Fox, Kafka y los indios
Francisco López Bárcenas
El año que se fue, el presidente de la República amablemente y sin ninguna remuneración nos regaló otra frase relevante para entender el manejo de la función pública (le pagan para gobernar, no para brindarnos su sapiencia). Refiriéndose a sus problemas con la cámara de diputados expresó que el ambiente político tenía bastante de kafkiano. El concepto ofrecido de manera gratuita nos mueve a buscar aprender el manejo de la administración pública en la literatura extranjera y no en los libros de derecho constitucional o administrativo, y se nos muestra como hacerlo. La enseñanza nos sorprendió porque no hace muchos años el mismo funcionario había recomendado no leer y atenerse a los programas de televisión para tener el pulso exacto de la situación del país, por eso al principio no se entendió en que consistía tan lúcida lección de administración pública.
No nos quedó más remedio que acudir a los libros para aclarar las dudas. Descubrimos que kafkiano no deriva de algún apellido indígena o de alguna transnacional de esas que pronto invadirán los territorios indígenas para ofrecer OGTs, que alguna buena conciencia transformó en OGMs, pasándolos de Organismos Genéticamente Transformados a Organismos Genéticamente Modificados, para no confundir con el lenguaje a los potenciales consumidores, no vaya a ser y la mercancía se demerite.
Aprendimos más. Kafkiano deriva de Kafka, apellido de Franz, el escritor checo que entre otras obras escribió La metamorfosis, El proceso, El castillo, América, La condena, La muralla china, El artista del hambre y Un artista del trapecio. Pero este descubrimiento no aminoró la sorpresa pues si lo kafkiano se refiere al contenido de la obra de Kafka, las fuentes consultadas refieren que en ella han quedado reflejadas la desolación y desesperanza de la existencia, y las características del medio cultural en que creció y maduró el autor. Se dice que constituyen no sólo un paradigma de la existencia del hombre contemporáneo, sino también la expresión de una nueva forma de concebir y realizar el mundo de ficción, analizable sin necesidad de recurrir a los intentos de interpretación psicológica a los que también parecía prestarse.
¡Desolación y desesperanza como paradigma de la existencia y nueva forma de concebir el mundo! ¡Qué mejor expresión para valorar la situación de los pueblos indígenas de México y las políticas del gobierno federal para sacarlos de esa situación! La valoración puede comenzar desde el principio. Cuando Vicente Fox apenas era candidato prometió respetar los Acuerdos de San Andrés sobre Derechos y Cultura Indígenas, reformar las instituciones que atienden a los pueblos y diseñar junto con ellos las políticas de desarrollo que requieren y, sobretodo, resolver las causas del conflicto que mantiene en armas al Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Ya siendo presidente refrendó esos compromisos, pero al paso de los días se fueron diluyendo. El presidente comprobó que entre el decir y el hacer existe un largo camino que él no quiso caminar. Prefirió dejar que las cosas marcharan solas.
Así la situación, sus mayores logros han
sido una malograda reforma constitucional que ofreció programas
asistenciales en lugar de derechos y un cambio en la institución
indigenista que otrora fue modelo de avanzada para Latinoamérica.
Pero hasta en eso se respira un ambiente kafkiano. Los mentados
programas asistenciales no han podido ser porque no se hacen con palabras
sino con recursos de inteligencia política y recursos económicos,
más éstos que los primeros que, paradójicamente, son
los que más escasean. En ese mismo sentido, a la institución
indigenista del panismo se le encomendó la coordinación de
acciones del gobierno federal pero como no existe un programa para hacerlo
y cada institución federal trae su propia cuota de indígenas,
se ha dedicado a repartir migajas, con lo cual el indigenismo, como política
de Estado, quedó sepultado.
¿Palabras? No, hechos. A pesar de que es un mandato
constitucional hacerlo, para este año que comienza, igual que en
los anteriores, el Ejecutivo Federal no propuso un monto presupuestal único
y suficiente para atender las necesidades de los pueblos indígenas,
sino integrar los recursos repartidos en diversas secretarías según
lo que éstas decidieran asignar al desarrollo de los pueblos y comunidades
indígenas. El total de las partidas que se proponía asignar
representaban un 5.4% mayor que la ejercida en 2004. Pero el aumento era
sólo aparente, porque restando el 4% de la inflación anual,
sólo aumentaba el 1.4%. Tal presupuesto se pensaba asignar en su
mayor parte a programas asistenciales como Oportunidades, IMSS-Oportunidades,
Abasto Social (Diconsa), Albergues Escolares Indígenas, Servicios
de Agua Potable y Alcantarillado, Comunicaciones y el Fondo de Aportaciones
para la Infraestructura Social Municipal. Sólo el Programa Organización
Productiva para Mujeres Indígenas, Alianza para el Campo, Procampo
y Fonaes, preveían apoyar la producción. Pero en ninguno
expresaba qué porcentaje del presupuesto asignado a estos programas
se destinará a productores indígenas, ni la magnitud de la
población a atender, con lo cual no es posible conocer sus metas
ni evaluar sus resultados. El presupuesto solicitado para la Comisión
Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) estaba
destinado en su mayoría a cubrir los altos sueldos de la burocracia.
En los cambios que los diputados hicieron al presupuesto aumentaron el monto solicitado por el gobierno federal, además de incluir algunos rubros que no estaban contemplados, como infraestructura social para comunidades pesqueras, Procampo indígena y el Programa de Conservación de la Biodiversidad. Con todo, el panorama no cambia. Los montos aumentados siguen siendo insuficientes para cubrir las necesidades de los pueblos indígenas y los programas "nuevos" no son mas que un etiquetado de los ya existentes. Nada de programas de desarrollo donde los pueblos indígenas tengan una participación efectiva. Kafka sigue presente entre los pueblos indígenas. Mientras éstos exigen derechos, desde el poder le ofrecen políticas de subsistencia, para que no mueran de hambre.
A veces pienso que cuando el presidente de la República se refería al ambiente kafkiano de nuestra política no pensaba en toda la obra del escritor checo sino sólo en La Metamorfosis, novela donde, después de un sueño intranquilo Gregorio Samsa, el protagonista, un modesto corredor de comercio, despierta convertido en escarabajo. Si esto es cierto, el presidente nos debe una explicación: quién es Franz Kafka y quién Gregorio Samsa.
No vaya a ser que los indígenas confundan al autor con el protagonista. Y como de entender la realidad se trata, vayan a concluir que su situación se debe a la incapacidad del gobierno para cumplir su compromiso de transformar al país y no a su terquedad por seguir siendo lo que son: pueblos con derechos.
Ya ven que de por si son bien mal pensados.