Usted está aquí: jueves 24 de febrero de 2005 Gastronomía ANTROBIOTICA

ANTROBIOTICA

Alonso Ruvalcaba

Miscelánea glotona

Le Petit Four

SAN MIGUEL DE Allende un pueblo para gringos en retiro; por lo menos en el centro, todo está bien acomodado, limpio, rosa y respingado. Caro también. Está, por ejemplo, la muy bonita Capilla y su tienda/restaurante compañero: El Atrio de la Capilla (Cuna de Allende 10), que ocupan un predio del siglo XVI preciosamente restaurado; para picar vale la pena el brie servido con chutney de mango; está Harry's (Hidalgo 12), que también es tienda y restaurante: la primera para saciar la sed de quesos: cheddar gran reserva, stilton de Glouchester, roquefort Papillon, y de mariscos: callos de hacha del tamaño de un puño; el segundo para el coctel (por cierto, tienen un nada desdeñable martini wednesday, 2x1, todo el día y toda la noche) con espíritu de Nueva Orleáns, pero en un ambiente que se cae de maduro: un paisaje de cabezas que chocan como pequeños montículos de plata. Hay que pedir el jambalaya, esa como paella venida a más con su salchichón semidulce, y la doble chuleta de cerdo bronceada en especias cajún con salsa de champiñones al chipotle. (En las afueras están La Barcelonesa y el Asador Catalán [carretera San Miguel-Querétaro km 9.5]: llévate el fuet y la penetrante sobrasada; prueba el lechón con piel de caramelo, esa obsesión reciente de Antrobiótica.) Pero, en realidad, el mejor momento de San Miguel está en Le Petit Four (Mesones 99-1), una patisserie/café/bar encantadora, con cocina a la vista, en la que mujeres dejan las manos en nombre de panes, mousses, galletas, pasteles perfectos... Llegados al mostrador son aún más delicados. Tomar un café ahí, sobre el platito un pain au chocolat, que se cruje sólo ligeramente y luego se deshace al contacto con la lengua, mientras sobre el centro de San Miguel cae el sol naranja de las cinco de la tarde, ¿qué más podrías pedirle a este pinche mundo?

Vindicación del Mitote

HACE ALGUNAS SEMANAS anunciamos aquí una tristeza. Imposiblemente, Mitote, ese querido local de tapas en Amsterdam, decorado con una entrañable personalidad doméstica, había dejado de vender vino para dedicarse al chupe fuerte y sin cortapisas o, en todo caso, a la chela. Eso nos dijeron o eso entendimos en una noche lamentable. Una nueva visita nos devolvió a los conversos: Mitote vende tanto vino como siempre -ignoro si mucho o poco. Aunque su administración ha cambiado, hay otras cosas que mantienen: su política de "no nos llevamos con los bancos" (o sea: puro efectivo), las estupendas patatas bravas y los ricos montaditos de chistorra. Está bien, siquiera en este caso, que el mundo no haya girado.

Amsterdam 53, Hipódromo Condesa. 5211-9150

Menú cuaresmeño

EL MESON DEL CID estuvo ahí desde siempre -su madreador pan con alioli, su ternera rellena de cerdo, de pato, de pollo, de pichones, como una mamushka comestible, su sensacional lechón roto a punta de platazos-, pero como que ya se nos había olvidado. En estos días y hasta el 15 de marzo proponen un menú de cuaresma con cosa buena: pulpo à feira con aceite, pimentón y sal gorda; grasositas sardinas frescas a las brasas; un bisque de mejillones que sabe mucho mejor de lo que se ve, y un bacalao al ajo arriero de sabores muy profundos que se antoja para el recalentado de la santa cena. (Eso sí, los vinos especialmente escogidos para el menú podrían estar mejor.) Si la cuaresma ya a nadie le sirve para el recogimiento, si nadie quiere darle un supremum vale a las terribles exigencias de la carne -lo cual, claro, está muy bien-, al menos hay que entregarnos a una gula digna del fin del mundo.

Humboldt 61, centro. 5521-1661

El centro en un (último) gran plato

Y CON ESTE, carajo, prometemos darle fin a la fijación céntrica. La fonda de Chon implica un ligero desvío de la geografía del llamado Perímetro A, y también de prácticamente todas nuestras costumbres gastronómicas. Es, se supone, el único restaurante en la ciudad que sirve pura comida prehispánica (con una escapada a comida corrida totalmente previsible). Hay que ir con la mente y el estómago dispuestos a la sorpresa. Y si sus panuchos de venado son respondones, y venerable su armadillo con mango, e intenso su pato en salsa borracha, el jabalí en salsa de chile costeño, suave de textura, denso de sabor, peleón y bravo, pero no demasiado picante, y acompañado por frijoles fritos, refritos y vueltos a refreír simplemente no tiene par... Dan ganas de salir de la ciudad, buscar en la llanura una bestia así, semidesnudos y hambrientos, cazarla con arco y flecha, y cocinarla con un montón de chiles en la fogata, como si los últimos siglos del mundo nunca hubieran sucedido.

Regina 160, centro. 5542 0873.

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