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México D.F. Lunes 1 de noviembre de 2004

Rose Corral*

Presencia de Inés Arredondo (1928-1989)

Autora de una obra breve y excepcional, tres libros de cuentos publicados entre 1965 y 1988 -La señal, Río subterráneo y Los espejos-, Inés Arredondo es considerada una de las mejores escritoras mexicanas del siglo XX. Empieza a escribir en 1954, pero sólo publica su primer libro de relatos, La señal, más de diez años después, en diciembre de 1965. Sin prisa, poco a poco, va forjando un mundo literario denso y conciso, dejando crecer dentro de sí los temas y puliendo su escritura hasta lograr una voz propia, intensa e inconfundible. Hoy en día en que imperan la improvisación y la premura por publicar, resulta sin duda insólito el camino recorrido por Arredondo. La recepción entusiasta que tuvo La señal sólo se explica porque era el fruto de ese largo y paciente proceso de búsqueda, maduración y depuración. Para Elena Poniatowska, autora del prólogo a una reciente antología de cuentos suyos traducidos al inglés por Cynthia Steele (Underground River and Other Stories), Inés "es la voz más profunda de la literatura mexicana escrita por mujeres. Es difícil encontrar la misma hondura en otros escritores de nuestra generación".

Desde un principio, el cuento será el género que se acopla a sus necesidades expresivas, un género en el que cada palabra cuenta: "Es la medida que me acomoda. He tratado dos o tres veces de hacer una novela, y me queda demasiado holgada", dice en una entrevista Arredondo, y agrega: ''Yo necesito la cohesión, la tensión entre las palabras y no perderme en ellas''. Augusto Monterroso, un maestro del cuento, subrayó "el rigor" de la escritura de Arredondo: "Sus cuentos han consolidado al género. No publicó nada que no estuviera bien concebido y bien escrito". Cuando le preguntaban a Inés por su concepción del cuento, invariablemente contestaba: "Me interesa al contar una historia hacerla que trascienda, que se trascienda a sí misma. Esa es mi meta". No importaba si hubiese sucedido o no en la realidad.

En su primer libro encontramos ya una elaborada poética y asimismo una ética de la escritura que busca lo esencial, la "señal" que ilumine y dé sentido a sus narraciones: "sé muchas historias, lo que no tengo para ellas es la señal". La narradora del cuento "Mariana", alterego de la escritora, advierte que en "los datos inconexos y desquiciados" de una historia no se encuentra la "verdad". Narrar es entonces un intento por revelar el enigma que encierran las historias contadas, por "arrancarles esta verdad" que no siempre se entrega o que las palabras no acaban de nombrar. Algunos de los cuentos más breves de Arredondo parecen prescindir de la anécdota misma para dejar al desnudo el misterio de una simple escena entre padre e hija, en "Apunte gótico", una escena que parece soñada, vislumbrada entre los reflejos que proyectan en un cuarto los claroscuros de una vela o, en "Año nuevo", el cuento más breve de Arredondo, apenas unos renglones, el encuentro anónimo, sin palabras, entre la narradora y un hombre, un negro, en el metro de París.

Los relatos de Arredondo oscilan entre dos experiencias humanas clave: por un lado, el encuentro decisivo con el otro, el crecimiento y la transfiguración interior que resulta del mismo, una experiencia casi mística (que es la del personaje de "La señal" o también, en el terreno de la pasión amorosa, la de la joven protagonista del cuento "En Londres"), y por otro, las historias en que se pasa de la intimidad y compenetración con el otro (en el amor o en el mundo de lo familiar) a la extrañeza y al abismo de lo desconocido. Los amantes se vuelven ajenos, los hijos descubren el desamor, el olvido y su radical "orfandad". Hay que decir que en la narrativa de Arredondo son más frecuentes y pertinaces los desencuentros, las imágenes del abandono o del no-ser que las de plenitud. Otro de los temas u obsesiones que recorre toda su obra -desde "La sunamita", uno de sus primeros relatos hasta el admirable relato que cierra su último libro, "Sombra entre sombras"- es el de la vivencia de la pureza y, sobre todo, el de su Ƒinevitable? contaminación, una vivencia que atormenta a los personajes de Arredondo y que se resisten a aceptar.

Inés Arredondo perteneció a la Generación del Medio Siglo que nace en torno a la Revista Mexicana de Literatura, fundada en 1955, y que duraría, en sus dos "épocas", 10 años. Compartió con su generación un profundo interés por el grupo de Contemporáneos, un grupo olvidado o arrinconado en aquellos años, que sufrió los embates del nacionalismo. Se interesó por la obra de Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta y Gilberto Owen, un sinaloense como ella, de quien se conmemora este año el centenario de su nacimiento. Fue a El Rosario (Sinaloa) en busca de testimonios, buscó correspondencia y oficios en el Archivo General de la Secretaría de Relaciones Exteriores, exhumó textos de Owen desperdigados en revistas y escribió unos "Apuntes para una biografía". De Jorge Cuesta, justo es recordarlo, dio a conocer algunos sonetos en la revista juvenil El Zaguán y escribió un excelente estudio, Acercamiento a Jorge Cuesta, publicado en 1982.

Tuve la fortuna de conocer y tratar a Inés Arredondo en los últimos años de su vida. Inés era una mujer de una gran autenticidad, sincera y directa. Su fragilidad física contrastaba con lo que llamaría una gran fuerza interior, perceptible en su penetrante mirada, la misma fuerza que alimentaba, me parece, su literatura. Escribir no fue para ella un ejercicio gratuito, un juego estético, sino un ejercicio vital en el que se comprometió a fondo. Como lo dijo en varias entrevistas, era una necesidad, "una necesidad en la que se jugaba el alma". Al igual que otros miembros de su generación, Arredondo hizo de la escritura una profesión de fe que explica esta entrega incondicional a su arte.

*Investigadora de El Colegio de México

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