Usted está aquí: martes 15 de marzo de 2005 Opinión Insurrecciones, sumas y restas

Marco Rascón

Insurrecciones, sumas y restas

Tejido con el proceso de desafuero, se han ido mezclando los temas de la posibilidad de una insurrección y los peligros de ruptura institucional. Ya sea como advertencia, amenaza, consecuencia o estrategia se invoca el peligro insurreccional y algunos han dicho que el acto de desafuero e inhabilitación pudiera ser el detonante de una nueva revolución en México.

Es obvio que nuestro país necesita una revolución. Para transformar lo malo en bueno se necesita una revolución (una masa de cambios), que propuso un amplio movimiento que inclusive la denominó "revolución democrática", a fin de deslindar y sortear los peligros de una revolución armada ante los excesos del viejo régimen priísta que se prolonga hasta nuestros días; luego se hizo partido. Una revolución democrática para transformar, no para parchar al país. Para el grupo neoliberal salinista-zedillista y la vieja derecha ultramontana, el concepto les pareció una afrenta, por ello al PRD originario no se le combatió como opositor electoral, sino en calidad de enemigo del estatus neoconservador, plagado de intereses trasnacionales con clara inspiración desde Washington.

Paradójicamente, un político del salinismo llamado Manuel Camacho Solís, frente al empuje perredista contra la usurpación y la insurrección del EZLN en Chiapas, escribió un libro que tituló Cambio sin ruptura, luego de ser, junto con Carlos Salinas, quien pactó con el PAN (Luis H. Alvarez y Abel Vicencio Tovar) detener el avance cardenista, inventando la idea que el gobierno no sólo se legitimaba con votos, sino "también con actos".

La dirección cardenista de 1988 de seguro cometió varios errores en aquel momento, pero ninguno fue traición. Tanto aquella dirección como la del EZLN en 1994 querían ganar, avanzar y no las habituales masacres. Sortear este riesgo exigió decisiones, por ello ni Cárdenas ni Muñoz Ledo ni Heberto Castillo, ni nadie impulsó ni propuso una insurrección popular armada, como tampoco seis años después el subcomandante Marcos y el EZLN -pese a que en la Primera declaración de la Selva manifestaban el objetivo militar de marchar hasta la ciudad de México- (por prudencia y responsabilidad) tuvieron que quedarse en San Cristóbal y regresar a sus posiciones originales. ¿Alguien podría decir que hubo traición por aquel repliegue, cuando en la ciudad de México, de influencia cardenista, miles exigían alto al fuego?

Tanto en 1988 como en 1994, luego del impulso de la insurrección con votos en la primera, y con armas en la segunda, se apostó al largo plazo.

Cuauhtémoc Cárdenas cometió el error -creo yo- de no haberse declarado "presidente constitucional electo", y llamó a la caída del sistema y al fraude "un golpe de Estado técnico", de la misma manera que hoy el subcomandante Marcos caracteriza la posibilidad de desafuero de Andrés Manuel López Obrador. ¿La respuesta será un llamado a las armas "para no rajarse"?

En aquellos momentos de 1988 Manuel Camacho, como representante de Carlos Salinas en Washington, endureció la posición y señaló que "no entregarían el gobierno". Lo dijeron los salinistas en todas partes como desafío a la movilización y como amenaza. También, paradójicamente, aquel 6 de julio de 1988 López Obrador era dirigente del PRI en Tabasco e hizo campaña y votó por Salinas. Semanas después renunció al tricolor no por el curso nacional, sino por consideraciones locales: le fue negada su candidatura a gobernador de Tabasco.

Camacho es hoy el principal asesor de López Obrador; ambos son la vanguardia del PRD y, contrario a su tesis sobre el cambio gradual, no insurreccional, ve desde otra perspectiva la ruptura a partir del desafuero: ya no es cambio sin ruptura, sino regocijo perverso amenazar con la fuerza de sus anteriores adversarios.

Es difícil considerar una respuesta insurreccional desde ese grupo, pues ni la dirección lopezobradorista, hegemonizada por salinistas y zedillistas (ninguno se ha autocriticado respecto a sus posiciones anteriores) ni el PRD tienen la estatura ética, ideológica, legal ni voluntad para llamar a una insurrección. No es falta de confianza en la capacidad organizativa y la voluntad de los mexicanos, sino en la dirección. La idea extraña de que ya se integran desde hoy "comités de resistencia" para cuando se ponga fecha al desafuero, es un llamado no a detener, sino defensivo, de resta, y va hacia una nueva derrota. A diferencia de 1988, cuando la tarea era sumar, la estrategia de la confrontación, las alianzas secretas y sin principios restan.

Cárdenas hoy, como representante de una corriente histórica y democrática nacional que necesitaría cualquier bloque de izquierda para hacer mayoría, es declarado enemigo de la "unidad" del PRD. Desde la soberbia lopezobradorista de las encuestas han sustituido la tarea de sumar por la de restar y hacer de la fuerza original del movimiento democrático y sus principios parte del complot.

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