Usted está aquí: viernes 18 de febrero de 2005 Cultura El Quijote y el ser

José Cueli

El Quijote y el ser

El Quijote fantasmal, visión de aquello que constituye la seguridad (y que Freud quebrantó al enunciar que el hombre no era el centro de nada) vislumbró que nada era seguro. En sus aventuras pierde la identificación en sus libros y en una labor fínisima se va desajustando, trastocándolo todo, a pesar de la negación, en su incesante poderío de deterioro y de transformación que sorprende y engaña. Desintegración tan inevitable como inmutable de lo que había sido el ser de las cosas: la imagen permanente del mundo. El Quijote advierte que no es el trayecto lo que importa como el ser y que solemos confundir con la vida que nos rodea.

Cuando el Quijote se incorpora como un personaje más del medio ambiente que lo circundaba, el mundo se le conturba y a pesar de negar delirantemente, comienza a transparentarse, moverse, deslizarse, difuminarse, como una transgresión decepcionante y pavorosa, el espectro de lo vertiginoso, de lo inalcanzable; la verdadera faz del mundo: la inasibilidad, la ''falta''. Las cosas en las que habían creído (la justicia, la libertad) al fragmentársele lo dejan impávido ante el vacío inexplicable en que se le convirtió lo viviente; engañado, buscaba una y otra vez la comparsa perdida.

La esperanza del Quijote (recordemos el verso de Segovia) consiste en la sustancia de las cosas que se esperan. Espera que consiste en aceptar lo que se siente que se tiene. Revestir la vida de espíritu, de ser espíritus espoleados por el anhelo de su categórica intuición creadora: el ser existe y es fluir del tiempo. Y es más, sólo el ser existe.

La contienda entre el ser y su apariencia, como demuestra Heráclito, colocado muy cerca de las lides de Freud y el Quijote es a contracorriente. Ellos ponen el acento en sentido contrario a la unidad, la centralidad, la fijeza y la sistematización. Descubren que todo parecía estar hecho de vaguedad, diferencia y mudanza. Que todo se movía, se tornasolaba, se disgregaba, desaparecía, volvía a aparecer.

Heráclito, con la vigencia y modernidad del Quijote y el pensamiento freudiano, descubre la falta de fijeza de las cosas y se queda prendado de esa incesante transformación enloquecedora que hace que cada momento, en cuanto realidad, sea un inquietante fluir inasible; encontrando la manera plástica de enunciarlo con la famosa imagen del hombre que no puede bañarse dos veces en el mismo río, porque éste ya no es el mismo, ha dejado de ser lo que era, no volverá a serlo jamás. Por tanto, enuncia: nada nace si nada muere, todo se transforma. Y es que la variedad perpetua de las cosas, el centelleo de su incansable mutación pudiera engendrar la constitución natural del ser. Siendo así, el ser sería variedad, flujo y reflujo de un movimiento constante.

Es así como al Quijote todo se le iba desmadejando brumosamente hasta darle la impresión de que nada era nada, de que todo era una ilusión, un sueño y ''los sueños, sueños son''. Ni de ellos somos dueños. Mas como dijo Nietszche: tenemos que seguir soñando.

El Quijote confunde lo aparente con lo real, lo fenoménico con la sustancia y de esta confusión había de registrarse su desencanto brusco y progresivo, el desvanecimiento de sus ideales como un sueño que se había confundido con la vida.

El andar no es otra cosa que tiempo puro, temporalidad discontinua, pensamiento de la diferencia. Camino en el que aparece lo impalpable, lo misterioso, el ser, ''eso'' que se nos escapa siempre, se nos va de las manos.

 
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