México D.F. Lunes 1 de noviembre de 2004
Aduciendo motivos ecologistas, trasnacionales
pugnan por limpiarla de etnias
Montes Azules, mosaico cultural en peligro de desintegrarse
Los lacandones, únicos propietarios legales,
pero la presencia de otros grupos se remonta a 1930
ANGELES MARISCAL/PRIMERA PARTE CORRESPONSAL
Selva
Lacandona, Chis., 31 de octubre. En la selva Lacandona más de
un millar de familias de diversas etnias están en posesión
de la tierra, pero sin derecho legal a ella. Desde principio de siglo pasado,
y más profusamente en las últimas cuatro décadas,
choles, tzotziles, tzeltales, zoques y tojolabales, entre otros, fueron
llegando en busca de una oportunidad de subsistencia.
Durante este periodo, miles de indígenas -originarios
de otros estados de la República e incluso de países como
Guatemala-, sumados a los nativos del lugar -los lacandones-, han convertido
a la selva en un mosaico de culturas, que tienen en común la pesadumbre
de ir abriendo brechas y arrancando espacios a la vegetación.
Actualmente se intenta regularizar la tenencia y uso de
la tierra, lo que ha provocado un conflicto en la región.
Eusebio Morales tiene más de 60 años de
edad, es hijo de un peón acasillado que en 1930 se independizó
y obtuvo del ayuntamiento de Ocosingo un permiso para poblar la selva.
Vive en la comunidad Nuevo San Gregorio, en la zona de las Cañadas,
ubicada en pleno corazón de lo que ahora es la reserva ecológica
Montes Azules. El escrito que autoriza a su padre la entrada a la región
es el único documento que acreditaría su estancia legal.
Para la gente de la selva, ésta se divide en la
zona de las Cañadas, que es el centro; la región del Desempeño,
al norte; la región Tzendales, colindante con Guatemala, y el sur,
dividido por el río Lacantún con Marqués de Comillas
y una parte también de Guatemala.
Luego del alzamiento zapatista en 1994, la selva quedó
bordeada en uno de sus extremos por la carretera fronteriza construida
por el Ejército Mexicano. Por los otros lados están los caminos
que conducen a Ocosingo, Las Margaritas y Marqués de Comillas.
A principios del siglo pasado compañías
deslindadoras pagaban en especie a los campesinos que quisieran llegar
a vivir el lugar. Una tercera parte de las tierras delimitadas les pertenecerían,
según el convenio establecido con el entonces Departamento de Colonización
del Gobierno.
Hace apenas 30 años esta política de colonización
continuaba de facto, y muchos labriegos llegaron a poblar la selva
con el consentimiento de las autoridades de Ocosingo, según consta
en documentos que aún están en su poder.
En 1972, el gobierno federal entregó, de forma
virtual, 614 mil hectáreas a 60 familias lacandonas. Sin embargo,
fue en 1988 cuando se midieron los terrenos y se supo que tenían
una extensión de sólo 501 mil hectáreas. Actualmente
se conoce la propiedad como los bienes comunales de la selva Lacandona.
Legalmente los lacandones son los únicos propietarios
de dicha extensión.
Antes de eso, las autoridades federales habían
entregado, vía "resolución presidencial", 32 mil hectáreas
de esa misma tierra en favor de 17 poblados que ya existían. Después
de 1972 se emitió otra "resolución presidencial", por 87
mil hectáreas, en favor de 31 núcleos agrarios.
En tanto, otras 43 comunidades fueron fundadas, las cuales
no cuentan con ningún título de propiedad o dictamen agrario
que acredite su estancia legal. Inclusive hay algunas creadas hace apenas
cuatro años, cuyos pobladores son los llamados "grupos irregulares",
a los que se pretende reubicar o legalizar.
Y dentro del polígono que comprende los bienes
comunales de la etnia lacandona -compuesta ahora por unas 300 familias
que habitan en solo tres poblados- se ubican las 331 mil hectáreas
que componen la reserva de la biosfera Montes Azules, creada en 1977.
Apoyados, y en algunos casos incentivados por grupos ambientalistas
de gobierno e independientes, los lacandones comenzaron, luego del alzamiento
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), una
campaña para expulsar a los núcleos agrarios que habitan
lo que legalmente sería su propiedad.
Los acusan de causar la deforestación de la selva
a un ritmo de 593 hectáreas por año, según diagnóstico
de la Dirección Nacional de Areas Naturales Protegidas, dependiente
de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).
Sin embargo, una vista satelital del lugar indica que,
si bien existe una importante deforestación en la región,
la principal área desarbolada y convertida en potreros es la que
comprende los terrenos del poblado Nueva Palestina, habitado en exclusiva
por lacandones de origen tzeltal.
Hasta antes de 2000, la política de los gobiernos
federal y estatal era el desalojo de la totalidad de los poblados ajenos
a los bienes comunales.
Inclusive se llevaron a cabo fallidas reubicaciones, en
las que se sacó de la región a al menos tres comunidades,
para abandonarlas en la zona de Marqués de Comillas, mismas que
volvieron al poco tiempo a la selva.
Organizaciones no gubernamentales, como Maderas del Pueblo
del Sureste, reconocida por su trabajo de conservación en la zona
de Los Chimalapas, denuncian que detrás de los intereses por desaparecer
a los poblados de la selva están las corporaciones multinacionales,
que quieren obtener agua o petróleo, y desarrollar la biotecnología
y el ecoturismo en la selva Lacandona.
Las negociaciones entre los ambientalistas que pugnaban
por la salida forzada de las comunidades y los grupos del gobierno que
se negaban a asumir el costo político de tal decisión permitieron
conformar, en junio de 2003, un grupo multisecretarial que elaboró,
por primera vez en la historia de la colonización de la selva, un
diagnóstico en campo para determinar el número de poblados,
la extensión que ocupan y el número y origen de sus habitantes.
Bajo la coordinación de la Secretaría de
la Reforma Agraria (SRA) se logró entablar negociaciones con los
grupos involucrados, incluidos los lacandones, mediante las cuales a la
fecha se acordó reubicar 16 poblados, y cinco están en proceso
de regularización vía expropiación de terrenos de
bienes comunales, previo pago de unos 33 millones de pesos. Otros cuatro
poblados determinaron retornar a sus lugares de origen.
El compromiso de las autoridades para con los grupos a
reubicar fue la entrega de unas 20 hectáreas por familia, en terrenos
fuera de la selva, así como la indemnización y pago por las
cosechas, animales y demás bienes que los involucrados poseen.
Bajo este esquema, sólo ha salido la comunidad
San Francisco El Caracol, asentada en la parte sur de la selva. Para ellos
las autoridades construyeron un nuevo centro poblacional, bautizado como
Santa Martha, en Marqués de Comillas, que se constituiría
como el modelo a seguir.
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