Usted está aquí: martes 1 de febrero de 2005 Opinión Teresa Zimbrón

Teresa del Conde

Teresa Zimbrón

Es una pintora cuya paciencia, meticulosidad y sentido del orden forman un corpus apreciado en varios ámbitos. Egresada de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, cuando muy joven contrajo nupcias con Alberto Castro Leñero, quien desde tiempo atrás se le había constituido en punto de referencia ineludible. Tras sus maternidades y su etapa de ceramista, en la que en ocasiones Alberto abrevó, se vio motivada a conocer doctrinas esotéricas. Hizo el Camino de Santiago (no todo a pie) y desde hace unos cinco años pertenece a una asociación pitagórica que reúne a sus miembros, de comunidades nacionales e internacionales, varias veces al año en distintas entidades de la República Mexicana. También en Grecia, donde se verificó un encuentro en honor del filósofo, matemático y místico en la isla de Samos, donde nació.

No es debido a Pitágoras que me ocupo de Zimbrón en esta ocasión, si bien confieso que el teorema pitagórico me ha perseguido, porque dio lugar a uno de los ''insolubles", o sea al último teorema de Fermat, que se encuentra inextricablemente unido a la historia de las matemáticas. La creación matemática es una tarea misteriosa y dolorosa, se dice, porque contra lo que se cree, hay ''grandes problemas irresueltos" y René Descartes dijo que ''los números perfectos, como los seres humanos perfectos, son muy raros". Estoy de acuerdo y Teresa Zimbrón también. Mi referencia actual es su reciente exposición en el Museo del Chopo. Desafortunadamente la muestra ya terminó, pero puede desplazarse a otro ámbito, inclusive universitario, porque el área que ocupa es reducida y sólo requiere alinear con mamparas un espacio circular, similar al del Chopo. Esta exposición de Zimbrón es conspicua por el interés que representa, en el panorama actual. Es una muestra conceptual que a la vez proclama la validez y vigencia de la pintura.

Integrada por 108 pinturas con formato de 31 x 33 (medida pitagórica) configura una secuencia aparentemente muy sencilla. Cada pintura vale por sí misma, pero el recorrido que realiza el espectador, y que debe ser paulatino y lento, va planteando el binomio espacio-tiempo, algo que fascinaría, por ejemplo, al pintor y matemático Manuel Marín, quien por desgracia no vio la muestra porque parte importante de su vigencia tuvo lugar durante las vacaciones navideñas de la UNAM y El Chopo cierra entonces. Se prolongó hasta el 21 de enero.

El fondeado de los cuadros, color ocre arena, es parejo en los 92 primeros. En ese espacio neutro aparece la figura de una adolescente siempre endosando el mismo atuendo: una chamarrra, faldita, zapatos bajos con calcetines cortos. Trae los brazos cruzados hacia atrás. Aparte de la representación de una silla de madera, pintada casi en trompé l'oeil (igual que lo está la figura de la chica) no hay más elementos visibles. La muchacha, ligeramente separada de la silla, va acercándose a ésta, se diría que en cámara superlenta. La sombra que genera (una cast shadow) tiende a proyectarse en diagonal a medida que se acerca a la silla. La diagonal queda como tal cuando se coloca ante el objeto y aparece totalmente planteada sólo hasta el cuadro 33. La sombra se va achicando conforme ella produce el movimiento de sentarse en la silla, su postura es de frente. Mueve los brazos, los coloca en su cara, se levanta, gira sobre sí misma y vuelve a sentarse en la silla a horcajadas, de espaldas. Se toca la cabeza con las manos. Luego se levanta de nuevo y algo sucede en el espacio bajo sus pies. Empieza a perder neutralidad debido a la acción de los pies sobre él. Y ¿Qué ocurre?, los pies mueven lo que ahora se distingue como arena que va a tragarse a la muchacha paulatinamente, con la misma lentitud con la que ella efectuó el movimiento virtual de acercarse a la silla. Esta ''acción" ocupa 16 de los cuadros últimos. Finalmente queda un pequeño agujero que indica la desaparición total de la muchacha y luego inclusive el agujero desaparece, la superficie ocre es lisa y uniforme, como al principio.

La muchacha creó el agujero que se la tragó, ¿para viajar a las antípodas? Hay un video sumamente breve, de menos de medio minuto, que acompaña la exhibición, pero el recorrido de ésta lleva algo más de una hora si es que se busca ''la sorpresa". Entretanto, mientras uno ve, surge Muybridge como referencia ineludible.

 
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