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México D.F. Lunes 1 de noviembre de 2004
Con Guantanamera cerraron estremecedor
concierto de más de tres horas en el Zócalo
Oumou, Eugenia y Omara alzaron su voz por la paz y
la fraternidad
La africana conmovió con su canto que clama libertad
y justicia La mexicana fue del tango al jarocho La cubana puso sabor
y romanticismo El jefe de Gobierno les entregó un reconocimiento
JUAN JOSE OLIVARES
Tres sensibilidades femeninas del canto unieron su corazón
para ofrecerlo a miles de capitalinos la noche del sábado en el
Zócalo. Una canción, Guantamera, bastó para
fundir en "morenísima" comunión a la mexicana Eugenia León,
la cubana Omara Portuondo y la maliense Oumou Sangare en el cierre de su
concierto de tres horas y media, en el que la apología fue alzar
las voces (como dictó el nombre del concierto En alta voz)
por el respeto, la democracia, la fraternidad y la paz.
Omara,
Oumou y Eugenia, homenajeadas por el jefe de gobierno del Distrito Federal,
Andrés Manuel López Obrador con un reconocimiento ("de la
ciudad de México para estas grandes artistas", dijo), perfumaron
el aire céntrico con melodías profundas, intensas, tradicionales,
que allanaron camino para hacer felices a personas de todas las edades
que aplaudieron la entrega de tres damas que dominan el proscenio.
Cuando se escuchó esas tradicional pieza cubana
interpretada por las tres (Oumou en su lengua), la plancha principal se
transformó en un ente parlante gozoso de percibir andanadas sonoras
de emoción.
Antes de llegar al clímax, las cantantes interpretaron
temas de cuna de cada una de sus culturas, lo que estremeció al
público. Educadas voces erizaban la piel.
Empezó
el concierto la africana. Ave canora de Mali, ruiseñor o kulanjan,
gavilán cuya mirada como el viento abarca todo movimiento en el
paisaje, compartió la experiencia vivida por la mujer cautiva de
la poligamia, el dolor de la niña que sufre la escisión de
sus genitales, la adolescencia desamparada por el desempleo y la negligencia
de los políticos, las tentaciones del poder, diría el pintor
y conocedor de la obra de Oumou, Ery Camara.
Oumounana, Yala, Magno manko, Wayeina
fueron las piezas que cantó y que transportaron inmediatamente al
continente negro, avasallado, ultrajado, amordazado por el poder del hombre.
Sangare canta; brilla su armonía. Su grupo se hace
su cómplice para celebrar tradiciones. Suenan las percusiones djembé
y dou doumba, así como las calabazas llenas de caracoles
que las coristas lanzan al aire para festejar momentos de liberación
autogestivamente femenina. Oumou dijo una vez: "No hay hombre sobre la
tierra que no haya salido de una mujer, y esa mujer es madre, es hermana,
novia y es la mujer que tenemos los hombres dentro de nosotros. La mujer
es dios sobre la tierra, porque aún el propio dios le dijo al hombre
no me verás, pero respetarás a la mujer que te parió.
Cuando se le pregunta a un niño que a quien respeta más,
él responde que a la mamá. Aún dentro de la cosmovisión
africana nuestro olimpo de dioses tiene a su fuerza primaria como una fuerza
femenina". La africana cierra su participación con Yala,
Malabon y Djarolem, que acompaña Eugenia.
Se entrega a su pueblo
Llega la mexicana. Treinta años años de
carrera y 21 discos la respaldan. Eugenia viene del pueblo y a éste
se entrega en cada canción. Ha interpretado de todo y esta ocasión
no fue la excepción. Evocó a Piazzolla, a José Alfredo
Jiménez. Tanguea, jarochea (si es que existen estos términos),
susurra al oído de miles que la admiran. "Deja que salga la luna..."
y los ¡uuuuu! aumentan los decibeles de las bocinas. Canta La
bruja, Corazón gigante (ofrecida a los inmigrantes mexicanos),
Nostalgia y Renacer. Es acompañada por un gran grupo
con bandoneón, piano, violín, percusiones que hacen volatil
su voz y la trasladan al satélite más cercano.
La
paloma y Vámonos, de José Alfredo. Sabe llegar
a la gente. Le gritan, le aplauden. Señoras de la audiencia le hacen
segunda voz, la disfrutan.
Sube al tablado la dama del Buena Vista Social Club: Omara.
Canta Amorcito corazón a dueto con Eugenia. Todos las corean.
50 años en los escenarios de Omara la hacen ser una reina del filin,
del sabor, del romanticismo, del otrora glamur de La Habana.
La coqueta morena alza las manos al unísono de
su voz. "México nunca ha estado a espaldas de nuestra cultura, sabe
mucho de nuestros bailes, de nuestras canciones", comentó una vez.
Omara agrada al público mexicano. Lo hace bailar,
cantar y recordar. Interpreta Madrugador y Amor de mis amores.
Incita a sus músicos, entre quienes están Papi Oviedo, tercero
de fina estampa habanera, dominador de sus instrumento, o Miguel Valdés,
trompetista de intensidad.
La sitiera, He venido a decirte y Tiene
sabor. Hace que el respetable no deje de moverse, de corear, gustoso
de ver a esta señora de la canción, que promueve segundo
álbum como solista (Flor de amor) luego de la extinción
del Buena Vista. Canta el tema que da nombre a su disco, más Oriente,
guajira caliente como la sangre que fluye en el escenario y en la audiencia.
Veinte años y cierra con Mulato, pieza que alarga
15 minutos y en la que se lucen algunos de sus músicos. Omara es
jefa, líder de humilde estampa, ministra de lo sabroso, que conmina
a su sitio a "esas dos muchachitas de extraordinaria voz": Eugenia y Oumou,
quienes a capella arrullan a la gente que regresa a casa satisfecha
de sentir el Guantanamera en tres tiempos, tres tonos, tres armonías,
tres perceptibilidades que fueron una.
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