![]() Germaine Gómez Haro DIÁLOGOS SIMBOLISTAS EN EL MUNAL
La exposición está integrada por pinturas, esculturas, dibujos y obras gráficas de los artistas más destacados de este movimiento, como Gustave Moreau, Edvard Munch, Odilon Redon, Aubrey Beardsley, Fernand Khnopff, Frantisek Kupka, Carlos Schwabe, Alexandre Séon, entre muchos otros, y los simbolistas mexicanos más representativos como Julio Ruelas y Roberto Montenegro, y otros pintores que en alguna etapa de su creación incursionaron en este lenguaje estético, como Germán Gedovius, Ángel Zárraga, Diego Rivera, Saturnino Herrán, Joaquín Clausell, por mencionar unos cuantos. El simbolismo en México se asocia al movimiento modernista, surgido en 1898 con la célebre Revista Moderna, órgano de difusión de ese nuevo arte que buscaba, a decir de Rubén Darío, "pintar el color de un sonido, el perfume de un astro, algo como aprisionar el alma de las cosas". El simbolismo literario nació como un intento de renovar de tajo el idioma y liberarse de los cánones de la Academia, mientras que el pictórico buscó alejarse del Romanticismo, el Naturalismo y el Impresionismo. La premisa esencial era la expresión del mundo interior a través de metáforas, alegorías y símbolos, y crear una armonía entre todas las manifestaciones artísticas, como lo anhelaba William Morris, o realizar la "obra de arte total", la famosa Gesamtkunstwerk preconizada por Richard Wagner. Los temas abordados tanto por los artistas europeos como por los mexicanos giraron en torno al paisaje, la relación erótica con la naturaleza, alusiones a personajes míticos y legendarios (Antígona, Leda, Parsifal, las sirenas, Safo), alegorías a la femme fatale, la dominatrix finisecular encarnada en Salomé o Judith, en vampiresas, arpías, esfinges y quimeras; la obsesiva presencia de la muerte representada por los jinetes apocalípticos y las danzas macabras.
El espejo simbolista revela la gran diversidad estilística y técnica que se desplegó a lo largo de medio siglo de este fascinante movimiento artístico que propició afinidades y correspondencias entre los creadores del Viejo y del Nuevo Mundo. Un arte afín al espíritu decadente finisecular que plasmó por igual un sentimiento de intensa y mística religiosidad y una atracción por lo mórbido, lo macabro y lo perverso. El objetivo último fue recurrir a lo onírico mediante un lenguaje sutilmente cifrado y en ocasiones altamente críptico, acorde a lo que consignó Oscar Wilde en De Profundis: "El arte es un símbolo, porque el hombre es un símbolo." |