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Homosexualidad,
una categoría en crisis
¿Qué entendemos hoy por homosexualidad,
el término acuñado por la medicina del siglo diecinueve,
y qué relación guarda esta palabra con su antónimo
artificial, heterosexualidad, inventado todavía más tarde?
En este texto, el investigador David Halperin, profesor de literatura inglesa
en la Universidad de Michigan (Ann Arbor), helenista destacado, impulsor
de los estudios lésbico-gays, e investigador crítico de la
teoría queer, señala los vasos comunicantes entre la concepción
moderna de la homosexualidad, la noción de género y la tiranía
de los roles sexuales. Con referencias históricas muy pertinentes,
el también autor de San Foucault, para una hagiografía
gay (Cuadernos de Litoral, 2000, Argentina), y Cent ans d'homosexualité
et autres essais d'amour grec (Epel, París), analiza la trayectoria
social del vocablo homosexualidad, un término tan ambiguo como omnipresente,
hoy rebasado sin embargo por la compleja diversidad de las expresiones
sexuales.
David Halperin
El término "homosexualidad" se imprime por
primera vez en alemán (Homosexualität) en 1869. Lo acuña
un oscuro escritor y traductor austro-húngaro, Karl Maria Kertbeny,
nacido en Viena el 24 de febrero de 1824 y fallecido el 23 de enero de
1882. La familia de Kertbeny provenía de Baviera, hoy tierra alemana,
y su nombre era, originalmente, Benkert, pero él pasó su
juventud en Budapest, donde volvió húngaro su apellido, aunque
siguió escribiendo en alemán.
Kertbeny pretende (de modo además poco convincente)
ser "sexualmente normal". Sin embargo, participa en una campaña
para convencer a la Federación de Alemania del Norte (una reciente
reunión de Estados antes independientes, dirigida por Prusia), de
que abandone el artículo 143 del Código penal prusiano, que
considera como criminales las relaciones sexuales entre varones. En 1869,
Kertbeny publica entonces, en Leipzig, con algunos meses de intervalo,
dos folletos anónimos que se vuelven cartas abiertas al ministro
prusiano de la Justicia; es en estos dos textos donde el término
"homosexualidad" hace su ingreso a la historia. Kertbeny afirma que un
buen número de grandes hombres han sido homosexuales, que se trata
de una condición innata, no adquirida, y que por ello es absurdo
criminalizarla. Sus esfuerzos son infructuosos: el nuevo Código
penal de la Federación de Alemania del Norte conserva la vieja ley
prusiana en su artículo 152, que será luego incorporado,
en 1871, al nuevo Código del Imperio alemán en su famoso
artículo 175, el cual volverá criminales las "obscenidades
contra natura" entre hombres. La ley permanecerá en vigor durante
los siguientes cien años, será reforzada por los nazis en
1935, y la conservará Alemania occidental después de la guerra,
para ser modificada en 1969, aunque no suprimida hasta 1994, cuando una
segunda reunificación del Estado alemán conduce a otra reforma
legal.
La palabra "homosexual" es así, en su origen, una
invención de militante pro-gay. No conserva por mucho tiempo ese
carácter, aun cuando le tome todavía cierto tiempo ingresar
a las diferentes lenguas de Europa. El término mismo habría
quedado completamente olvidado sin la ayuda del zoólogo Gustav Jaeger,
quien parece haber permitido que su amigo Kertneby escribiera en lugar
suyo un capítulo de la segunda edición de su obra Entdeckung
der Seele (Descubrimiento del alma), publicado en 1880. Es ahí,
en todo caso, donde la palabra "homosexualidad" aparece de nuevo, y es
ahí donde la descubre el gran sexólogo Richard von Krafft-Ebbing.
A su vez Krafft-Ebing se apropia del término en 1887 en la segunda
edición de su monumental enciclopedia de las desviaciones sexuales,
la Psycopathia sexualis, y la emplea cada vez con mayor frecuencia
y libertad en las ediciones siguientes. El término adquiere así
sus connotaciones médicas y médico-legales, y deja de ser
una afirmación pro-gay para volverse una designación clínica.
Un término "germánico y pedante"
"Homosexualidad" aparece en los escritos de los sexólogos
y psiquiatras de finales del siglo diecinueve y principios del veinte,
entre otros, Sigmund Freud, y también en los escritos de los primeros
militantes homosexuales, aunque su difusión sólo comienza
en realidad en Europa a partir del caso Eulenburg, un escándalo
homosexual en la corte del emperador de Alemania entre 1907 y 1909. Los
periódicos franceses, hostiles a Alemania y a su corte, y deseosos
de dar publicidad a los detalles del escándalo, requieren sin embargo
de un término con suficiente barniz científico y clínico
para imprimirlo sin perturbar las convenciones: toman entonces el término
alemán y lo importan directamente al francés. Se le encuentra
ya en el Larousse mensuel illustré, de diciembre de 1907.
Al año siguiente, 1908, aparecen las obras de Henri de Weindel y
F.P. Fischer, L'homosexualité en Allemagne, étude documentaire
et anecdotique (La homosexualidad en Alemania, estudio documental y
anecdótico), y de John Grand-Carteret, Derrière "Lui".
L'Homosexualité en Allemagne (Detrás de "Él".
La Homosexualidad en Alemania). Y contra este empleo cada vez más
frecuente del término, Proust pretende reaccionar cuando en un esbozo
de 1909 de En busca del tiempo perdido, se lamenta de no ser Balzac
y no poder permitirse la única palabra que convendría, "tía"
o "loca", ya que ahora tiene que conformarse con "invertido". Rechaza en
efecto el término de homosexual, que es, afirma, "demasiado germánico
y pedante, y que sólo apareció en Francia --salvo error--,
y traducido de los periódicos berlineses, a raíz del proceso
Eulenbourg".
¿Pero qué significa entonces esta palabra?
"Homosexualidad" (formada a partir del prefijo griego homo, mismo,
y sexus, vocablo latino para sexo), designa en un principio un deseo
sexual orientado hacia personas del mismo sexo. No se inscribe sin embargo,
en un inicio, dentro del sistema binario de clasificación como polo
opuesto de "heterosexualidad". En el borrador de una carta de mayo 1868,
por ejemplo, Kertneby señala que los adjetivos "homosexual" y "heterosexual"
son simplemente dos de los cuatro términos que él ha inventado
para hacer la cartografía exhaustiva del conjunto de elecciones
de objetos sexuales en el hombre, tal y como él las concibe. En
los folletos publicados en 1869, sin embargo, no emplea para nada "heterosexual",
y utiliza más bien, como oposición a "homosexual", la expresión
"normosexual" (normalsexual, en alemán). Consecuentemente,
el sentido del término "heterosexual" es móvil: puede incluso
en ocasiones designar una perversión sexual y ser definido, todavía
en 1923, por el diccionario Webster como un término médico
para describir "una pasión sexual mórbida hacia una persona
del sexo opuesto". No es sino hasta 1934, en la segunda edición
completa del mismo Webster, que la heterosexualidad termina por instalarse
como el término opuesto a la homosexualidad, y también como
la designación de una orientación, de una elección
de objeto, de una psicología y de un deseo sexual normales. Es así
como, gracias a la consolidación previa del sentido de "homosexualidad",
la definición de "heterosexualidad" logra al fin estabilizarse.
Esto demuestra la dependencia histórica y conceptual de "heterosexualidad"
con respecto a "homosexualidad".
Una palabra para todos
A diferencia de otros términos de finales del siglo
diecinueve utilizados para describir el deseo o las contactos sexuales
entre personas del mismo sexo, términos como "sentimiento sexual
contrario", "inversión sexual", "uranismo", y "tercer sexo", la
palabra "homosexualidad" no se inventó con el propósito de
interpretar el fenómeno que describe, o para adjuntarle una teoría
médica o psicológica particular. Tal vez ése sea el
secreto de su buena fortuna: a diversos autores, con ideas muy diferentes
sobre el sexo y el género, el término les parece fácilmente
adaptable a sus propios objetivos ideológicos. Esto permite también
explicar porque la palabra "homosexualidad", cuya existencia inicia en
calidad de término puramente descriptivo, como categoría
conceptualmente vacía, ha podido absorber tan rápidamente
toda una gama de nociones particulares provenientes de las teorías
de aquellos que la utilizaban. Es así como la sola palabra llega
a condensar toda una variedad de ideas conflictivas acerca del deseo sexual
por el mismo sexo. Es esta gran variedad de significaciones posibles la
que conduce a hacer de la palabra "homosexual" un término tan ambiguo,
tan vigoroso y tan omnipresente en nuestros días. Por esta razón
importa menos insistir en alguna definición de la "homosexualidad",
que analizar la incoherencia conceptual inherente lo mismo al término
que a la categoría. El concepto moderno de "homosexualidad" se distingue
porque combina al menos tres conceptos diferentes.
1 Una noción psiquiátrica, derivada de la
medicina del siglo diecinueve, de orientación pervertida
o patológica, es decir, un concepto esencialmente psicológico
que se aplica a la vida interior de un individuo y que no implica forzosamente
relaciones sexuales.
2 Una noción psicoanalítica de elección
de objeto sexual o de deseo dirigido hacia el mismo sexo, noción
derivada de Freud y sus alumnos, es decir, una categoría de intencionalidad
erótica que no implica necesariamente la existencia de una orientación
sexual permanente, sin hablar siquiera de una orientación desviada
o patológica (ya que, según Freud, la mayoría de las
personas normales hacen una elección de objeto homosexual en un
momento ú otro de su vida fantasmática).
3 Una noción sociológica de comportamiento
sexual desviado, producto de encuestas sobre "problemas sociales" en
los siglos diecinueve y veinte, es decir, una noción que coloca
el acento sobre la práctica sexual anormal, y que no supone necesariamente
una psicología erótica o una orientación sexual (debido
a que las relaciones sexuales con una persona del mismo sexo, tal como
las entiende por ejemplo Kinsey, no las practican exclusivamente aquellos
con una orientación homosexual, y tampoco son patológicas,
en la medida en que se encuentran ampliamente extendidas en la población).
De este modo, ni la noción de orientación,
ni la de elección de objeto, ni la de relaciones sexuales, son suficientes
para determinar la definición moderna de "homosexualidad", la cual
parece más bien depender de una conjunción inestable de estas
tres nociones. "homosexualidad" es a la vez una condición psicológica,
un deseo erótico y una práctica sexual. Y son sin embargo
tres cosas diferentes. Una misma persona puede sostener al mismo tiempo
estas tres concepciones, según combinaciones variables y acentuaciones
diferentes. Ninguna de las tres nociones puede alcanzar una supremacía
suficiente sobre las demás como para destruir su plausibilidad y
eliminar su seducción de una vez por todas. De ahí el estado
de crisis conceptual que hoy rodea a la noción de homosexualidad.
¿Activo o pasivo?
A la homosexualidad puede concebírsele a la vez
en términos universalizadores y en términos minorizadores.
A veces, en efecto, se puede comprender la homosexualidad como algo que
representa un elemento potencial o real de la experiencia de cada quien,
sea cual fuere su orientación sexual (es el modelo universalizador),
mientras el resto del tiempo la homosexualidad puede considerarse como
un rasgo distintivo que caracteriza únicamente a una minoría
de individuos homosexuales (modelo minorizador). La relación entre
la identidad sexual y la identidad de género se enmaraña
de la misma forma. En ocasiones la homosexualidad aparece como la extensión
lógica y la intensificación de una identidad de género
dada; según esta perspectiva, son las mujeres más femeninas
las que más estrechamente se identifican con otras mujeres y con
su propio género, y ellas son las lesbianas, mientras que los hombres
gays encarnarían los valores de masculinidad patriarcal y supremacía
fálica. Pero otras veces, la homosexualidad aparece como una traición
a la identidad de género. Según esta segunda perspectiva,
la verdadera lesbiana es un "cabrón" exageradamente masculino, en
tanto el gay típico sería afeminado --una loca, un maricón,
una tía.
Al mismo tiempo que absorben las nociones anteriores de
sexo y de género, el término y el concepto de "homosexualidad"
reorganizan las clasificaciones sexuales precedentes, y las formas anteriores
de pensar los contactos sexuales con el mismo sexo. Durante milenios, las
culturas europeas, que habían comprendido bien la existencia de
diferentes clases de amor, entre las que había que contar el amor
por el mismo sexo, no distinguen ni conceptúan sistemáticamente
como tales a las relaciones entre personas del mismo sexo. En numerosas
sociedades premodernas, la cuestión de saber si las personas involucradas
en un acto sexual son del mismo sexo o de sexo diferente, es menos importante
que saber si estos actos sexuales se ajustan o no a los preceptos religiosos
o a las normas prescritas a los diversos agentes sexuales en función
de su género, su edad, y su condición social. De modo particular,
a menudo se piensan los actos sexuales en términos de una jerarquía
de los roles sexuales, según la cual el participante "activo" manifiesta
al penetrar al compañero o compañera sexualmente receptivo
o "pasivo", la autoridad, el poder y la preeminencia masculina --¡aun
cuando el activo sea una mujer! El gesto asimétrico de la penetración
sexual (o fálica) organiza el acto sexual en torno a una polaridad
de los roles activo y pasivo, produciendo así una serie de distinciones
entre las parejas sexuales en términos de género, poder,
penetración, actividad/pasividad, y status social.
Sodomía e inversión
Ahí donde la simetría, la polaridad y la
jerarquía se encuentran tan marcadas, no existe lugar para la noción
de "homosexualidad", y es que dicha noción define de la misma forma
a los dos participantes de la relación sexual, sin tomar
en cuenta su rol en el acto sexual, su condición social o su estilo
masculino o femenino. Es precisamente una borradura semejante de los roles
y de las categorías, lo que rechazan las nociones europeas tradicionales.
Así, los discursos anteriores sobre el sexo consideran las relaciones
sexuales con el mismo sexo, ya sea desde el punto de vista del participante
cuyo rol sexual se ajusta a su género y a su status social, o desde
el punto de vista del participante cuyo rol sexual contraviene a su género
y a su condición social. Los discursos sobre la pederastia son típicos
de la primera perspectiva; los discursos sobre la inversión son
típicos de la segunda.
En la pederastia o en la sodomía, la búsqueda
sexual de los adolescentes se contempla desde el punto de vista del participante
de mayor edad, ya que es él quien se supone debe ser el sujeto de
la experiencia erótica en el marco de la relación. La pareja
más joven ingresa a la escena erótica como el objeto del
deseo de su enamorado mayor, y no como un sujeto erótico por derecho
propio. Por ejemplo, los italianos de los siglos catorce y quince aplican
los términos de "sodomía" y "sodomita" únicamente
al participante "activo" en las relaciones sodomitas. Y aunque el amor,
la intimidad y la ternura no están necesariamente ausentes de la
relación, la distribución de la pasión erótica
y del placer sexual cae bajo el supuesto de ser más o menos desigual.
El compañero pasivo no siente un deseo comparable al de su amante
y debe ser motivado con regalos, dinero, halagos o amenazas. En tanto experiencias
eróticas, la pederastia y la sodomía no se refieren únicamente
al compañero "activo". Aunque las sociedades europeas hayan penalizado,
a veces de modo salvaje, a la sodomía, tendían a considerar
a los participantes masculinos "activos" sólo como seres moralmente
depravados, y no tanto como personas de una especie anormal y diferente.
Por el contrario, a la inversión se le considera
una anormalidad, y al invertido una persona de una especie anormal. Lo
que yo llamo inversión --aun cuando no es la palabra que era utilizada
en Grecia o en Roma-- se refiere a todos aquellos que revierten, o "invierten",
sus roles asignados, adoptando roles, identidades o estilos personales
asociados con el sexo opuesto. El deseo de ser penetrado, asociado con
los modales femeninos, de parte de un hombre, o un deseo sexual agresivo
y una voluntad de penetrar asociados con rasgos masculinos, de parte de
una mujer, todo esto se considera como signo de inversión. Un "pasivo"
a quien no hay necesidad de ofrecer regalos o dinero, y que busca él
mismo a los "activos", es considerado como un ser de una especie diferente,
un invertido. Entre los términos premodernos para invertido(a),
se puede mencionar "catamita" y "pática" para los hombres, y "tríbada"
para las mujeres, ya que el término "inversión" sólo
aparece a finales del siglo XIX.
A partir de esto ya es posible captar con más precisión
la originalidad del término "homosexualidad" en tanto categoría
y concepto. Los discursos anteriores, ya sea los de la sodomía o
los de la inversión, sólo remiten a uno de los participantes
--a los "activos" en el primer caso, al hombre afeminado y a la mujer masculina
en el otro. El compañero que no se ve motivado por el deseo sexual
en el primer caso, no merece ser incluido en la categoría de la
sodomía, y al que no es desviado con respecto al género en
el segundo caso, no merece ser incluido en la de la inversión. La
"homosexualidad", en cambio, se aplica a las dos personas, ya sean activos
o pasivos, normales o desviados en relación con el género.
La particularidad del término "homosexualidad" radica en que no
establece distinciones entre los participantes del mismo sexo y no los
jerarquiza tratando a uno de ellos como más (o menos) homosexual
que el otro. Se puede considerar a Kinsey como representante de esta visión
moderna. Al rechazar la tendencia de ciertos hombres a definir su propia
identidad sexual de acuerdo con un modelo que insiste en los roles, es
decir, un modelo pre-homosexual según el cual éstos pueden
considerarse "normales" cuando se dejan mamar por otros hombres sin jamás
hacerlo ellos. Kinsey escribe que todos los "contactos físicos con
otros hombres" que culminan en el orgasmo son "rigurosamente... homosexuales".
Según Kinsey, poco importa quién mama a quien.
Nuevos modelos de relación
De este modo, la homosexualidad --a la vez como concepto
y como práctica social-- reorganiza y reinterpreta de modo significativo
los modelos anteriores de estructuración erótica, y a partir
de ahí llega a múltiples conclusiones importantes. Primeramente,
con la emergencia de la homosexualidad, la significación del género
y de los roles pierde importancia para categorizar los actos y a los agentes
sexuales. Uno de los efectos del concepto "homosexualidad" consiste entonces
en despojar a la elección de objeto sexual de toda conexión
necesaria con el género. Esto hace posible considerar como homosexuales
a mujeres y a hombres cuya presentación propia se ajuste a las normas
del género. Pero no hay que sobrestimar los efectos de esta transformación
conceptual, que no ha sido ni total ni absoluta. Son muchos quienes hoy,
gays o no gays, siguen asociando la homosexualidad al afeminamiento del
hombre o a la virilización de la mujer. A pesar del dominio de las
categorías de homosexualidad y heterosexualidad, las mujeres "activas"
y los hombres "pasivos", así como los hombres afeminados y las mujeres
masculinas, son todavía considerados, de un modo u otro, como más
homosexuales que las personas manifiestamente menos "desviadas" que
además han hecho una elección de objeto homosexual. Podemos
percibir aquí la fuerza con la que las antiguas categorías
pre-homosexuales siguen operando en el universo conceptual más reciente
de la homo y de la hetero-sexualidad. En ciertos contextos, todavía
importa mucho saber quién es el que mama.
Uno de los efectos del modelo moderno de la homo/heterosexualidad
ha sido pese a todo el de minimizar la significación taxonómica
del género y del rol. La homosexualidad traduce las relaciones entre
personas del mismo sexo en el registro del mismo y de la reciprocidad.
Las relaciones homosexuales ya no implican necesariamente una asimetría
de las identidades sociales o de las posiciones sexuales, y ya tampoco
están inevitablemente articuladas en términos de jerarquía
de edad, de género o de rol sexual (lo que, una vez más,
no significa negar que tales jerarquías puedan hoy seguir funcionando
de modo significativo en un contexto lésbico o gay). Las relaciones
homosexuales dejan de estar estructuradas obligatoriamente a través
de la polarización de identidades y de roles (activo-pasivo, penetrador-penetrado,
masculino-femenino, hombre-muchacho). Un amor homosexual mutuo, romántico,
exclusivo y constante con un compañero, se vuelve posible para los
dos participantes. Las relaciones homosexuales no están únicamente
organizadas según las recetas de instituciones sociales de gran
alcance, como los sistemas de parentesco, las categorías de edad
o los ritos de iniciación; funcionan más bien como principios
de organización social independientes y producen instituciones sociales
autónomas.
"Homosexualidad" funciona en lo sucesivo en oposición
a la "heterosexualidad". La elección de objeto homosexual, como
tal, se considera algo que instituye una diferencia respecto a la elección
de objeto heterosexual. Homosexualidad y heterosexualidad se han vuelto
formas más o menos mutuamente exclusivas del sujeto humano, especies
diferentes de sexualidad, y todo sentimiento o expresión de un deseo
heterosexual se concibe como excluyente de toda posibilidad de un deseo
homosexual en el mismo individuo, y viceversa. La elección de objeto
sexual desemboca en una noción de orientación sexual, de
tal manera que al comportamiento sexual se le considera la expresión
de un rasgo psico-sexual permanente y subyacente del individuo. De esto
se desprende que a los individuos comúnmente se les asigna a una
de estas dos especies sexuales, sobre la base de su elección de
objeto y de su orientación.
La homosexualidad es así algo más que la
elección de una persona del mismo sexo como objeto, e incluso algo
más que una preferencia erótica consciente por el mismo sexo.
La homosexualidad hace de la elección de objeto del mismo sexo un
principio fundamental de diferenciación sexual y social. La homosexualidad
forma parte de un nuevo dispositivo de la sexualidad, el cual funciona
como una técnica de individualización: asigna a cada persona
una orientación y una identidad sexual. De esta manera, la homosexualidad
introduce un elemento nuevo en la organización social, en la articulación
social de la diferencia humana, en la producción social del deseo,
y finalmente en la construcción social del individuo en sí.
Tomado de Dictionnaire des cultures gays et lesbiennes
(obra colectiva dirigida por Didier Eribon), Larousse, 2003, París.
Traducción: Carlos Bonfil. |