Tres momentos estelares del gobierno del cambio, que decidió "quitarle el freno a México" (el inefable sosias del agente Ahumada, el diputado Doring, dixit), con los pueblos y "lo indígena": la ley para indios que parieron las cámaras alta y baja en 2001; los programados programas de historia de la SEP que borran tranquilamente el pasado prehispánico; y la entusiasta autorización-protección para el nuevo almacén del magnate Mr. Sam Walton, de Oklahoma, en las afueras de Teotihuacán, el centro simbólico, mítico y hasta turístico de la civilización clásica mesoamericana. Esto, sin olvidar los momentos estelares que protagonizan a diario Sedeso, SRA, CDI (Conadepi) y Semarnat en los territorios indígenas. Un constante mensaje entre las líneas: fuera del neoliberalismo no hay pasado ni manera de modificar el presente, ergo ¿cuál futuro?
En la cuenta larga de los pueblos, sin embargo, este es otro gobierno de virreyes grises. Para la "administración" actual, la cultura, las raíces vivas, los símbolos y la diversidad entran por una oreja, salen por la otra, y en el fugaz trayecto aconsejan algún discurso para condimentar los proyectos e inversiones "productivas". (Ver por ejemplo en esta entrega la historia del jaguar y las reses en la Sierra Juárez de Oaxaca.)
Podemos dormir tranquilos. El agua, el petróleo, la energía eléctrica, los ejidos, bosques y selvas serán reordenados con rigor científico y financiero. Esto es oficial. El maíz se modernizará transgénica y ejemplarmente. Y más. Como ya ocurrió con la banca y sus deudas fraudulentísimas, la política exterior mexicana, los derechos laborales y campesinos, la credibilidad de los poderes de la Unión.
Pero aún hay cosas que el Estado puede vender.
El fin de la historia no ha terminado.
Australia occidental, 1954.