Ojarasca 93  enero 2005

El México imaginario del que hablaba Guillermo Bonfil, hoy impersonado por el régimen foxista y su desguanzada conciencia de lo nacional, insiste en ser pantalla y yugo para los pueblos indios. Pantalla en sus programotas y presupuestillos: inversiones, concesiones, proyectos de contrainsurgencia social y paramilitar. Yugo con la política económica, la criminalización del indio, la militarización de los territorios ya en rebeldía o en proceso de estarlo, la división programada de comunidades y regiones con la dichosa política social representada por Xóchitl Gálvez y Luis H. Álvarez, promotores de la contrainsurgencia "amable" ?esa que mantiene tensas las relaciones comunitarias en Chiapas, Guerrero, Oaxaca y demás, pues su función "secreta" es impedir que los hermanos indígenas se entiendan entre sí.

Un gobierno que no cumple su palabra, por más que sus promocionales quieran convencernos de lo contrario. Un gobierno nacional que, en lo fundamental, ha contado con el consenso de los partidos políticos (sólo se pelean a la hora de los centavos). La ley Ortega-Cevallos-Bartlett (¿o cuál era el orden?) lo dice todo.

El hecho de que las entidades con gran población indígena sean gobernadas por el PRI o el PRD permitiría algunas comparaciones útiles sobre el significado de los partidos políticos y la relación de los pueblos con los gobiernos locales y federales. Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Puebla, Estado de México e Hidalgo siguen siendo bastiones del dizque rejuvenecido PRI. En tanto, Michoacán y el Distrito Federal están en manos perredistas; o "no priístas" en Chiapas. El Yucatán panista es un caso aparte, relativamente; sus resultados no son muy distintos.

El despojo transnacional enmascarado en la selva Lacandona y Montes Azules. La cobardía institucional y el linchamiento mediático de presuntos usos y costumbres indígenas con el manejo falaz e histérico del "caso" San Juan Ixtapacoyan. El perdón del gobernador Fidel Herrera a Pemex por el desastre que ocasionó en la cuenca del río Coatzacoalcos y destruyó la precaria economía de pescadores libres y campesinos. Un estado donde Lázaro Cárdenas promueve en chiquito una reforma indígena que no supo defender como grande en el Senado. El arribo de Ulises Ruiz con la espada desenvainada (en cierto modo la de José Murat, intacta) contra las organizaciones y los pueblos que no se dejan. El genocidio "blando" en Guerrero por causa de la presa La Parota. Y el avance generalizado de la militarización institucional. Anteayer fueron las comunidades de Chiapas, Oaxaca y Guerrero. Ayer las policías federales. Hoy los penales. Mañana, decía Brecht, vendrán por ti.

En décadas recientes fueron mixtecos, chinantecos, mazahuas. Ahora se destierra a nahuas, mayas, tzotziles. De facto, la política económica, la walmartización del pobrerío (y los cerebros de la intelectualidad de derecha e izquierda) y la dolarización de la existencia mexicana han vuelto al nuestro un país de desterrados.

Si no dieran coraje, el nivel salarial y los precios de garantía de la producción primaria darían risa. El neoliberalismo en fase foxista convierte a los mexicanos en un pueblo de peregrinos y ciudadanos de segunda. A los históricos mojados del río Bravo los suceden decenas de miles de deshidratados en el desierto de Arizona. Y de pilón, la autoridad persigue a los migrantes centroamericanos. Como perro de guardia de Estados Unidos, el Estado mexicano se esmera en frenarle el flujo de guatemaltecos, salvadoreños y hondureños al gobierno de Washington, a cambio de una palmadita en la espalda y un caricia con balas de goma para mandar mexicanos a la goma.

Con tales "representantes" en el poder, si los pueblos no estuvieran construyendo por su lado seguirían jodidos. Pero ya no. Ya no tanto. Los procesos de autonomía zapatista en Chiapas. Las reivindicaciones territoriales y simbólicas del pueblo wixárika. El complejo y maduro autogobierno de mixes y amuzgos. La binacionalidad eficaz de mixtecos, zapotecos, chamulas, ñahñú y purhépechas. Las arriesgadas autonomías de hecho en Michoacán, Veracruz, Morelos, Distrito Federal...

Este es el paisaje: el rey va desnudo; los pueblos, no.


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