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México D.F. Lunes 1 de noviembre de 2004
Enrique Dussel A.*
¿Colombianización del proceso político?
En las elecciones de 1949 Eliécer Gaitán
crece como líder carismático entre las masas colombianas,
procedente del Partido Liberal. Ante la imposibilidad de parar ese fenómeno
irreversible popular, los conservadores y liberales hacen un pacto, y Gaitán
es asesinado. El país cae en manos de una violencia inaudita que
enfrenta sangrientamente a los colombianos. Hoy, casi medio siglo después,
Colombia no puede despertar de la pesadilla que su elite pudo evitar. La
sombra de Gaitán sigue su paso desbastador en ese país sin
solución. A "los anhelos populares" los conservadores le llamaron
"izquierda"; nunca les dieron un lugar, siempre los negaron, y así
el país deambula fuera de la historia.
Es importante discernir entre un partido de "izquierda"
(que puede representar 18 por ciento del electorado), la miseria popular
que puede llegar (entre pobres extremos y simplemente pobres) a 60 por
ciento, y el surgimiento de un dirigente que responde al grito de esa miseria
(por lo que supera en mucho a su partido y a la "izquierda"). Sus detractores,
es evidente, lo llaman "populista" (demagogo), "izquierdista" (comunista),
etcétera, desconcertados ante su carismática figura.
Este fin de semana estaba en Quintana Roo y preguntaba
al dueño popular de un puesto de periódicos: "¿Quién
es para usted el gobernador del Distrito Federal?" Y me respondió:
"El ha escuchado al pueblo mexicano, por ello lo quieren eliminar; pero
Dios lo protege". Me llamó la atención la claridad, violencia
y el imaginario religioso de donde surgió su inesperada respuesta,
sobre todo en un estado donde el partido del político referido es
extrema minoría.
Como en el caso de Eliécer Gaitán, un personaje
político entra en el imaginario popular por reglas que los políticos
burócratas no pueden captar. Cuando en el siglo XVI los tarascos
creyeron que el padre totémico ancestral de su etnia habría
vuelto a la Tierra en la persona de aquel singular personaje que llamaron
Tata Vasco de Quiroga, se trata de esas identificaciones míticas
bien conocidas por los etnólogos. De la misma manera, en pleno siglo
XX, esos mismos tarascos, más la población mestiza y blanca,
llamaron, como a su tercera presencia en la historia del originario
Tata a su gobernador: el Tata Lázaro Cárdenas.
No era simplemente un político; estaba investido de un halo particular
que la tradición del imaginario popular crea en ciertos momentos
de su historia. Una vez creado ese halo, es difícil luchar contra
él. La denigración, la crítica, el intentar destruirlo
lo único que logra es consolidarlo. Si alguien dice: "Todo va muy
bien", y en su propia piel el pueblo siente que por la desocupación,
la pobreza, la inseguridad, la violencia... todo le va muy mal, el que
dice que "Todo va muy bien" (el político en el poder), y la televisora
y la radio que lo repiten, van perdiendo credibilidad. Pero si, para peor,
exclaman: "Ese es un populista" (quizá ni entienda el pueblo el
significado de la palabra, pero capta el sentido de insulto), "ése
es un mistificador"... el simple pueblo, que ya se ha vuelto escéptico,
razona: "Si ellos, que son mentirosos, dicen que ése es tan malo,
debe tener algo de bueno". Se vuelven inmunes a la crítica. Además,
al escuchar hablar al tal insultado que enjuicia la realidad diciendo:
"El pueblo sufre, no hay empleo..." El oído del pueblo pobre acepta
ese juicio, lo cree razonable, al menos se aplica a su propia persona.
Poco a poco en la escuela cotidiana del juicio político va surgiendo
ese halo, esa referencia imaginaria que jerarquiza los protagonistas del
mundo político, y que va evaluando desde el sufrir del pueblo a
los personajes por su conducta, sus expresiones, sus proyectos, su credibilidad.
Nietzsche llamaba "resentimiento" al envenenamiento que
se produce cuando la impotencia del oprimido (obligada y represiva por
parte del poderoso), en vez de exteriorizarse y así seguir su curso,
es violentamente imposibilitada de expresarse. Esa tendencia, en vez de
realizarse hacia fuera se vuelve hacia adentro y envenena toda la subjetividad.
Esa enervante energía autodestructiva que se llama "resentimiento"
puede desbordarse irracionalmente hacia fuera, y como río torrencial
llevarse todo por delante. Esto aconteció en Colombia, y los conservadores
fueron los responsables.
Tronchar un dirigente popular que es ya en el imaginario
popular la esperanza de un momento histórico, es no dar lugar, no
al dirigente, sino a la esperanza popular. La cuestión ya no es
el dirigente, sino el proceso que se ha puesto en movimiento. La detención
del dirigente es fácil, pero lo que es imposible de prever es el
movimiento resentido de un pueblo herido en sus anhelos, en sus proyectos,
en la posibilidad de ser protagonista.
Hay cierta ceguera y una enorme falta de experiencia política
(muy diversa a la experiencia empresarial privada, aunque en realidad muchos
ni la han tenido creativamente en los niveles de punta tecnológica),
ya que les parece sin ninguna importancia a estos políticos (y antiguos
dirigentes obreros charros, y lo expresan públicamente) enormes
manifestaciones populares, como las del 29 de agosto y del 1º de septiembre.
Creen que dichas expresiones de frustración son "acarreos" superficiales
de pueblo pasivo, inconsciente, sin ninguna conciencia política.
No advierten que la "escuela política" del pueblo es la misma historia
y está tomando cursos intensivas. No sería extraño
que de pronto el resentimiento, la frustración por las provocaciones
injustas, a todas vistas contra la ley, simples chicanas que sólo
pueden convencer a sus autores que pretenden "tapar el sol con un dedo"
por el uso desmedido e irracional del monopolio del ejercicio de la coacción,
haga despertar a un pueblo empobrecido, brutalmente tratado y excluido
de las grandes decisiones nacionales. Su despertar, espero, no será
como el de los colombianos, pero si fuera del mismo tipo, debemos desde
ya saber quiénes fueron los responsables.
Quisieron tenerlas todas consigo. Aplicaron a raja-tabla
un todo o nada; nada compartieron con las exigencias de un pueblo que a
través de un dirigente podía entrar a negociar algunas ventajas,
que, además de justas, quitarían un poco de presión
a un estado de profunda y irrespirable situación de enojo popular.
No se trata de eliminar un dirigente de la "izquierda" (18 por ciento del
electorado). No. Se trata de eliminar un personaje envuelto ya en el halo
de la esperanza del imaginario popular (60 por ciento al menos). No es
ya el miembro de un partido; es, en cambio, parte de dicho imaginario.
Pretender destruirlo es peligroso, no como dirigente político, sino,
como me decía un dueño del puesto de periódicos en
Quintana Roo: "Lo quieren eliminar, pero Dios lo protege". Es de esperar,
entonces, que lo de Colombia se pueda evitar, ya que las circunstancias
son diferentes, y puede todavía corregirse el rumbo de decisiones
hasta el presente equivocadas.
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