Consenso
La semana pasada la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó una declaración sobre la clonación humana. De los 191 estados miembros de la ONU, sólo 155 participaron en la votación, que arrojó el siguiente resultado: 84 en favor, 34 en contra y 37 abstenciones. Es obvio que ese voto refleja las posiciones muy distintas de los países sobre la cuestión. La ONU se fragmentó: la Unión Europea (que suele votar parejo) se partió en dos; América Latina y el Caribe se dividió en tres bloques (en favor, en contra y abstención); lo mismo ocurrió en los demás grupos regionales. Hacía años que países con posiciones políticas muy afines no discrepaban tanto.
México votó en favor y la Secretaría de Relaciones Exteriores indicó que, "en la negociación de este instrumento", nuestro país "se guió por la necesidad de alcanzar un consenso en un tema de interés mundial, que asegurara el respeto a la dignidad humana en la aplicación de la ciencia''.
En un principio se había propuesto que la ONU negociara una convención internacional sobre la clonación humana. Dicho acuerdo multilateral hubiese tenido un valor jurídico muy superior al de una mera declaración de la Asamblea General. Pero el horno no estaba para bollos y, dadas las profundas divisiones entre los países, desde el otoño pasado se decidió optar por una declaración. Es obvio que persisten esas divisiones. De ahí que quizá se antoje un tanto ingenua la idea de buscar un consenso sobre esta materia. Empero, esa es una de las tareas básicas de la ONU: tratar de lograr el acuerdo más amplio posible sobre los distintos temas de su agenda.
Hace años que se discute la posibilidad de que la Asamblea General tome sus decisiones ''por consenso''. Durante las primeras décadas la Unión Soviética trató de trasladar a la Asamblea General su poder de veto en el Consejo de Seguridad. En la década de los setenta, Estados Unidos empezó a hacer lo mismo. Con el apoyo de algunos de sus aliados de Europa occidental, Washington inició una campaña para cambiar o, cuando menos, reinterpretar las disposiciones de la carta y del reglamento de la asamblea relativas a la toma de decisiones. Y tuvo bastante éxito, ya que hoy son bien pocas las resoluciones que se someten a votación. En efecto, en sus sesiones anuales, desde 2001, la Asamblea General ha aprobado por votación menos de 20 por ciento de sus resoluciones. Estas suelen ser las relativas a los distintos aspectos de la cuestión del Medio Oriente, algunos temas de desarme y otros sobre los derechos humanos. En cambio, son bien escasas las resoluciones que se someten a voto en las cuestiones de carácter económico o social, o aquellas relativas al presupuesto de la ONU.
Sin embargo, se sigue hablando con insistencia de la conveniencia de que la Asamblea General apruebe todas sus resoluciones "por consenso", término difícil de definir porque significa ''acuerdo generalizado'' o falta de oposición abierta. En otras palabras, uno puede no estar muy convencido de una propuesta o un proyecto de resolución, pero su oposición no es tal que le obligue a disentir abiertamente. En algunos foros de negociación, como los de desarme, impera el consenso, es decir, en teoría cada país tiene un veto. En la práctica, pocas naciones pequeñas o medianas se atreven a ejercer ese veto.
En la ONU el argumento es que una resolución aprobada sin objeción declarada de nadie tiene más valor. No cabe duda de que un ''acuerdo generalizado'' tiene su atractivo. Hay que recordar que uno de los objetivos de la ONU es ''servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar'' los propósitos de su carta. Y el consenso podría interpretarse precisamente como un proceso hacia esa armonización de posiciones. Es un medio para lograrlo, no un fin en sí mismo. En otras palabras, debe ser un consenso con sentido y no, como lo interpretan algunos miembros permanentes del Consejo de Seguridad, un veto.
Pero no hay que tenerle miedo a las votaciones. No hay que olvidar que la propia carta de la ONU fue votada, artículo por artículo, en la Conferencia de San Francisco en 1945. Tampoco vamos a hacer de lado aquellas resoluciones que fueron aprobadas por votación. De hecho, muchas de las decisiones más importantes de la Asamblea General fueron aprobadas mediante voto. La Declaración Universal de Derechos Humanos no fue ''un texto de consenso", como se diría hoy, sino el producto de una votación en 1948. El tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares fue aprobado por votación en 1968. Y hay muchos otros ejemplos.
En otros organismos y foros también existe la posibilidad de una votación. A veces se matiza con una frase como ''sólo si se han agotado las demás posibilidades''. Algunos de los países que más defienden la toma de decisiones por consenso en la Asamblea General son los mismos que se opondrían a eliminar las votaciones en foros como los que se ocupan de los derechos humanos. Si en ellos se aplicara la ley del consenso, no habría resoluciones sobre la situación de los derechos humanos en distintos países. Por último, si el consenso es tan bueno, ¿por qué no se adopta como regla en el Consejo de Seguridad? Ahora que se habla tanto de democratizar el consejo, ¿por qué no dar a todos sus miembros los mismos derechos en materia de toma de decisiones?
* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores y presidente de Desarmex, AC