¡Qué susto!
Ricardo González, El Arriero, recién alternativado salió a recibir a su segundo enemigo de la ganadería de Santa Rosa de Lima. El toro se revolvió al sentir al torero y se lo echó a los lomos y a tirar cornadas a diestra y siniestra, al caer el torero a la arena. Lo levantaron las asistencias con el rostro ensangrentado que le escurría de la frente. Afortunadamente para El Arriero, el cuerno no penetró y todo quedó en una cortada grande en la piel y una paliza. En las entretelas de la mente circulaban renglones de La historia del ojo.
Triste final de una temporada en tarde primaveral, en el que brillaron rayos de sol en el ruedo y la hermosura del cielo le daba vida y calor a la plaza. Lástima que los toreros nuevamente no pudieron con los toritos de Santa Rosa de Lima. Salvo el de la cornada, todos se dejaron torear a pesar de la debilidad. El segundo por sus venas se toreaba y planeaba al embestir soñando con las vaquillas. La sangre brava le vibraba y su matador Christian Aparicio ni se enteró y la oportunidad soñada de triunfar se le escurría por el sudor de las manos. El toro y la tarde los va a recordar toda su vida.
Con el primero de la tarde recibió la alternativa El Arriero. El toro fue al caballo recargó, noblote, repetidos y fijo, mas el torero se perdió por los senderos del ruedo. Eso sí, lo mató de un estoconazo, un tanto caída. Paco Muñoz desconfiado, sin sitio, igual que sus compañeros, pasó sin pena ni gloria. En repetición esperada, novillitos de dulce para los Ponce y Julis y las corridas duras para los desesperados, que poco torean y difícilmente pueden salir avantes en estos trances.
En suma, corrida que debió ser triunfal en marco esplendoroso, sólo dejó en los aficionados la sensación de que un joven torero, pendía de los pitones del toro más hecho de la corrida, cual muñeco de oro que burlaba la muerte. Todo frente a una guapa novia a la que antes había brindado su vida y en un descuido la muerte.