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México D.F. Viernes 5 de noviembre de 2004
Jorge Camil
Triste desenlace
uarenta y ocho horas antes las encuestas continuaban empatadas. Con afán de polemizar, algunos analistas concedían uno o dos puntos de ventaja a uno u otro de los candidatos, pero todas las encuestas confiables, Gallup, Harris, Newsweek, Time, afirmaban que, después de mezclar las preferencias electorales (edad, género, antecedentes, nivel económico), George W. Bush y John Kerry continuaban 49/49, con el proverbial margen de error y menos de uno por ciento para Ralph Nader, el protector de consumidores que arruinó la campaña de Al Gore y que continuaba participando a pesar de ser blanco de caricaturistas y humoristas políticos y de no haber obtenido el registro en todos los estados.
A medida que avanzaba la semana los estrategas electorales desempolvaron las bombas mediáticas que guardaban sigilosamente para la recta final. A Bush le explotó en plena cara el tema de las 400 toneladas de explosivos misteriosamente sustraídos de un búnker sellado por AIEA (agencia para la inspección de armas y energía atómica de Naciones Unidas) y bajo custodia del ejército de ocupación. Y mientras arreciaban los ataques suicidas en las principales ciudades de Irak, y aparecía un increíble video de Osama Bin Laden instando a votar contra Bush, la FBI comenzaba una indagatoria contra Halliburton, antigua empresa de Dick Cheney, acusada de recibir contratos multimillonarios sin previa licitación para la supuesta "reconstrucción" de Irak.
En la guerra sin cuartel de los últimos días, propios y extraños hicieron lo imposible para promover favoritos: frente a una multitud delirante Eminem estrenó un rap que describe a Bush como arma de destrucción masiva, y Aaron Brown, prestigioso comentarista de CNN, presentó un documental aterrador que analizó los efectos electorales del fanatismo evangélico entre los seguidores de Bush. Resulta que para la derecha fundamentalista la política exterior y los asuntos económicos pasaron a un segundo plano. Tienen la Casa Blanca y pretenden conservarla cuatro años más.
La mañana de las elecciones el país amaneció irremediablemente dividido entre la retórica intransigente de quienes quedaron históricamente congelados en los sucesos del 11 de septiembre de 2001 y vociferan mecánicamente "patria, libertad, religión", y la lógica de los que pretenden defender a los desheredados, privilegiar la economía y restaurar las garantías constitucionales: guerra preventiva contra Estado de derecho, limpios contra sucios, diplomáticos contra cavernícolas.
El día de las elecciones, en pleno territorio de Bush, encontré las calles de Dallas tranquilas, porque la mayoría de los electores votaron anticipadamente para evadir multitudes. Pero a las siete de la tarde, al cierre de casillas en muchos estados importantes, se hablaba ya de una de las mayores participaciones electorales de la historia. P. Diddy Combs, otro rapero famoso, trabajó incansablemente para atraer el voto de millones de jóvenes en los barrios marginados. "Vota o muere", dice el lema de millones de camisetas que regaló entre electores de estados claves, y que ese día lucían orgullosamente muchos personajes de Hollywood. No obstante la cuestionable elección de 2000, con la economía a la deriva y la vergonzosa guerra en Irak, Estados Unidos se enfrentaba a las tres de la mañana del día siguiente con signos inequívocos de repetir el sainete judicial que marcó la elección presidencial anterior. Esta vez, sin embargo, las huestes de Bush tenían miles de abogados listos para impugnar las elecciones. El estado neurálgico fue Ohio, donde las urnas permanecieron abiertas después de las 10 de la noche y ambos partidos amenazaban con exigir el recuento de millones de votos. Después de la larga noche electoral el país amaneció frente a uno de los resultados más reñidos de los últimos tiempos: Bush 254 votos electorales y Kerry 252. En un acto desesperado la Casa Blanca, siguiendo una estrategia que recuerda la decisión priísta que proyectó a Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia de México, amenazó con salir a los medios a declarar unilateralmente la victoria. "Sólo daremos a Kerry unas horas para que recapacite y acepte la derrota", afirmó el jefe de campaña republicano. Lo que resulta evidente es que un país irremediablemente dividido necesita reformar a fondo su sistema electoral para eliminar las trampas que permiten el maremagno de votos anticipados, votos electorales, votos populares, votos provisionales, y la intervención de leyes y autoridades estatales en un proceso federal.
Al final se evitó la debacle judicial y Kerry aceptó la derrota ("no es posible ganar esta elección"). Bush, por tanto, quedó libre para gobernar sin barreras, invadir al eje del mal, penalizar el aborto, matar la iniciativa que reconocería las uniones homosexuales, continuar beneficiando a Halliburton y designar posiblemente a cuatro o cinco ministros de la Suprema Corte: un hecho que podría entregar el país a las derechas por varias generaciones...
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