México D.F. Domingo 14 de noviembre de 2004
MAR DE HISTORIAS
La sombra del mono
Cristina Pacheco
No se atreven a decírmelo con palabras, pero siento su odio y sus reproches por haberle quitado el cuartito a Zaira. Creen que lo hice porque ella me debía cinco meses de renta. No es así: tengo motivos que no puedo explicar a nadie.
Anoche estuve a punto de estallar. Al volver de la panadería me encontré a Guadalupe, la vecina del 301. Sólo por hacerle conversación le pregunté si el radio se le había descompuesto porque llevaba semanas sin oír su música. (La escucha todo el tiempo, lástima que la ponga a todo volumen).
Guadalupe me vio de arriba a abajo y luego, con un sonsonetito medio raro, me dijo: Todavía es temprano. ƑYa se va a descansar?
Le dije que sí porque la noche estaba helada y el frío me afecta los bronquios. Entonces me lanzó una indirecta que me llegó hasta el alma: ƑSe imagina cómo estarán los que no tienen dónde meterse? En esta época mucha pobre gente se muere de frío en la calle.
Desde luego se refería a Zaira. Me aguanté, le di las buenas noches y subí a mi periquera. Puse la tele y me senté a verla mientras me daban ganas de cenar. Ni siquiera recuerdo lo que vi, y eso que apenas fue anoche, porque sólo pensaba en los trabajos que estaría pasando Zaira.
La preocupación no me dejó dormir y preferí levantarme. Estuve da y da vueltas buscando con quién podría desahogarme, a quién pedirle consejo. Debe ser alguien que no viva en El Avispero. Conozco a esta gente y sé que, en cuanto yo abra la boca, armarán un chisme del tamaño del mundo.
A las cinco de la mañana, al oír las campanas de Santa Brígida, recordé lo que siempre me dice doña Celia, la inquilina del 709: Si no fuera por los consejos que me ha dado el padre Castorena, hace mucho tiempo que yo hubiera cometido una barbaridad para no seguir siendo un estorbo en el mundo.
No sé cómo me atrevo a aconsejarle serenidad y paciencia a esa mujer. En el fondo de mi corazón digo que, de estar en sus zapatos, yo también pensaría en quitarme la vida. Doña Celia me tiene mucha confianza. Seguido me manda llamar para contarme sus cosas. Habla con toda franqueza porque sabe que jamás la traicionaré. Yo podría hacer lo mismo y revelarle por qué le pedí el cuarto a Zaira. Si no lo he hecho es porque no quiero asustarla y ser la causante de que le suba la presión. II
Aunque no soy rata de sacristía, mañana iré a Santa Brígida para hablar con el padre Castorena. Si deveras es tan sabio y tan humano, entenderá que actué como lo hice para salvar la vida de Zaira. A lo mejor debí decírselo a ella en vez de salirle con mi batea de babas: Mira, muchacha: El Avispero no es hotel. Vete a otra parte donde puedas recibir a tu novio, o lo que sea, a la hora en que se te dé la gana y sin desprestigiar a nadie.
Otra con más colmillo que Zaira me hubiera parado en seco: No me venga con cuentos. En la azotea y hasta en las escaleras he visto parejitas cachondeándose y metiéndole a todo. Usted se hace de la vista gorda porque le conviene y le gusta.
Pero no dije nada y se echó a llorar. Salió tras de mí y a medio patio, delante de todo el mundo, se me hincó y me juró que en cuanto tuviera trabajo me pagaría los cinco meses de renta. Hice de tripas corazón y le contesté muy feo: A mí tus llantos no me conmueven. Quiero que me desocupes el cuarto hoy en la tarde. Si en la noche veo que sigues metida allí, busco a unos policías para que vengan a sacarte.
Carolina, que estaba en la puerta de su vivienda esperando a su marido, me dijo que no fuera así, que le permitiera a Zaira quedarse por lo menos hasta en la mañana. Levanté los hombros y me subí a mi periquera. Ya no tuve necesidad de aguantarme y me solté llorando. Antes de una hora oí a los vecinos despedir a Zaira. Alguien me lanzó una maldición: "Acuérdese de lo que le digo: usted pagará por lo que acaba de hacerle a esta pobre muchacha". No salí a defenderme. Dios sabe que, dondequiera que esté, Zaira corre menos peligro que en el 001. III
No es ni siquiera un cuarto. Es una covacha debajo de la escalera. Hace años, cuando llegué a trabajar a El Avispero, le pedí al licenciado Vélez, entonces administrador, que me permitiera vivir allí porque está muy cerca del zaguán: De esta manera los perros cuidan la azotea y yo vigilo la entrada.
El administrador me negó el permiso y tuve que apechugar. Al otro día muy temprano salí a reconocer el rumbo. Cuando uno se cambia es bueno enterarse de dónde hay una farmacia, un mercado y una iglesia. En el atrio de Santa Brígida me encontré a una señora poniendo comida a las palomas. Después de darme toda la información que yo necesitaba se presentó: Me llamo Raquel Pastrana. Me tiene a sus órdenes en el edificio de enfrente. Alquilo un cuartito de azotea, Me gusta porque así estoy más cerca de Dios y de mis palomas. Y usted, cuénteme: Ƒviene de visita?
Le dije que era la nueva encargada de un edificio antiguo en la calle de Todosantos. Ella sonrió de una forma muy extraña: Ah, El Avispero. Trabajo no le faltará. Allí a cada rato hay escándalos. El más terrible fue la muerte de Nina. Sucedió hace mucho pero todavía me estremezco al recordarla.
Sentí curiosidad por saber lo que había sucedido. Raquelita, a quien Dios tenga en la gloria, me lo contó: Nina era del estado de México. Vendía en abonos los zapatos que una familia le mandaba de allá. Me lo dijo el primer domingo en que me acompañó a dar de comer a mis palomas. En eso estábamos cuando pasó un señor con un monito araña en el brazo. Nina dijo que nunca había visto uno y preguntó cómo se llamaba. El dueño del animal respondió que no había pensado en bautizarlo y se despidió. En ese momento el monito saltó al hombro de Nina. Ella estuvo acariciándolo como si fuera un bebé y al devolvérselo a su amo, le dijo con mucho sentimiento: "Vivo sola. Regálemelo para que me haga compañía". El hombre se conmovió: "Está bien, se lo dejo. Come de todo, sabe obedecer, pero eso sí, hay que consentirlo porque es muy celoso".
Nina decidió ponerle Eusebio al monito. Le pregunté la razón y me contestó que era el nombre de su ex novio. Había roto con él cansada de sus celos.
Desde ese momento Nina y Eusebio fueron inseparables. Los domingos, mientras la muchacha ayudaba a Raquel a dar de comer a las palomas, la gente se detenía para aplaudir las gracias del monito. Una mañana apareció entre los curiosos un fotógrafo. Por su aspecto y por su acento se notaba extranjero. Se acercó a Nina y le pidió permiso para fotografiarla sin Eusebio. Ella accedió a cambio de que él regresara al siguiente domingo para mostrarle la foto. El extranjero cumplió su palabra, pero Nina no apareció en la plaza.
Cuando llegó a esa parte de la historia Raquel me agarró las manos. Sentí que temblaba cuando dijo: Tuve un presentimiento y corrí a El Avispero. La puerta del 001 estaba abierta. Cuando entré vi a Nina, sola en el cuarto, estrangulada en su cama.
Raquel murió al poco tiempo. Al cabo de tantos años olvidé su relato. Vine a recordarlo ayer en la mañana, cuando Zaira me platicó que la noche anterior, al encender la luz, había visto sobre la mesa un changuito observándola. "Soñaste", le respondí, pero desde ese momento pensé en sacarla del 001. Por la tarde le pedí que desocupara el cuarto. Lo hice para librarla del peligro. Necesito que alguien me confirme que actué correctamente. Confío en que el padre Castorena lo haga. De otro modo no podré soportar el odio con que me miran los inquilinos de El Avispero.
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