Usted está aquí: domingo 13 de febrero de 2005 Opinión Centenario de la Doctores

Angeles González Gamio

Centenario de la Doctores

Todos hemos pasado por lo menos una vez por la colonia de los Doctores, una de las más céntricas y bien trazadas de la ciudad... aunque usted no lo crea. Sus calles son amplias y en varios de los cruceros, las esquinas están achatadas, haciendo el efecto de glorieta, lo que les da amplitud y elegancia. Su urbanización se inició a fines del siglo XIX y se consolidó en 1905, coincidiendo con la construcción del Hospital General, institución de avanzada en esos momentos, ya que contaba con 32 pabellones con los mejores equipos y tenía capacidad para recibir a mil pacientes. Fue la semilla que, en los años sesenta de esa centuria, fructificó en la creación de los institutos de especialidades: Cardiología, Nutrición, Cancerología y demás, que tanto lustre le han dado a México.

Ahora que "la Doctores", como se le dice con afecto, cumple su centenario, vamos a recordar algo de su historia, de su presente y su futuro, que seguro es positivo, pues es una colonia que aunque ahora esté deteriorada tiene señorío, está muy bien ubicada, conserva hermosas construcciones, vida de barrio, sobreviven buenos vecinos y ya mencionamos su magnífica urbanización, así es que en unos años va a comenzar a tener una revalorización como la que tuvo la Condesa y están teniendo la Roma y la San Rafael.

En el siglo XVI al rumbo se le bautizó como Indianilla; se cuenta que el apelativo se lo dieron las indias María Clara, Concepción y María Paula, quienes vendieron los terrenos al padre Domingo Pérez Barcía, quien alrededor de 1675 edificó una pequeña capellanía, que fue conocida como "Indianillas". Siglos más tarde, parte de los predios se adquirió para que fuera el depósito de los trenes tirados por mulas, transporte de gran importancia durante el siglo XIX, ya que comunicaba a la ciudad de México con rumbos lejanos, como Tacubaya, Mixcoac, San Angel, Tlalpan y demás villas de los alrededores. En 1900 el sistema se modernizó y comenzaron a funcionar los trenes eléctricos llamados troley, que continuaron en el mismo sitio durante 60 años más.

Los conductores del último turno solían acabar tarde en la noche, y en la madrugada se iniciaban las nuevas corridas. Para atender a esta población nocturna, una señora instaló un sencillo puesto para venderles caldo de gallina con garbanzos y arroz. Tuvo tal éxito que las vecinas siguieron su ejemplo y así nacieron los famosos caldos de Indianilla, adonde acudían los noctámbulos de la ciudad a tomarse un caldito caliente después de la fiesta. Los "adultos en plenitud", como se les llama ahora a los guajolotones, recordarán cómo se codeaban en las bancas de burda madera el señor de smoking con el cargador, y la señora de abrigo de piel, con la señora de la vida alegre. También estuvo en la zona un panteón: el "campo florido", que se llamaba así por la cantidad de flores silvestres que crecían en el lugar, que había sido una zona pantanosa; fue cerrado al culto en 1878. A principios del siglo XX se construyó en esa área el Hospital Francés, que funcionó hasta 1975, fecha en la que se inició su demolición.

Una vez que se autorizó el fraccionamiento de la colonia, en 1889, oficialmente se le nombró Hidalgo, pero a raíz de la construcción del Hospital General las calles comenzaron a bautizarse con el nombre de médicos eminentes, lo que llevó a que la gente la llamara con buen juicio, colonia de los Doctores, y así se le quedó.

Por ahí pasaba la calzada de la Piedad, que desembocaba en la garita de Belén, preciosa edificación que alojaba una especie de aduana que había que cruzar para ingresar a la ciudad. Ahora la conocemos como avenida Cuauhtémoc, pero conserva en muchos lados el nombre antiguo, como el panteón que sobrevive a un lado de la vía, llamado Francés de la Piedad.

La Doctores también tiene fama porque conserva muy buenas cantinas; una de ellas, ubicada en Doctor Balmis 210, es El Sella, que atiende personalmente su dueño, don José del Valle, quien la fundó hace 50 años en recuerdo de su tierra asturiana, Riva de Sella. Ahora, acompañado de su hijo, no deja de acercarse a las mesas para confirmar que todo esté al dedillo. El chamorro picadito y muy bien condimentado es de los mejores de la ciudad. Si prefiere pescado, siempre tiene fresco, y lo preparan al gusto. Desde luego, hay chistorra, tortilla de patatas y todas esas sabrosuras de la península, que conviven amistosamente con botanas mexicanas.

La carta de bebidas espirituosas es vastísima, parece tener todas las bebidas del mundo, y de distintas marcas: 14 de tequila, 10 de coñac, 11 de ron, 10 de whisky, nueve de vodka, Strega, Irish Mist, Chartreusse, etcétera, etcétera, y los vinos que se le ocurran. Comer aquí invita a darse una vuelta por la histórica colonia.

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