Enrique Calderón A.

Para salir del túnel en el 2006

Luego de tres gobiernos supeditados a intereses contrarios a la nación, que la han sumido en una cadena de crisis económicas, políticas y sociales recurrentes, la situación por la que atraviesa el país, además de grave e inédita, resulta aberrante, tras la lucha social de hace más de ocho décadas y de avances en materia de infraestructura, desarrollo educativo, capacidad productiva, creación de instituciones y ejercicio de la soberanía, que a lo largo del siglo XX nos dieron una posición de respeto entre los países y fueron motivo de orgullo para los mexicanos, no obstante la sucesión de arbitrariedades, crímenes y errores cometidos por los sucesivos gobiernos priístas.

En la coyuntura presente, de incertidumbre, caos y estancamiento económico, todo aquello es historia pasada e incluso olvidada; el lugar de la discusión de los logros e inconformidades es ocupado ahora por reportes de desempleo generalizado, de millones de familias en la miseria, de altos índices de inseguridad, a la par que de corrupción, aspiraciones sociales insatisfechas, incapacidad económica para enfrentar las necesidades de crecimiento, dilapidación de los recursos petroleros, ante la falta de imaginación y voluntad política para establecer programas fiscales que permitan al Estado procurarse los recursos necesarios para cumplir sus responsabilidades constitucionales.

Este escenario es complementado por otro de estridencia, autodenigración y pérdida de la identidad, promovido por los medios y alimentado por los partidos políticos y sus personeros. A todo ello, el gobierno actual agrega su contribución de descrédito institucional y de estímulo a los enfrentamientos estériles y vacíos entre los diferentes actores políticos, como sustituto a planes de acción inexistentes.

El país no puede ni debe continuar por esta ruta, que lo llevaría indefectiblemente al desmembramiento y destrucción. Algo se debe preparar desde ahora y hasta 2006, que adquiere así gran relevancia; una opción de gobierno, radicalmente distinta a las padecidas. El nuevo gobierno, sin hacer a un lado la realidad de la globalización, deberá conformar una estrategia nacionalista de inserción al mercado mundial, que permita al país beneficiarse de éste y no seguir siendo víctima del mismo; contar con un esquema de fortalecimiento económico que utilice nuestros recursos energéticos como inductores del desarrollo tecnológico e industrial del país, para fortalecer el mercado interno. Un gobierno capaz de devolver la autoestima a los hombres y mujeres de México mediante la educación y el empleo. Un gobierno fiscalmente fuerte, con recursos, para responder a los compromisos sociales establecidos en la Constitución, pero sobre todo un gobierno honesto, transparente en sus acciones, respetuoso de las leyes y las instituciones, capaz de ganar la confianza y el respeto de la sociedad.

Al frente de tal gobierno deberá estar un hombre conocedor de los problemas nacionales y de las aspiraciones de los hombres y mujeres del país en toda su diversidad. Un hombre conocido por su honradez, compromiso con México, su congruencia política. Por su capacidad de convocatoria y fe en el destino de la nación. Me une con el ingeniero Cárdenas un profundo sentimiento de admiración y amistad; más allá de ello, me he visto sorprendido por el gran número de grupos de intelectuales, empresarios, militares y políticos que se han acercado a Cárdenas para ofrecerle su apoyo y plantearle su interés porque se presente a una nueva candidatura para 2006, incluidos muchos que se opusieron a él en las elecciones de 1988, 1994 y 2000, y que hoy lo consideran la mejor opción que tiene el país para superar los problemas y marcar el camino de la recuperación con el concurso de todos los sectores sociales.

Por supuesto que hay otros que piensan que otra candidatura de Cárdenas es poco viable, luego de las experiencias electorales anteriores. En ello parecen pasar por alto el gran fraude electoral de 1988, la inequitativa elección de 1994 y los engaños mediáticos y tramposos utilizados en 1994 y 2000, cuando los votantes fueron movidos, en el primer caso, a sufragar en un ambiente de miedo (sin que se determinara la causa del mismo), y en el segundo impulsados a dar un voto útil para apoyar un supuesto cambio, cuya dirección y objetivos nunca quedaron claros más allá de "sacar al PRI de Los Pinos".

En realidad el gran perdedor de esas tres elecciones fue el país en su conjunto. Ello puede ser constatado si sólo nos preguntamos qué sería de México hoy si el lugar de Salinas, Zedillo o Fox hubiera sido ocupado por un presidente honrado y comprometido con la nación. Quizá resulte ocioso para algunos pensar en tales términos, porque nada podemos hacer para cambiar el pasado; para el futuro, sin embargo, las cosas pueden ser distintas si los mexicanos rechazamos nuevos engaños (que seguramente los va a haber) y nos damos una oportunidad reflexionando seriamente para elegir a alguien realmente diferente a todo lo que de un modo u otro nos ha sido impuesto.

Por ello me uno desde ahora a quienes en todo el país están dispuestos a trabajar para hacer posible un México soberano, que vele por los intereses de sus ciudadanos por encima de otra cosas, mediante la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, y luego para contribuir con su gobierno a partir del triunfo en las elecciones de 2006.