Usted está aquí: lunes 7 de marzo de 2005 Sociedad y Justicia Los jóvenes, una clase con el signo de la rebeldía

Los jóvenes, una clase con el signo de la rebeldía

Ampliar la imagen La m� es uno de los espacios en el cual los j�es logran mostrar sus emociones e inconformidad con los esquemas sociales. La imagen corresponde al festival Vive Latino, que se realiz� el Foro Sol el a�asado FOTO ALFREDO DOMINGUEZ

CLAUDIA HERRERA BELTRAN

Pollos, perros preparatorianos, dandys, pistolos, rebeldes, rocanroleros, onderos, jipitecas, pandilleros, cholos, chavos banda, punketos, darketos, tecnos, cegeacheros. Desde finales del siglo XIX la sociedad mexicana ha representado a la juventud con un conjunto de imágenes en las que subyacen no pocas veces el temor a lo diferente, a quien pretende romper con las tradiciones.

Empeñados en reconstruir estas historias, donde las referidas representaciones pueden servir de coordenadas, un grupo de sociólogos, historiadores, politólogos y antropólogos elaboró durante dos años una amplia investigación sobre el devenir de los jóvenes desde el Porfiriato hasta la actualidad.

El libro Historias de los jóvenes en México, editado por el Instituto Mexicano de la Juventud, la Secretaría de Educación Pública y el Archivo General de la Nación, elabora en más de 400 páginas un mapa inédito sobre este sector social que fue ganando peso hasta convertir a México en un país de jóvenes, pero que, hasta hace unas cuantas décadas, no tenía derechos reconocidos, porque, se decía, lo alcanzaría cuando llegara a la edad adulta.

En este panorama juvenil se abordan tópicos como la burguesía porfiriana, el surgimiento de grupos de choque estudiantiles, la participación de los jóvenes durante el cardenismo, el proceso de formación del sujeto juvenil de izquierda en la UNAM, cómo llegó el rock a México y diversos aspectos de las generaciones de las décadas de los 70, 80 y 90.

José Antonio Pérez Islas, coordinador de la obra junto con Maritza Urteaga Castro-Pozo, explica que este recorrido significó la oportunidad de ir más allá de los enfoques habituales que encasillaban al joven en el ámbito de los movimientos estudiantiles.

"En la mayoría de los estudios aparecían los sectores privilegiados de la sociedad, como los intelectuales del Ateneo de la Juventud, los estudiantes que lucharon por la autonomía universitaria o en el movimiento del 68, pero faltaba saber qué ocurría con las mujeres jóvenes, con los obreros, con los campesinos, que en su momento eran invisibles."

Fuera del estudio de los sectores de elite del país, lo que había era fundamentalmente una visión policiaca del tema, los menores infractores, los delincuentes. "Nos parecía que eran los dos extremos y en medio no sabíamos nada de los jóvenes."

Así, en 12 capítulos, los autores describen de qué forma los jóvenes se hicieron presentes en diversos aspectos de la historia del país, pero también recogen situaciones que muchas veces quedan silenciadas, como son sus vidas cotidianas.

Ejemplo de lo anterior es el capítulo Cómo se enamoraban madres y abuelas de antaño. Cortejo y noviazgo 1900-1960, escrito por Mar-tha Eva Rocha Islas, que describe los códigos de comunicación amorosa que desarro- llaron los muchachos para hacer frente a una sociedad profundamente represiva de la sexualidad.

La tarea de recopilar distintas miradas sobre lo juvenil no fue sencilla. Pérez Islas explica que primero hicieron un inventario de proyectos de investigación sobre la juventud en México y hallaron que algunos investigadores ni siquiera los habían concebido así, porque en el pasado no había una idea de juventud o ésta era vaga.

La travesía por las historias juveniles se complementa con material gráfico del Archivo General de la Nación, que permite entender por qué durante mucho tiempo ser joven no significaba otra cosa más que ser casi adulto. Fotografías de la primera mitad del siglo, similares a las que cualquier familia mexicana conserva, muestran a señoritas vestidas de igual forma o parecida a sus madres o abuelas.

Pérez Islas lo explica: "Los jóvenes de mitad del siglo XX no se diferenciaban mucho de los adultos; se vestían como ellos, porque la idea era convertirse en adulto lo más pronto posible, porque en ese momento ganarían ciertos derechos que como jóvenes no gozaban."

Los rebeldes sin causa del siglo XIX

En el capítulo dos, Urteaga Castro-Pozo hace un valioso repaso de las distintas imágenes juveniles del México moderno, y recuerda cómo se estigmatizaba a los jóvenes que "transgredían" las formas institucionales del deber ser desde hace más de 100 años.

Rememora que a partir de la publicación del libro Ensalada de pollos (1871), del escritor José Tomás de Cuéllar, se co-mienza a llamar a los jóvenes así (pollos). Es decir, "bípedo(s), de 12 a 18 años de edad, gastado(s) en la inmoralidad y en las malas costumbres".

"Cuéllar los clasifica en cuatro tipos: 1) pollo fino, hijo de madre mocha y rica y gallo de pelea, ocioso, inútil y corrompido por razón de su riqueza; 2) pollo callejero, hijo bastardo o sin madre, hijo de reformistas, tribunos, héroes y matones y descreídos liberales; 3) pollo ronco, de la misma raza que el callejero, distinguiéndose por ser plagiador, y 4) pollo tempranero, respecto a los otros tres, pues con menos edad tiene más vicios y el co-razón más gastado".

Las pollas, agrega la autora, alimentan la segunda imagen femenina que aparece dibujada en este periodo. Unas son de alto copete: adineradas, con instructores y profesores particulares en casa; asistían a clubes, restaurantes, fiestas, bailes y tenían una socialidad intensa con otras jóvenes. Mientras que las pollas de bajo copete pertenecían a las clases medias, hacían lo imposible por vestir bien, asistían a funciones gratuitas, a las comedias de aficionados y a los bailes, vivían en vecindades e imitaban a las pollas ricas.

Hoy se pueden encontrar definiciones parecidas de los jóvenes, aunque con otros adjetivos: fresas, yupis, chavos banda, pero en esencia describen a un mismo personaje, el joven.

Un aspecto que distinguió al México porfirista, añade el texto, es que los estudiantes eran escasos, pertenecían a la clase media o alta, no tenían organización gremial y estaban mucho más integrados al sistema porfirista de lo que tradicionalmente se acepta.

Más allá de lo que fueran los jóvenes, el poder político establecía un deber ser. En este recorrido, los estudiosos describen que desde los años del alemanismo la imagen institucional era aquella del joven integrado, escolarizado y deportista.

Pero en esos años, la cara oculta del sueño mexicano podía encontrarse en ciertos jóvenes de los sectores populares urbanos que fueron retratados por Luis Buñuel en la película Los olvidados, además de los pachucos y los pandilleros.

Nuevas culturas

Por medio de este repaso cronológico de las culturas juveniles de este siglo, aparecen los rebeldes o rebecos de los años 50, primer modelo estadunidense de juventud impulsado por la industria cultural, que representa a los violentos y cuestionadores del mundo heredado de sus padres.

Cuando se habla de jóvenes es inevitable referirse al rock and roll. En esta publicación hay un apartado especial sobre el tema. Pérez Islas explica:

"México fue el primer punto que em-pezó a reproducir esa cultura proveniente de Estados Unidos, y es donde más rápidamente la industria cultural asume el movimiento musical y se convierte aceleradamente en un negocio. Por ejemplo, fue el primero que empezó a traducir le-tras en español."

Del rock, Historias de los jóvenes en México describe el movimiento jipiteca de finales de los 60, el surgimiento de los chavos banda contrapuestos a la juventud burguesa, representada por los fresas.

Las imágenes recientes de la investigación abarcan a los tecnos, seguidores de la música electrónica; los jóvenes vaqueros bailando música grupera; los cholos y, por último, el movimiento estudiantil de 1999, que fue producto de la masificación de la enseñanza, la burocratización de los cuadros administrativos, el abandono académico y la politización partidista en las universidades.

 
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