Usted está aquí: domingo 13 de febrero de 2005 Cultura ''De nada sirvió lo que se hizo en la Revolución''

Don Antonio Gómez, el último Dorado de Villa

''De nada sirvió lo que se hizo en la Revolución''

Se me figura que existe una situación económica peor que con Porfirio Díaz; siguen la pobreza y la miseria, lamenta

FERNANDO CAMACHO SERVIN

Ampliar la imagen Don Antonio G� Delgado cumple hoy 105 a�FOTO Guillermo Sologuren

Tose y mira fijo. Piensa bien su respuesta desde el fondo de sus ojos de tortuga y sus dedos, ramitas secas. Sentencia:

''Yo he visto como que no se cumplió lo que buscaba la Revolución. Eso a mí me da tristeza, porque soy de los veteranos, y con mucho orgullo y satisfacción lo digo: este viejo es, todavía se considera, uno de los Dorados de Francisco Villa. No fui: soy, porque todavía estoy aquí, platicando."

El lo vio. O tal vez deberíamos decir, él los vio. Supo con sus propios ojos cómo era Pancho Villa el original... y también cómo tomó su lugar quien fuera famoso sucesor. Corrió la milla en su caballo, fue uno de los hombres que forjó este país con sus propias manos y ahora está aquí, contándolo para que no se olvide.

Se trata de don Antonio Gómez Delgado, quien a sus 105 años (nació el 13 de febrero de 1900), es uno de los últimos sobrevivientes de la División del Norte. Aunque su memoria conserva con toda frescura los recuerdos y su voz todavía se enciende de coraje, orgullo y humor, a veces no puede evitar sentirse dolido por la forma en que la Revolución Mexicana fue pervirtiéndose hasta quedar irreconocible.

''Con tristeza -dice- veo un desgarriate, desde el gobierno del sinvergüenza de Venustiano Carranza para acá. Veo el país en muy malas condiciones, porque de nada sirvió lo que se hizo en la Revolución.

"La pelea estalló precisamente por la pobreza y la situación tan crítica que vivimos y que estamos viviendo. Esa fue la razón para que hubiera Revolución y que corriera la sangre por todo el país.

"Pero ¿de qué sirvió que se haya logrado la renuncia de Porfirio Díaz, si la situación siguió? Sin correr sangre pero siguió. Porque ahora se me figura que estamos en una situación económica un poquito peor que la de Porfirio Díaz. Sigue la miseria, sigue la pobreza.

"Mientras el cochino PRI siga manejando al país, estamos fregados. El PRI se la ganó a Porfirio: estuvo más de 70 años gobernando. ¡La cueva de sinvergüenzas que dejó Plutarco Elías Calles!", exclama con coraje.

Su lista de agravios llega también al presente. "Para mí, qué bueno que Fox le dio un pequeño bajón al PRI y lo derrotó. Ahora, ya deberían de mandar al demonio a Carlos Salinas de Gortari, que es el que parte el queso en el PRI.

"Ahí está la cabeza principal del mal manejo y del cochino gobierno. ¿Qué pasó con estos muchachos, Colosio, Ruiz Massieu, Clouthier? Estoy seguro que eso fue cosa de los cabezas grandes en el PRI. Entre ellos mismos ya se han estado haciendo garras, unos con otros."

Para la posteridad

Un flashback: La batalla terminó. Luego de la refriega, las tropas vuelven a la hacienda que han tomado como cuartel, y el bullicio reina otra vez en el patio y los pasillos. Una ola de sombreros se va esparciendo por el lugar, mientras se escuchan comentarios y órdenes en español y otras lenguas.

En medio del trajín de combatientes y soldaderas, viene un niño. Antes de llegar al portal donde le darán de comer, un hombre llama su atención. Se detiene un momento y lo inspecciona con curiosidad.

Por la caja enorme que carga, debe ser un fotógrafo, piensa. Al darse cuenta de que está siendo enfocado por esa máquina novedosa, deja en el suelo su morral, sujeta su fusil y mira a la cámara con gesto altivo.

Ese niño y don Antonio son la misma persona. La célebre foto del archivo Casasola, que tomó el fotógrafo en aquella hacienda y en la infancia de don Antonio, ahora cuelga enmarcada de la pared de su cuarto, junto con otras imágenes y reconocimientos.

A pesar de todos los años transcurridos, don Antonio, también conocido como El niño artillero o El negro, recuerda a la perfección el modo abrupto en que entró, sin querer, a engrosar las filas de la rebelión, como dice el corrido.

Un día como cualquier otro

"El día 2 de julio de 1910, que no se me olvida ni se me olvidará nunca, salí de mi casa, en Apatzingán, Michoacán. Ayudaba a mi papá trabajando una parcelita, y contaba yo con escasos 10 años. Eran como a las 3 de la mañana, le di de almorzar a mis animalitos y esperé que rayara el sol para empezar a trabajar."

Mientras eso hacía, pasó por el Camino Real un tropel de caballos rumbo a la Hacienda de Buenavista. Eran "los originales Dorados de Francisco Villa", como supo después. Poco más tarde, pasó tras ellos un batallón de infantería del "usurpador, el chacal, Victoriano Huerta."

Un oficial se acercó y le preguntó a qué hora habían pasado los sombrerudos, pero al no obtener respuesta, amenazó con colgar a Antonio del mezquite más alto. Y así lo hizo. Apoyando una cuerda en la rama de un árbol, el impulso de un caballo fue subiendo poco a poco al campesino, amarrado del cuello.

El castigo siguió por segundos angustiantes, hasta que un teniente ordenó que se le perdonara. "Volví a nacer entonces. Me dijeron: '¿Sabes qué, muchacho? Te vas a ir con nosotros, porque de estos calzonudos valientes quiere mi general Huerta'". Así, fue obligado por la leva a abandonar a sus padres, a quienes volvería a ver sólo después de 23 años.

Luego de este episodio, se lo llevaron a pelear a la Hacienda de Buenavista, con la consigna de "sacar a ese tal Pancho Villa hecho pedazos". Al llegar, tocaron la orden de ataque y le dieron un fusil 30-30, que ni siquiera sabía manejar, con la orden de matar sombrerudos.

"Fue un agarre de 72 horas, que se terminó como a las seis y media de la mañana del cuatro de julio. Todo el tiempo estuve escondido rodilla en tierra detrás de un árbol de tronco grueso, un zalate, que quedó lleno de balas. Ese fue mi segundo sustito que yo llevé".

¿Qué se sentirá morir a balazos?

Luego del entusiasmo inicial del ataque, los huertistas se dieron cuenta que ganar no sería fácil. Tocaron la retirada y el alto el fuego, pero ya era demasiado tarde: cuando se dieron cuenta, los villistas los tenían rodeados.

Ya en control de la situación, los Dorados le recogieron las armas a los federales y Pancho Villa ordenó que se pasara por las armas a los altos mandos del escuadrón: el teniente coronel y los tres mayores.

"¡Ay, qué bonito sentimos! Y entonces yo, que no sabía nada de los movimientos de la Revolución, todavía le digo a un oficial: 'Oiga, mi teniente, ¿qué se sentirá morir a balazos?, cuenta don Antonio, entre risas.

-Pues ahorita que ordene Villa que seamos fusilados, lo va a sentir.

Ver la ejecución y el tiro de gracia, recuerda, "se siente feyecito, se siente medio duro ver cómo pasan por las armas a compañeros, ¡son seres humanos, mi amigo!".

Cumplida la orden, se le preguntó al jefe de la División del Norte si los demás soldados serían ejecutados también. Luego de pensarlo por unos momentos, decidió que no, porque "la tropa sólo cumplía órdenes", como los Dorados cumplían las suyas al pie de la letra.

"Ah, caray, aquí cantó el gallo. ¡Fuimos salvados, volvimos a nacer, porque creímos que sí nos iba a ejecutar! Eramos soldados de su enemigo más mortal", dice el revolucionario.

Pancho Villa, "el original", ordenó que se les regresaran las armas a los cautivos y se les pusiera en libertad, pero antes de que se fueran, dijo que si alguien quería por su voluntad seguir "en esto de la bola", era bienvenido.

"Un soldado gritó: 'nadie se va a retirar, ¡al diablo el uniforme huertista, qué viva la Revolución y que viva Pancho Villa!'. Y entonces morirse a balazos, no se sintió nada."

La muerte de Pancho Villa, el original

Pese a haber ganado, los míticos Dorados registraron un doloroso saldo de muertos y heridos tras la batalla por la Hacienda de Buenavista.

Entre los lastimados se contó, ni más ni menos, que al auténtico Pancho Villa. Y esta es quizá una de las partes más interesantes de la tradición oral relatada por don Antonio: la tocante al primer jefe de la División del Norte.

"Fue en esa batalla donde mi general Villa, el original, el verdadero, o el oaxaqueño, si usted quiere, salió lastimado en combate". Este Villa primigenio, que habría nacido en el poblado oaxaqueño de Zachila, hizo un documento dirigido a Francisco I. Madero en el que avisaba de su mal estado de salud y dejaba constar que uno de sus guardaespaldas de más confianza, un tal Doroteo Arango, tomaría su lugar y su nombre en caso de que él faltara. Finalmente, Villa se puso grave y murió, pero antes le transfirió el mando a Arango frente a todas las tropas, sin que nadie pusiera objeción. Villa el original le dio sus prendas, sus armas y su caballo Siete Leguas, junto con la orden lapidaria de no hablar de lo sucedido.

"Cállate la boca, hazte cargo de tu gente y si muero, déjame por aquí enterrado.". El que después fue conocido como el Centauro del Norte, "supo llevar con orgullo y satisfacción el nombre de Villa".

Marcos, un hombre cabal

-Don Antonio, ¿usted cree que pueda haber otra Revolución en México; volvería a pelear?

-Qué bueno que me lo preguntas. Ojalá hubiera hombres decididos como los que hubo, con corazón, con ánimo, como fue Zapata, Pancho Villa y todos aquellos que pelearon por el bien del país, pero ya no los hay.

''Para mí, si hay un representante de Emiliano Zapata en la actualidad, y que ha puesto su vida y su valor y nos ha demostrado que es un hombre de verdad, es Marcos. Si él me mandara llamar y me dijera 'estamos en esta asociación, venga a darnos un aventón', aunque fuera arrastrando los pies, yo estaría en Chiapas.

''Si me dijeran 'vamos', ¡pues vamos, por qué no! Salí bien quemado, bien chamuscado, y tal vez por mi vejez me entraría miedo, pero digo que no tengo. Para mí Marcos es un auténtico representante de mi general Emiliano Zapata. Está respetando su palabra, quiere tierra y libertad. Nos lo está demostrando con hechos.

 
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