Usted está aquí: lunes 14 de marzo de 2005 Opinión Demócratas

León Bendesky

Demócratas

Este es un tiempo de fuerte cuestionamiento para las democracias. Tan es así que el valor intrínseco que esta modalidad del orden social parece tener para sus más tenaces defensores, debe imponerse materialmente a la fuerza sobre diversas sociedades en una especie de nueva cruzada.

Tan es así, igualmente, que debe replantearse cada vez más, y en ocasiones de una manera que parece demasiado forzada, la imagen del régimen democrático como un sistema capaz de promover fines que no son necesariamente compatibles.

Entre ellos, y ubicados en el terreno económico, están la eficiencia y la equidad. Estos son términos que en el capitalismo están marcados por las condiciones de la competencia en los mercados y las fuerzas que inciden sobre la persistente tendencia a la concentración del ingreso y de la riqueza frente a la pobreza y la marginación, con un estrato medio que enfrenta crecientes restricciones.

En todo caso hoy es muy evidente la dificultad que tiene la democracia para extender de modo efectivo las posibilidades de la libertad, en sus más variadas expresiones, junto con aquellas de la civilización y, en este caso, a veces incluso en sus manifestaciones más básicas y simples.

Estas cuestiones son sólo algunos de los aspectos que constituyen las contradicciones de la democracia, mismas que puede en ciertos casos atemperar y en otros, tal vez los más, se agravan de modo permanente, pero que ciertamente no logra superar. La democracia exige por ello una constante crítica y arreglos, hay que moldearla en una lucha constante de intereses que se disputan, la mayoría de las veces en un entorno de mucha desigualdad. Nunca se puede estar conforme con el entorno democrático en que se vive, menos aun en sociedades como la nuestra.

El espectáculo de la democracia puede ser en ocasiones muy estimulante, pero en otras, lo que se hace en su nombre es bastante repulsivo. A esas contradicciones estamos sometidos todos los días en la aldea global. Y eso no necesariamente ordena mejor nuestra concepción de la democracia y del conjunto de los valores que dice promover: igualdad de derechos, de oportunidades, bienestar, tolerancia y más.

La democracia ha padecido siempre estos conflictos internos, están en su naturaleza, y entre las numerosas formas en que se le ha caracterizado, la que propuso Arthur Rimbaud acerca de muchos de quienes la impulsan con convicción y, sobre todo, los que lo hacen con cinismo, sigue siendo atractiva: "Reclutas de buena voluntad, nuestra filosofía será feroz; ignorantes para la ciencia, hábiles para la comodidad; que el resto del mundo reviente. Es la verdadera senda. ¡Adelante, en marcha!"

Así va, en esa marcha, la democracia a la mexicana. La débil condición de esta democracia es hoy aquí muy visible y sus manifestaciones parecen una vuelta al pasado o, en el mejor de los casos, un barco sin rumbo. Es como si el cimiento sobre lo que basó el "gobierno del cambio" su legitimidad inicial, ganada en las urnas en 2000, se haya ido resquebrajando de modo rápido hasta dejar la construcción tullida. ¡Qué enorme pérdida! La disyuntiva que eso abre es poco alentadora.

El campo de la democracia a la mexicana está lleno de disputas estériles y mañosas. Con ellas se esconden otras que a muchos conviene mantener ocultas. Eso está en el fondo de la terca reyerta con el Gobierno del Distrito Federal. La victoria que quiere el Presidente sólo podrá ser pírrica.

La debilidad política abarca a todos los partidos plagados de altercados e ineficacia. La derecha, que pretendía tener algo de lucidez, ha sido marginada del PAN literalmente hasta las lágrimas. El priísmo se deshace en sus propias rencillas entre las distintas corrientes y sus muy gastados personajes y, de no ser por la fuerza que aún retienen, como grupos y como individuos, sería sólo una tragicomedia. La izquierda, muy golpeada de fuera y entre ella misma, no acierta a imponer una visión de lo que quiere del país y así se le pasa el tiempo, aunque logre avanzar electoralmente y gobierne en varios estados. De los demás partidos representados en el Congreso tal vez pueda decirse que la mayoría vive cómodamente de la renta que pagamos los ciudadanos.

Pero prácticamente estamos al borde de las elecciones de 2006, y los demócratas mexicanos de profesión no apuntan por ahora a nada razonablemente atractivo. El foxismo no representa ya una opción, se ha desperdiciado y quiere convertirse en martismo, establecido con un carácter abusivo a partir de su posición de privilegio de donde emana su fuerza, por cierto bastante antidemocrática.

La democracia que tanto gusta en el gobierno no tiene un sustento político sólido, menos aún en el ámbito económico. A cada dato que conviene se le adjudica un éxito que no existe. El tiempo que debe pasar hasta las elecciones exige de mucho cuidado y responsabilidad de todas las partes, no hay garantías y aun así no hay un buen sustituto para la democracia.

 
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