Es sobrina del pintor Rufino Tamayo
Amparo Arellanes, una vida dedicada al servicio de la salud pública
- Enferma, recibe una raquítica pensión
- Solicita apoyo del presidente Fox

Aleyda Aguirre

Oaxaca, Oax.- La buscan por ser la última integrante de la generación del pintor Rufino Tamayo por parte de la descendencia paterna. Aunque su historia no trascendió a la fama como la de su tío, su aportación a la vida nacional no deja de ser menos importante.

Cuando se le pregunta a Amparo Arellanes Castellanos, mujer de 80 años: ¿era usted enfermera? corrige de inmediato y alza la voz hasta llegar al tono del orgullo: "soy enfermera" y extiende su atrofiada mano, desfigurada por la enfermedad, para señalar hacia la pared donde se encuentran colgados los testimonios de su profesión: su título del año de 1955 y su diploma. "Estudié y trabajé a la vez, por tanta pobreza que viví".

La artritis que padece, no le ha impedido a la fecha seguir ayudando a sus vecinas y vecinos oaxaqueños, a quienes les aplica inyecciones cada vez que se lo solicitan, perdonándoles el cobro a los que carecen de recursos económicos. Tampoco ha perdido el dinamismo para atender a su hija, sus gatas, las palomas y los geranios que crecen para adornar su ventana.

"Yo he trabajado en el sector salud de Oaxaca 50 años y ahora tengo una pensión de 2 mil 500 pesos mensuales, dediqué la mitad de mi vida a atender a la gente", cuenta Amparo en la casa que le cuida a un familiar para que le permita vivir ahí con su hija discapacitada.

A finales de los años cincuenta, recuerda, sufrió muchos desvelos al trabajar como enfermera hospitalaria. Luego, como visitadora, participó en las brigadas médicas que recorrían la sierra de Miahuatlán y la región juchiteca, para erradicar el paludismo, la polio, la tosferina, el sarampión y la tuberculosis.

Hacían campañas de concientización para que las y los pobladores permitieran se les vacunara, y animaban a las mujeres a tener a sus hijos en las clínicas y hospitales. Muchas de ellas, dice, morían a la hora del parto, no querían ir con un médico a causa de la oposición de sus maridos que impedían las viera el doctor y a la fecha sucede lo mismo.

"Nos hacíamos amigas de las familias para ir metiendo fuerte aquello de las vacunas y ya ve cómo el sarampión está controlado, la tosferina, la polio, las enfermedades venéreas que eran terribles: había sífilis, gonorrea, y de todo eso nosotros teníamos la orientación".

Enferma de gripa, cataratas en los ojos y quejándose por llevar dos días seguidos sin poder bañarse por la falta de agua en la toma doméstica, "pero eso sí, el recibo llega a tiempo", Amparo Arellanes detiene la vista en aquellos días y como si regresara a vestirse de blanco, relata casi en presente sus memorias: "Muchísimo hemos caminado para ir a Miahuatlán... sin transporte, caminar todo un día. Preparar el equipo de la tarde y salir al otro día temprano, bañarnos antes de que aclarara ¡y con ese frío tan grande! ¡se imagina cuánto sufrimos! Y hasta donde fuimos nosotras, todavía hay muchas chinches, pulgas y zancudos..."

Deja un poco la nostalgia y se instala de nuevo en sus 80 años, con todas las precariedades que la rodean: la enfermedad, el vivir en una casa que no es suya y el mantener a su hija. Retoma su presente con enojo: "y ahora, una pensión de 2 mil 500 pesos, como que no estoy de acuerdo. Hicimos todo para que aceptaran las vacunas, la gente se escondía, le echaban a uno los perros".

Tuvo durante 25 años, antes de que la enviaran a la sierra, un taxi del servicio urbano, del sitio Antequera, el cual vendió cuando fue enviada como brigadista. Ahora le hace falta para enfrentar su vejez. De aquella propiedad, sólo le queda un viejo archivo desvencijado al que se aferra como a la vida misma.

Amparo, dice, como una salida que más bien parece una lamentación continua, hará una petición al presidente Vicente Fox: "quiero decirle cuánto gano y cuántos años he trabajado y a ver si me ayuda para volver al taxismo, a recuperar la unidad. Aquí tengo unos papeles del sitio, porque estuve ahí 25 años, pero lo vendí para irme al trabajo, ni modo de decir no voy a la sierra".

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