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Martes 14 de diciembre de 2004
Pedro Miguel
No te mueras, ETA
Mi texto de la semana pasada, al que titulé "Muérete, ETA", generó un volumen inusitado de mensajes discordantes en la cuenta de correo que aparece al pie de estas líneas. Algunas de las críticas -las agradezco todas, y no hago mención expresa de sus remitentes porque no he recibido autorización para hacerlo en este medio- señalan parcialidad de mi parte, por ignorar las violaciones a los derechos humanos que perpetra el Estado español; otras subrayan la violencia de mi lenguaje, impropio del periodismo, que de alguna manera evoca -y hasta rinde homenaje, me dicen- a la violencia de los terroristas vascos, y algunas de plano me descalifican porque consideran que los etarras son los héroes en este conflicto y quienes no lo entendamos así somos imbéciles -y en el fondo merecedores, me atrevo a suponer, de un proyectil de nueve milímetros insertado en la nuca para mayor gloria de la Patria Vasca. Me he convertido de pronto en aliado (perverso, desinformado o tonto, asegún) del Estado español y sus bien conocidas barbaridades represivas. A decir de uno de mis detractores, los ataques etarras de la semana pasada no fueron una burrada criminal, sino una obra maestra, toda vez que sirvieron para comunicar el mensaje sin causar víctimas graves ni daños de consideración.
En incontables ocasiones he dejado expresión escrita de mi condena a toda clase de terrorismo, independientemente de que provenga de estamentos clandestinos o de gobiernos constituidos. He dicho que, desde mi muy personal entender, no veo una diferencia ética sustancial entre los palestinos que se hacen estallar en medio de concentraciones de civiles israelíes y los helicópteros de Tel Aviv que lanzan proyectiles de alta tecnología contra concentraciones de civiles palestinos. Hamas y Sharon, Bin Laden y Bush, he escrito muchas veces, son términos morales equivalentes y mutuamente necesarios. La guerra sucia emprendida por Madrid contra los nacionalismos vascos -los pacíficos y los violentos- es la otra pieza necesaria para formar, con ETA, una tenaza destinada a apachurrar civiles inocentes. He dicho que la criminalización, por parte del Estado español, de las iniciativas políticas de Ibarretxe, así como la persecución contra partidos, medios y organismos civiles de la órbita del independentismo vasco, son la contraparte necesaria de la violencia etarra.
Pero todo eso que he dicho no significa que el terrorismo paupérrimo y ciego de los paquetitos de nitrato de amonio no sea terrorismo, que no sea condenable o que no sea una canallada y una estupidez reveladora del estadio de descomposición moral de la organización que los reivindica. No veo cómo podría justificarse o atenuarse, a estas alturas del partido civilizatorio, la integridad física y la vida de civiles indefensos e inocentes como ficha de apuesta en cualquier contienda política, ideológica o nacional. El que no haya habido víctimas mortales en los ataques del 3 y del 5 de este mes no elimina la determinación criminal de haber jugado a los naipes con decenas o centenares de vidas ajenas. La canallada no deja de serlo en función de sus autores o sus ideas, ni porque su autor se llame Bush, Saddam, Sharon, Aznar o ETA.
Escribí "Muérete, ETA", con la convicción de que si se desvanece uno de los polos de la ecuación violenta que se abate sobre los pueblos vasco, vascoespañol y español, la contraparte habrá perdido un resorte fundamental de su existencia. Desde esa lógica, me parece que hay algunos aznares, acebes, veras y barrionuevos que todas las noches rezan la oración contraria: "No te mueras, ETA", porque si la organización terrorista desapareciera, tendrían que inventar una nueva.
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