Usted está aquí: lunes 14 de febrero de 2005 Política Reforma migratoria: las tareas de México

Jorge Santibáñez Romellón*

Reforma migratoria: las tareas de México

Como si realmente el tema le fuera prioritario y estuviera dispuesto a invertir capital político, el presidente George W. Bush ha retomado recientemente el tema de una eventual reforma migratoria que se traduciría en un programa de trabajadores temporales que otorgaría permisos hasta de tres años, renovables, a algunos de los extranjeros que hoy residen en Estados Unidos de manera indocumentada y, eventualmente, a nuevos inmigrantes.

Ha quedado también bastante claro que no se trata de un acuerdo migratorio ni de un proceso de regularización masiva de indocumentados, algo que por cuestiones políticas la reforma propuesta rechaza tajantemente, y que el permiso será para trabajar temporalmente en aquellos empleos que los estadunidenses "no quieran". Sin embargo, aún no queda claro cuántos permisos de trabajo temporal otorgaría este programa ni cuál sería la distribución entre aquellos inmigrantes que ya están Estados Unidos y para los que aún no entran a ese país: si habría preferencias entre ellos o si se privilegiaría a familiares o a regiones, y muchas otras preguntas cuya respuesta será fundamental para saber qué tan bueno o qué tan malo es este programa.

En este contexto, más allá del manejo discursivo, en México deberíamos empezar a pensar y a actuar para aprovechar de la mejor manera este programa, ya que aunque no se trata de un acuerdo ni las autoridades mexicanas estarán formalmente involucradas en su operación, el papel que podemos jugar puede ser muy importante, siempre y cuando hagamos lo que no hemos hecho en muchos años, es decir, nuestra tarea, misma que consistiría en diseñar e instrumentar estrategias para usar ese programa y no sólo formular declaraciones, criticando, aprobando, rechazando o alabando dicho programa. Ahora bien, ¿cuál es esa tarea?

Lo primero que hay que distinguir es que para México serán necesarias estrategias diferenciadas para los mexicanos que ya están allá y para los que aún no se desplazan a Estados Unidos. Para los que están allá, México tendría varios problemas que resolver. Desde una perspectiva meramente laboral, tendríamos que pronunciarnos a favor o en contra de las condiciones de trabajo, del tipo de empleos, de los escenarios al final del permiso, del acceso a servicios de salud y gestión de los riesgos y accidentes de trabajo; sobre las condiciones de renovación, del pago de impuestos y otras prestaciones que obviamente estos trabajadores no recibirían, como por ejemplo los servicios para sus familias o los fondos de pensión y jubilación.

Según como el programa contemple estos aspectos, México podría promover o inhibir la participación de mexicanos en este programa. Desde la perspectiva meramente política, un mal manejo de nuestras autoridades podría provocar reacciones muy negativas de las organizaciones de mexicanos en Estados Unidos y de los sindicatos, ya que estas organizaciones han pugnado por una regularización masiva y definitiva, lo cual les daría "la base" que hoy aparentemente no tienen, y ése es precisamente el punto que rechaza la propuesta de Bush. Así, si el gobierno de México se convierte en promotor de este programa, sin alternativamente promover la agenda de las organizaciones de mexicanos en Estados Unidos, muy probablemente se vea sometido a críticas allá y a presiones políticas acá, las cuales, ya se sabe, no nos caracterizamos por sortear con destreza y oficio político.

Con respecto a los mexicanos que están en territorio mexicano, y que bajo este programa, si es que así lo permite, deseen ir a Estados Unidos de manera temporal, las preguntas a las que habría que encontrar respuesta son de gran trascendencia. Abordemos sólo una: el control de nuestros propios flujos. Veamos. Tendríamos que abordar la cuestión del control de nuestros flujos internos, que invariablemente se ha enfrentado al intocable tema mexicano de la "libre circulación". Una de las razones que fundamentan este programa, desde la perspectiva estadunidense, es precisamente eliminar el cruce indocumentado para entonces dedicarse exclusivamente a detener en la frontera a individuos más riesgosos (narcotraficantes o terroristas).

Para ellos de nada serviría un programa que otorgara, por ejemplo, 350 mil visas temporales si al margen de este programa cruzaría de manera indocumentada otra cantidad similar de emigrantes mexicanos o centroamericanos. El asunto no es trivial. Según estimaciones de El Colegio de la Frontera Norte, en México habría anualmente más de un millón de personas que serían candidatos para este programa. Como ni remotamente Estados Unidos estaría dispuesto a otorgar un número tal de permisos sólo para México, tendríamos que encontrar el equilibrio entre los permisos que se ofrecen y los empleados que los quieren, y ese equilibrio, en mi opinión, por desgracia, está en el control.

Si el programa se ofrece a nuevos inmigrantes, México tiene oportunidad de abordar, por fin, el espinoso tema del control de sus flujos migratorios. Si no lo hace o si el programa no contempla nuevos inmigrantes, realmente no hay razón para estar contentos.

* Presidente de El Colegio de la Frontera Norte

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