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México D.F. Domingo 7 de noviembre de 2004

Carlos Bonfil

Súper engórdame

Habrá que aclarar primero cualquier confusión o malentendido: Súper engórdame (Super size me), de Morgan Spurlock, no es una comedia light, no la interpretan ni Eddie Murphy ni Jim Carrey, ni tiene nada que ver con las ficciones delirantes de los hermanos Farrelly. Es un documental muy eficaz y oportuno sobre los efectos de la comida chatarra y de la ingestión incontrolada de bebidas gaseosas.

"Una película de proporciones épicas", según reza la publicidad del filme, variante divertida de las denuncias que hace Michael Moore (Roger y yo, Masacre en Columbine), sobre el poder de las grandes corporaciones y su irresponsabilidad moral. En este caso, el objetivo de la sátira es la cadena de comida rápida Mac Donalds, la cual ha sido objeto de demandas judiciales ciudadanas al hacérsele responsable, en buena medida, del deterioro de la salud pública en Estados Unidos, país donde los índices de obesidad y diabetes figuran entre los más altos del mundo.

A partir de estas demandas, el documentalista tuvo la idea de mostrar, en directo, las consecuencias del consumo cotidiano de hamburguesas, refrescos y papas fritas en una corporación que fomenta además el exceso consumista al proponer, como oferta, la fórmula Super size, tamaño extra, que consiste en aumentar considerablemente la cantidad del mismo producto por una módica suma complementaria. Auméntame más, super size me, satúrame de alimento y bebida, súper engórdame -tal parece ser la nueva exigencia (inducida) del consumidor adicto a Mac Donalds, líder indiscutible del fast food y la comida chatarra.

Morgan Spurlock, hombre orquesta, decide ser todo a la vez en esta novedosa experiencia fílmica: director, guionista, productor, intérprete principal, y temerario conejillo de indias. El desafío que se impone es prestar su propio cuerpo para un experimento supervisado por especialistas médicos, que consiste en someterse durante 30 días a una dieta basada exclusivamente en la ingestión, tres veces al día, de productos Mac Donalds. El resultado, muy previsible, es un aumento de 12 kilos en sólo un mes, pero sobre todo, algo menos esperado, la aparición de altos índices de colesterol, insuficiencias cardiacas y respiratorias, disfunción sexual, y diversos achaques novedosos en este hombre de poco más de 30 años, de quien se había certificado al inicio de la experiencia una salud casi perfecta. La diferencia entre el experimento radical de Spurlock, y la experiencia de consumo colectivo diario de esta comida chatarra, parece ser únicamente el ritmo en el deterioro de la salud, mucho más lento en el consumidor común, aunque igualmente nocivo. De modo paralelo, el director entrevista a buen número de adictos a Mac Donalds, y establece comparaciones muy divertidas entre los hábitos de consumo de diversas regiones de Estados Unidos donde se ha implantado esta corporación.

A partir de esta radiografía comparativa se desprenden anotaciones acerca de la influencia determinante de los medios en el diseño de los hábitos de consumo colectivo. Hay, por ejemplo, una relación entre la situación de los niños inducidos por la publicidad a exigir a sus padres las últimas novedades del alimento chatarra, y los porcentajes crecientes de obesidad infantil. El fenómeno tiene, por supuesto, un alcance mundial, al ritmo de la rápida proliferación de la corporación señalada y su transformación en una multinacional poderosísima.

Una virtud de Spurlock es la claridad en su exposición y la ausencia de una retórica alarmista. El humor es ingrediente central de esta experiencia. Contrariamente a Michael Moore, su documental no recurre a los efectos y añadidos de una dramatización artificial: es tan directo y creíble como lo exige el seguimiento puntual del experimento al que se somete el propio cineasta. El espectador se siente directamente concernido en un proceso de identificación básico, ya sea por estar en contra de este tipo de comida, o por vivir en una ciudad donde dicha chatarra se ha vuelto ya opción o imperativo alimenticio, o por ceder ocasionalmente a la tentación de consumirla. Difícil imaginar un experimento semejante con el hábito del cigarro o el consumo de bebidas embriagantes, y sus efectos en una persona en 30 días de exposición compulsiva. Spurlock muestra, con pruebas irrebatibles, que la pésima alimentación puede ser tan nociva para la salud, y tan adictiva, como el gusto por el alcohol y el tabaquismo. Y gozar, en cambio, del privilegio de no tener ningún tipo de restricción oficial reguladora.

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