La Jornada Semanal,   domingo 7 de noviembre  de 2004        núm. 505
 

Felipe Garrido

Para no olvidar
a Eliseo Diego

Conservo un ejemplar del Libro de quizás y de quién sabe, edición de la unam, de principios del ’93. En noviembre, en Guadalajara, cuando el Premio Rulfo, Eliseo Diego me lo regaló, tres meses antes de su muerte, ocurrida hace ya más de once años, el 1 de marzo del ’94 –un martes de viento y polvo–, aquí en México, Distrito Federal. En la página 72, un párrafo marcado por el poeta, me imagino, con una línea azul de tinta:

Quizás, al fin y al cabo, la mejor definición sea la célebre de la romántica rima según la cual "poesía eres tú" –si por entendemos no sólo la linda muchacha a quien Gustavo Adolfo Bécquer dijo el requiebro cierta mañana, o tarde, o noche de su vida ya acabada, sino la realidad en pleno que está en torno nuestro, siempre que la miremos con amor, o con odio, o como sea, pero al modo en que se mira a una mujer cuando le decimos con los sentidos bien despiertos.
Para definir la poesía, Eliseo Diego repite el verbo mirar: "siempre que la miremos" y "al modo en que se mira a una mujer..." De la idea de la poesía y de una manera de mirar es de lo que hablo. Eliseo Diego y Juan Rulfo se parecían en su modo de mirar.

De Eliseo Diego conservo algunos de esos versos que de tanto leerlos se nos quedan. El final de "Testamento", por ejemplo: "Decido hacer mi testamento./ Es este:/ les dejo/ el tiempo, todo el tiempo." Y estos otros, que no sé de qué poema son pero estoy seguro de que son de Eliseo Diego porque eso dice mi libreta y porque en ellas laten su compasión, su solidaridad con la infancia –y ecos de Andersen, por supuesto:

Pero si un niño vence al animal sombrío
de la tarde, al siniestro señor de los rincones,
con un viejo pedazo de madera, descubres
   que la luz nos amaba, y que asistiendo
sabiamente los árboles, llenos de antiguo polvo,
nos ofrecen la sombra, sí, la última penumbra,
como quien da un consuelo, una esperanza.
"El siniestro señor de los rincones" esta vez quizá pueda ser derrotado "con un viejo pedazo de madera": "pero si un niño vence al animal sombrío". Entonces, una literal, repentina iluminación: "descubres/ que la luz nos amaba". El poeta se reconoce en el niño de ayer, comparte con él la certeza sobre el amor de la luz, y lo trae al presente: los árboles "nos ofrecen la sombra..." ahora, pero están "llenos de antiguo polvo": de la infancia al presente y volver a la infancia, como el ir y venir de una ola mansa. Eliseo Diego convierte las horas simples en instantes de plenitud: dice "la luz nos amaba", y la luz se torna un ser con voluntad propia, un espíritu, un hada protectora. Cintio Vitier dice que con Eliseo Diego la memoria da a las cosas una nueva, oscura y sobrepujada resistencia; las cosas nombradas se hinchan como la madera bajo el agua y entonan el canto llano de su pesadumbre, con la promesa enorme de su muerte. Lo singular es el testimonio de la pérdida. Pero la poesía no es sólo la certeza de que no es posible detener el tiempo, sino también la esperanza y el deslumbramiento. "A través de la luz –a través del solo espacio inocente" –escribe Eliseo Diego en "Donde el paraíso es un lugar".

Con los versos, vuelve también la memoria de prosas; unas cuentan historias; otras son más íntimas, más líricas. Siempre respiran poesía –pero no sabemos qué es la poesía. Se puede ser poeta lo mismo en verso que en prosa, eso no es novedad. "De las hermanas" arranca como un cuento infantil:

Eran tres viejecitas dulcemente locas que vivían en una casita pintada de blanco, al extremo del pueblo. Tenían en la sala un largo tapiz, que no era un tapiz, sino sus fibras esenciales, como si dijésemos el esqueleto del tapiz. Y con unas pulcras tijeras plateadas cortaban de vez en cuando uno de los hilos...

Un amigo sabía que "las tres viejecitas tenían la ilusión de que ellas eran las Tres Parcas. Con lo que el doctor Veranes reía gustosamente de tanta inocencia". Hasta que un viernes, después de haberlo atendido "con solicitud extremada", la mayor de las tres mirando tristemente al perplejo señor Veranes, fue suave a la tela, y con las pulcras tijeras cortó un hilo grueso, dorado, bonachón. La cabeza de Veranes cayó en seguida al pecho, como un peso muerto.

Después dijeron que las viejecitas, en su locura, habían envenenado el café. Pero se mudaron a otro pueblo antes de que empezasen las sospechas y no hubo modo de encontrarlas.

Según Roberto Fernández Retamar la poesía de Eliseo Diego "es lento resurgir, mediante una nostalgia que organiza sus objetos, de un instante definido por la majestad de su movimiento, y que va animándose de gravedad y alusión a algo más hondo". Un instante; el de tomar una foto, acaso. "Historia del daguerrotipo enemigo": en un estudio, un niño se ve obligado a retratarse ante la foto de una playa nórdica; setenta años después el narrador lo sigue, mientras él busca "la puerta del sueño". El relato acaba así:
Ya voy terminando, ya termino. Imagen de muerte, cuerpo de existencia perdida, yo el que miro, el que estaba con los oídos y los ojos gigantes en la sala del fotógrafo, yo el que voy muriendo a cada palabra escrita, yo el que va muriendo a cada hora que pasa, estamos todos en este sitio desordenado.

Ahora, junto al primer niño, hay uno mayor, con una gorra de marinero negra y muy vieja. Pero no están en la sala, sino en una playa blanca y larga. Van marchando playa abajo, abajo. Luego no hay más que un bote varado sobre la arena.

Paso de este cuento a otra de las poesías:
Una tarde mi abuela
tuvo sus años en la mano
como un encaje,
    y luego,
se ha dormido.
    Yo busco
sus trabajos –¡armarios
hondos, corredores!–
y no encuentro
sino a mi madre, que cose
a la sombra de casa
un pañuelo tan leve,
    tan delgado.
Los espacios en blanco pesan tanto como las palabras: marcan el ritmo y el misterio. Por este camino de silencios llego a ese modo de mirar. En Por los extraños pueblos, su segundo libro de poemas, de 1958, Eliseo Diego se arriesga a decir que poesía "es el acto de atender en toda su pureza". Atender me parece un verbo extraño. Vuelvo al Libro de quizás y de quién sabe, el penúltimo que Eliseo Diego alcanzó a ver. Allí encuentro lo que sigue:
Lo que al principio parece una invención fantástica hallamos luego que procede en realidad de una mirada increíblemente intensa. [...] Pues semejante capacidad de mirar –de un mirar absoluto, suspensas las otras potencias del alma en un acto de suprema atención–, es en sí misma el don de ese conocimiento oscuro pero inmediato de las cosas que algunos llamamos poesía –"Secretos del mirar atento".
El secreto de la poesía –¡Dios me perdone!– reside en la simplicidad de una manera de ver que abarca la cosa, criatura, acto o experiencia en su integridad –incluyendo en ésta la complejísima red de sus relaciones con cuanto esté en torno– "Cómo tener y no tener una alondra".

Dice Fina García Marruz que la poesía de Eliseo Diego es cortés:

Por cortesía se dibuja bien cada letra y se manda a poner un grabado en la página para que esté más a gusto el paciente lector. Por cortesía se alaban por igual los oficios humildes y los trajes espléndidos. Por cortesía se saluda al huracán y a la calma y se nombran las cosas tan despacio. El arte, decía Martí, es una forma del respeto, que quizás es lo mismo que quiso decir Lezama cuando escribió que la poesía no era más que la figuración musical de la bondad.
En este orden de ideas entra la cortesía de Eliseo Diego pues atender, mirar con atención, traducir el asombro frente al mundo que cualquiera siente en una forma hecha con palabras, ¿quién puede dudar que sea una forma muy estimable de la cortesía?