustituyó, en el Departamento de Estado, por la ideóloga favorita del entorno presidencial, Condoleezza Rice, impulsora de la doctrina de la guerra preventiva; encargó la coordinación de las agencias de espionaje estadunidense a John Dimitri Negroponte, tristemente célebre por su papel protagónico en la guerra sucia emprendida por la administración Reagan contra Nicaragua y por sus vínculos con los genocidas centroamericanos; postuló al subsecretario de Defensa, el conocido halcón Paul Wolfowitz, para dirigir el Banco Mundial; finalmente, propuso como embajador de Estados Unidos ante la ONU a John Bolton, individuo de luces escasas y palabras violentas que en diversas ocasiones ha acusado a Naciones Unidas de ser un organismo irrelevante, al cual pretende colocar ­lo ha dicho expresamente­ bajo la hegemonía estadunidense. Varios de esos nombramientos, cabe recordar, han sido cuestionados y criticados por organismos como Human Rights Watch.

En el ámbito de la política interna, el segundo gobierno de Bush ha acosado judicialmente a periodistas en un esfuerzo por obligarlos a revelar sus fuentes, ha proseguido su estrategia de desmantelamiento de los programas sociales y de reducción de impuestos a los multimillonarios y, en días recientes, llegó al extremo de inmiscuirse en el drama familiar y judicial de Terry Schiavo, la mujer que se encuentra en estado vegetativo desde hace 15 años, y a quien los sectores más inescrupulosos del conservadurismo estadunidense han tomado como bandera propagandística. Bush no dudó en violentar el orden federal de su país y la autonomía de poderes para hacer demagogia "a favor de la vida" e intentar una maniobra legal que mantenga viva a la paciente, a pesar de los diversos fallos de jueces estatales que han autorizado a su marido, Michael, a retirar la sonda que alimenta el organismo de Terry.

El corrimiento de la derecha hacia la ultraderecha en el segundo gobierno de Bush se percibe, pues, en todos los ámbitos, y más vale asumir que el país más poderoso del mundo será en el mundo, al menos en los próximos cuatro años, un factor central de violencia, autoritarismo, cerrazón, intolerancia, ilegalidad e inestabilidad. Cualquier iniciativa política o social que se emprenda en los ámbitos nacionales o en el internacional deberá tener en cuenta esa realidad adversa.

 
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