Usted está aquí: jueves 17 de marzo de 2005 Opinión El tiempo de Planck

Olga Harmony

El tiempo de Planck

Los descubrimientos de la física a lo largo del siglo pasado ha dado lugar a que muchos autores dramáticos se sientan muy atraídos a las posibilidades de mundos paralelos y juegos con el tiempo que ofrecen y a la verdad es algo que resulta fascinante. Entre nosotros es Héctor Mendoza el que ha explorado con mayor éxito estos fenómenos en su dramaturgia con textos que se nutren de ellos mismos, en el sentido de que su desarrollo está intrínsecamente ligado a la estructura misma y por lo tanto no son difíciles de comprender para quien no sea ducho en avatares científicos. Una nueva compañía teatral integrada por actrices, La vaca voladora, pone en escena El tiempo de Planck del dramaturgo y director catalán Sergi Belbel que se basa en los llamados tiempos de Planck en honor del iniciador de la física cuántica, que consisten en el tiempo mínimo en que se puede producir un fenómeno, lo que corresponde a una fracción infinitesimal del tiempo. Belbel maneja la distorsión del tiempo y también la ruptura de todas las leyes imaginadas por María, la extraña adolescente -lo que origina el cambio de identidades del final- y logra introducir la teoría térmica de la materia negra de Max Planck como un símil de la muerte, posiblemente el tema verdadero de la obra.

Hay algunos problemas en texto y en montaje. A diferencia de Mendoza -y si lo sigo citando es porque me parece modélico- el dramaturgo catalán no logra que el cuerpo de su obra, a excepción quizás de la parte final un tanto precipitada respecto a los presupuestos anteriores, incorpore y sostenga la teoría científica: las largas explicaciones del joven Max y a veces de la precoz María se dan un tanto al margen, en tiradas que aclaran poco a quienes no estemos de antemano al tanto de su contenido y que me imagino somos la mayoría del público. El tosco chiste de haber apellidado a la familia del moribundo como Planck y que el joven vecino científico se llame Max es una pista no tan lograda. Por otra parte, Tiempo de Planck fue planteada por su autor, en compañía del músico Oscar Roig, como una comedia musical, lo que en esta escenificación se pasa por alto, excepto un par de canciones en música de Alejandro Giacomán. Desconozco el original e ignoro la razón de que así sea montada, pero es evidente que algunas escenas, como la del brindis casi al final y sobre todo la del baile de María con su padre (que incluso está escenificada en esa tesitura), desentonan del conjunto por su almibarado sentimentalismo muy propio, en cambio, de la vieja comedia musical muy, pero muy a la antigüita. Así, la abigarrada idea de Sergi Belbel, desprovista de uno de sus elementos, resulta bastante desequilibrada.

Los personajes también son muy propios de las viejas comedias musicales y por lo tanto resultan estereotipos. La madre es una señora tonta y amorosa, Laura es ingenua y tonta, Rosa es la bella y fracasada aspirante a actriz, Ana es fría y está a punto de abusar de Max, quien es el tímido prospecto de científico mientras que María -quien vendría a ser la protagonista o por lo menos uno de los puntos de vista- resulta ''rara'' sólo porque nos lo dicen. Con personajes así y un padre que no es otra cosa que un moribundo, poco se puede hacer y ese poco lo logra Francisco Franco, quien maneja las disímbolas escenas con muy buen tino. La escenografía de Xótchil González consiste en largas cortinas blancas, abiertas y cerradas por los propios actores, que dan junto a cuatro sillas y la cama de hospital del moribundo los espacios necesarios. Larga cortina blanca es arrastrada por Ana al cruzar el escenario rumbo al hospital, otra es planchada por Sara, otra más es teleta para el supuesto parto de María. Las actrices y los dos actores visten también de blanco -la razón de ello se me escapa- en diseños de Pilar Boliver que acentúan sus modos de ser.

Pilar Mata y Diego Jáuregui son demasiado jóvenes para representar a los padres, pero en el caso del actor apenas se advierte por permanecer casi todo el tiempo en la cama y en el de la actriz porque sale avante a base de actoralidad. No es el caso de Flavia Atencio, como María, de quien no importaría que no parezca tener 14 años si en su actuación hubiera rastros de esa rareza de que tanto se habla y tuviera la fuerza para convertirse en eje de la convención. Bien en su desempeño Itari Marta, Sandra Burgos y Luis Lesher y, como siempre, sobresaliente Mónica Huarte.

 
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