Usted está aquí: lunes 14 de febrero de 2005 Política La averiguación del caso Pável, plagada de inconsistencias, aseguran familiares

Cambios en los resultados de la autopsia, una de las más graves contradicciones

La averiguación del caso Pável, plagada de inconsistencias, aseguran familiares

Todo su cuerpo tenía sangre y tierra, pero su ropa estaba limpia, revela su madre

BLANCHE PETRICH

Ampliar la imagen Lourdes Gonz�z, madre de P�l FOTO Carlos Ramos Mamahua

A finales de noviembre del año pasado, la agencia 50 del Ministerio Público, que tiene a cargo la investigación del asesinato del estudiante Pável González, convocó a sus padres, Lourdes y Mario González, para entregarles los objetos personales del joven: su ropa, una mochila vacía y poco más. "Nos dio la impresión -dicen- de que era un primer paso para cerrar el caso. Como que tuvieran prisa por deshacerse de él." Su temor es que concluyan dictaminando que Pável se suicidó, apoyados en una nota manuscrita encontrada en uno de sus cuadernos y desestimando todos los demás indicios que apuntan en sentido de un homicidio, incluyendo rastros de maltrato físico que constan en la autopsia.

La madre, Lourdes, recuerda sus primeras impresiones cuando vio el cuerpo de su hijo tendido en la plancha de la agencia de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal en Tlalpan: "Supe de inmediato que a Pavelito lo torturaron terriblemente. Tenía un tajo muy grande, profundo, en la nuca, manchas como huellas de dedos en el cuello, heridas en las muñecas, como si hubiera estado amarrado, un chipote en la frente y sangre en la nariz, en el pecho, en las rodillas. Estaba desnudo, todo cubierto de tierra desde el pelo hasta los pies. A su lado estaban su camiseta y su pantalón, doblados. En medio del dolor y la impresión del momento, recuerdo que pensé que era raro que todo su cuerpo tuviera sangre y tierra y que su ropa estuviera limpia, bien dobladita".

Esas primeras impresiones darían más adelante a los señores González elementos para plantear serias dudas sobre la hipótesis del suicidio, la única línea de investigación que hasta la fecha ha trabajado la Fiscalía Central de Investigación para Homicidios -expediente FACI/50/379/04-04- a pesar de que el hecho está denunciado como homicidio doloso.

Pável desapareció el lunes 19 de abril. Fue reportado el día 20 a Locatel y el 21 al Centro de Atención a Personas Extraviadas (CAPEA). Fue hallado, colgado de una cruz, por paseantes en la zona del Pico del Aguila, en el Ajusco, el 23 de ese mes. Su cuerpo fue rescatado esa misma noche. La familia fue notificada el sábado 24 a las 7:30 de la mañana. Los esposos acudieron de inmediato al MP de Tlalpan y cuando fueron atendidos por un agente que no se identificó, éste les dijo sin preámbulos: "Su hijo se suicidó y dejó esta nota". Les extendió un cuaderno. La hoja anterior estaba doblada. En tres líneas, con una letra que en principio les pareció de su hijo, decía: "Padre y madre, no culpen a nadie de mi muerte. Cuiden a mi hermano. Los quiero mucho, Pável". Luego el mismo agente les preguntó: "¿Su hijo era drogadicto, homosexual o depresivo?" Nada más.

Al concluir la autopsia, un médico forense se les acercó para informarles extraoficialmente que el muchacho había muerto por asfixia y lesiones internas y externas provocadas por terceras personas.

Con el paso de los meses y, ante lo que los señores González temen que sea un falso dictamen de suicidio, los recuerdos de ese primer día frente al cadáver de su hijo permanecen como piezas que no encajan en la línea oficial de la averiguación.

Un viaje planeado, una vida plena y una pluma inexistente

La rutina de Pável, de 21 años, estaba llena de actividades políticas y académicas. Estudiaba dos carreras: estudios latinoamericanos en el CELA de la UNAM y etnología social en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Cooperaba con el proyecto de cafeterías Smaliyel, ligadas a los municipios autónomos zapatistas, era activista altermundista, hacía deporte y tenía un montón de amigas y amigos. Tenía en puerta un viaje de prácticas con sus compañeros de la ENAH a la sierra de Puebla. Chateaba con otros altermundistas en diversos puntos del planeta. Típico universitario.

El último domingo en familia, el 18 de abril, lo recuerdan así: "temprano nos fuimos todos a correr al canal de Cuemanco. Pável tenía buena condición, se echó 5 kilómetros y nos dejó con la lengua de fuera. Por la tarde ayudó a su papá a afinar y encerar el coche. Por la noche salió a comprar el pan, regresó a cenar con nosotros y Mario Alberto, su hermano menor". Fue una velada apacible. Destaparon una botella de vino. Todos se acostaron temprano esa noche.

El lunes salieron en el auto familiar a Ciudad Universitaria. Mario se quedó en su oficina, un local del STUNAM, y Pável tomó ahí su bicicleta. Asistió a clases de 11 de la mañana a la una de la tarde, pero a partir de ahí se le pierde la pista. Tenía turno como voluntario para atender la cafetería Smaliyel de 15 a 17 horas, pero no acudió. Extrañamente, en ese local apareció su bicicleta. Había quedado en ver a unos amigos en una conferencia sobre lengua tojolabal a las cinco de la tarde, pero no llegó. Había dicho a sus padres que llegaría tarde a su casa. Ya no regresó.

"Estaba pasando una buena temporada -asegura su madre-. Había superado la depresión que tuvo cuando la huelga de la UNAM fue rota violentamente hace tres años, y leía mucho: ciencia ficción, marxismo, filosofía."

Esa tercera semana de abril fue de peregrinar en las delegaciones, de pegar carteles en el Metro, en Ciudad Universitaria, en los postes de las calles. De revisar con sobresalto y espanto los álbumes de la policía capitalina con las fotos de atropellados, asesinados, accidentados y extraviados de esta ciudad. De insomnio y pesadillas. Hasta que toparon, la mañana del sábado 24, con su cadáver en la plancha de la agencia 50 de Tlalpan.

De entonces a la fecha, Lourdes y Mario González han visto el desarrollo de una averiguación plagada, dicen, de inconsistencias, omisiones y contradicciones.

La primera, la hora de la muerte establecida en el expediente. El acta médica inicial señala que llevaba alrededor de 17 horas de haber fallecido. Es decir, habría perdido la vida el viernes 23, el mismo día en que fue visto por una pareja de paseantes, colgando de la cruz del Pico del Aguila en el Ajusco. Esto obligaría a la policía a investigar dónde estuvo los tres o cuatro días anteriores. Un segundo documento, el dictamen del Servicio Médico Forense, señala la hora de la muerte -cronotanatodiagnóstico, en el argot forense- a 76 horas, lo que indicaría que el cuerpo estuvo colgado en el sitio en que fue encontrado dos días después de su desaparición, miércoles 20.

Otra inconsistencia es la modificación de la primera autopsia. Esta describe: escoriaciones múltiples en frente, nariz, mentón, mejilla izquierda, antebrazo izquierdo, brazo, codo y antebrazo derecho, espalda y en el dorso de ambas manos. Varios de sus dedos tienen laceración ungual. Tenía también heridas por mecanismo corto contuso en distintos puntos de la cabeza, con el hueso al descubierto. También en el paladar. La herida más notoria es el tajo en la nuca, de 26 centímetros de largo y cinco milímetros de profundidad. Tiene lesiones perianales (por violación), fracturas en el cuello y legiones internas en hígado, páncreas, bazo y riñones. La causa de la muerte se describe como "traumatismos y ahorcamiento, doble mecanismo que clasificamos de mortal".

Mes y medio después, la fiscalía decide que es necesaria una exhumación y segunda necropsia, que se realiza el 16 de junio. Esta concluye que las lesiones internas y externas no eran "antemortem" sino "postmortem", que los traumatismos no fueron causa de muerte, sino únicamente asfixia por ahorcamiento. Firman los forenses Jesús Ortega y Eusebio Ramírez, los mismos que signaron la primera autopsia.

¿Y los golpes?

Este cambio de parecer de los médicos forenses, a solicitud de la fiscalía investigadora, inquieta a los padres de Pável. Sobretodo por la explicación que recibieron a su pregunta: "¿Y los golpes?" Las autoridades respondieron que a la hora de bajar el cuerpo del Pico del Aguila el cadáver se les rodó por una barranca por lo menos 60 metros de altura. Pero esa respuesta no satisface a Mario González ni explica las lesiones del paladar, del dorso de las manos, de ambas rodillas (por sometimiento, dice la necropsia) y las escoriaciones perianales.

Según la versión ministerial de los cuatro agentes del ERUM que subieron al Pico del Aguila la noche del día 23 para rescatar el cuerpo que les había sido reportado ese mismo día, iniciaron el ascenso a las 20 horas por la ruta conocida como La Cantimplora, que llega al valle del Tezontle, cerca de la carretera a Jalatlaco. No acudió al lugar el MP, sino solamente los rescatistas y el paseante, Mateo Ruiz Taylor, quien se ofreció como guía. Descolgaron el cuerpo, recuperaron una mochila que estaba recargada al pie de la cruz e iniciaron el descenso a la medianoche. Siguieron también la ruta de La Cantimplora. A la altura del sitio conocido como El Espinazo del Diablo -dicen las cuatro declaraciones de los rescatistas, todas idénticas, con una misma redacción- el cuerpo, que iba envuelto en una lona, se les cayó y rodó 60 metros abajo por una hondonada. Les tomó tiempo recuperar el cadáver y llegaron al pie de la carretera a las cinco de la madrugada del día siguiente.

"Pero algo no encaja -dice Mario González-; para llegar a la cruz del Pico del Aguila hay dos rutas. La de La Cantimplora es más larga pero menos escarpada. Es lógico que de noche hayan optado por ese camino. Sólo que ahí no queda el Espinazo del Diablo. Hay otra ruta, la que pasa por El Abrevadero. Es muy abrupta. Ahí está el Espinazo. De ahí se llega al terraplén de Las Cruces. Y, según dicen en su declaración, ése no fue el camino que tomaron para bajar."

Lourdes añade otra incongruencia: "Dicen que bajaron el cuerpo vestido. Si se les rodó 60 metros es lógico que estuviera cubierto de tierra. Pero ¿por qué la ropa estaba limpia, doblada a su lado, y era su cuerpo desnudo el que estaba tapizado de tierra?"

Y otra más. El acta ministerial enlista los objetos hallados en la mochila de Pável. Sus libros y sus cuadernos, incluyendo el que contenía la presunta nota póstuma y dos botellas de agua. Pero no aparecen sus credenciales ni su agenda. Y tampoco hay pluma, lápiz o huellas digitales. "Entonces -se preguntan los padres-, ¿con qué escribió la nota?"

Ellos sostienen que esas tres líneas no son de su hijo. "El nos decía pa y ma, no padre y madre", dice Mario. Lourdes agrega: "Además Pavelito era muy elocuente en su escritura, muy profundo. Nunca nos habría comunicado de esa forma algo trascendente". Ahora han pedido que se realice un peritaje independiente de la caligrafía de la nota. Están a la espera del resultado.

Son muchas más las dudas y preguntas. Pero temen que la conclusión de la fiscalía de homicidios de la PGJDF las deje sin respuesta.

 
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