Terribles fronteras
Viaje al paraíso
Luis Hernández Navarro
Apenas llegas a Tecún Umán rumbo a Tapachula y te vuelven a extorsionar. El camino desde El Salvador te parece largo, aunque apenas se inicia. Dejaste atrás familia, propiedades y tu cafetal. Estás endeudado hasta el cuello. Sabes que no debes salir a la calle después de las seis de la tarde. Es demasiado el riesgo. Es ciudad de todos y de nadie, ruta de drogas y armas. Territorio de polleros. Ciudad de hortelanos, tricicleteros, cambistas, restoranteros que viven de gente como tú; de gente que está de paso.
Llegar hasta allí ya ha sido peligroso. La Patrulla Fronteriza entrena a los kaibiles. Les da tecnología. Ahora, para empezar a sufrir no tienes que llegar hasta Estados Unidos. La mano dura comienza en tu país. Y luego se hace aún más dura en México. Vaya que este país le cuida bien el patio trasero a Washington, más aún desde que el Plan Sur selló la frontera. Ya lo dijo Santiago Creel: el gobierno mexicano "está preparado para quebrar el creciente flujo de extranjeros que utilizan el país como un punto de tránsito en sus esfuerzos para entrar a Estados Unidos".
La casa donde aguardas el momento del cruce es insuficiente para todos los que esperan. Estás hacinado. En la noche te encierran con candados y guardias armados. Te han dicho que serás parte de una cuadrilla que se dirige a trabajar a los campos agrícolas del Soconusco utilizando papeles falsos. Deberás cargar machete y costalera. Tú no cruzarás el Suchiate en una llanta, ni a nado como tantos otros lo hacen. Pero debes enseñarte a hablar como mexicano, saber de este país aunque estés en él sólo de paso. Por diez dólares te han vendido un manual. Allí lees quienes son los Niños Héroes, cómo se llama la esposa del presidente de México, cómo los colores de la bandera son los mismos que los de la Virgen de Guadalupe. Otros compatriotas tuyos hasta credencial de elector han conseguido.
Quisieras viajar en un camión de plátanos. Tiene aire acondicionado. No te vas a asfixiar. Pero la plata no te alcanza. Tampoco para uno de gallinas. Irás en tren. Estás joven y fuerte. Puedes resistir el paso de los días. No usarás lancha. Estás enterado de lo que luego pasa con los que se van en tiburonera hasta Salina Cruz y de ahí hasta Acapulco en bote. De lo que sufren con el mar embravecido. Como pasó un 16 de agosto cuando se hundieron dos lanchas, una con veinte viajeros, otra con treinta. Ninguno volvió a la playa. No, eso de que "o te matan o te mueres" no es para ti.
No estás al tanto de los números. Pero intuyes que no son pocos. Los viajeros como tú mueren en el mar, en los ríos, en los puentes, en las vías del tren, en los trailers. El Centro de Recursos Centroamericanos en El Salvador habla de que entre 1997 y 2000 cerca de 25 mil centroamericanos desaparecieron buscando alcanzar el sueño americano. Diez mil eran salvadoreños. De ellos nada se sabe.
Ya estás del lado mexicano. Aguardas el tren, a la bestia, como le dicen por aquí. Las estaciones apestan. Esperas horas y más horas. Hay otros como tú. Se resguardan en cementerios, en baldíos, debajo de los puentes. Conforme avances en tu recorrido la vigilancia se irá haciendo mayor. Los soldados cuidan ya los rieles. Tú itinerario no ha sido trazado por ninguna agencia de viajes. Las rutas, los operativos de la migra, tu cansancio, tu suerte, la acabarán escribiendo.
La máquina llega. Cuando las ruedas del convoy
comienzan a moverse, te trepas. Corres, corres rápido. Te tienes
que colgar. Si te tropiezas es el fin. ¿Cuántos como tú
no han sido mutilados? ¿Cuántos no han perdido piernas o
brazos? Cada mes llegan al hospital regional de Tapachula siete u ocho
con este tipo de lesiones.
Mala suerte. Este ferrocarril no transporta granos ni arena. Pero, por lo menos, no llueve. Mejor no te metes al vagón. Si lo cierran, te asfixias. Viajas arriba, como mono, cuidándote de los cables de alta tensión. En los túneles te pasas al estribo y te amarras los brazos con alambre. No puedes dormirte. Un parpadeo y te caes. Te cubres del frío con un nylon. Te envuelves las manos. En túneles y días de frío el acero de tren se congela.
Esta vez no se subieron pandilleros. Se trepan a robar
y te avientan del tren. Para ellos 50 pesos pueden costar tu vida. Son
los Maras. Te corretean, te alcanzan y te agarran a golpes. Te pegan en
la cara y en el cuerpo. Te lanzan contra las vías. Abusan de las
mujeres.
Cuando los agentes de migración se suben corres a la parte delantera y saltas. No importa que la bestia se mueva. No te alcanzan. Al pasar un nuevo tren vuelves a correr, sólo para bajarte en Huamantla. Es que cerca de Apizaco, al final del túnel más largo, hay un retén. Cuando ves una antena con un foco rojo que anuncia la llegada a Lechería vuelves a hacer lo mismo. Allí arriban la mayoría de los ferrocarriles de carga que se dirigen al norte. Es la frontera de en medio. Seguro te cazan. Si no son los hampones es la policía. Abuso seguro. Le llaman la frontera de en medio. La historia se repite. Rodeas la estación y aguardas al tren más adelante. Desde allí salen los cargueros rumbo al norte.
Tu mirada ya es muy otra. Lo mismo sucede con los que viajan contigo. Se va enturbiando, se va endureciendo a base de penurias, de miedos, de esperas, de horrores. Tu olor ya es otro. No sólo por el sudor y la tierra. Poco a poco se te pega el olor a muerte en la piel. A eso huelen los albergues que a lo largo del camino asisten a los viajeros.
Te enfilas rumbo a Coahuila. Allí llegan los cargueros. Quieres cruzar por Piedras Negras o Ciudad Acuña. Crees que la vigilancia es menor. Pero guardias privados resguardan los trenes. Son violentos. En menos de un año tres migrantes fueron asesinados en Coahuila. A Elmer Alexander Batrahona lo mataron a balazos. A Isamel Jesús Martínez lo asesinaron a pedradas en noviembre de 2002. Lo hicieron empleados de una empresa que se llama Sistemas de Protección Canina. Es la encargada de custodiar el ferrocarril. Su presidente es Miguel Nassar Daw, hijo de uno de los principales responsables de la guerra sucia en México.
En Saltillo te detiene la policía. Te golpean y te bajan lana. Ya lo sabes, tiene razón Gabriela Rodríguez Pizarro, Relatora Especial para los Derechos Humanos de los Migrantes, cuando dice que "en México existe un clima generalizado de hostigamiento y aprovechamiento de la vulnerabilidad del migrante". Ya lo sabes: cuando Vicente Fox ofreció en septiembre de 2000, en El Salvador, realizar esfuerzos extraordinarios para que se respeten los derechos humanos de los migrantes, lo que decía eran meras palabras. Lo mismo hace con los mexicanos. No es nada personal.
Llegas a Laredo. Ya estás en la frontera. Salvadoreños como tú trabajan fuera del ayuntamiento. Lavan las camionetas a los encargados de la ley. No puedes pasar desde allí al otro lado. La operación Hold the Line, o Río Grande como le llaman del lado mexicano, no deja hueco. Te mueves a Las Antenas, a 14 kilómetros. En la orilla del río hay unas pequeñas playas. Le pagas a los pateros --como le dicen en estos rumbos a los polleros-- por usarlas y por esconderte en los matorrales. Ellos, a su vez, se caen con su cuota por "derecho de piso" con los Z, los gatilleros de Osiel Cárdenas, el jefe del Cártel del Golfo.
Te lanzas al río. Las aguas te arrastran. Cuando
alcanzas la otra orilla comienzas a buscar la casa de seguridad. Allí
aguardas hasta que te meten en un camión con sesenta personas más.
Así murieron varios paisanos tuyos en Victoria, Texas. Pero no estaba
escrito que a ti te tocara. Te enfilas rumbo a Georgia. Allí está
tu primo trabajando en la pizca. Todo vuelve a comenzar.