Leonardo García Tsao

Aguas hostiles

Exhausto por la reiteración de los mismos esquemas, el cine de géneros a veces intenta renovarse por vía de la depuración minimalista. Así como el horror encontró su expresión casi casera en El proyecto de la bruja de Blair, algo similar ocurre con Mar abierto y su reductio ad absurdum de algunas convenciones tanto del thriller como del cine de desastres.

Segundo largometraje de Chris Kentis, filmado en video digital, Mar abierto plantea una situación sencilla en extremo: el matrimonio treintón formado por Susan (Blanchard Ryan) y Daniel (Daniel Travis) viaja al Caribe para relajarse de sus respectivos trabajos y practicar un poco el buceo amateur. Debido a una confusión en el conteo de los participantes, la expedición de buceo abandona a la pareja en alta mar. La situación es en principio de confusión y ofuscamiento (Ƒfueron ellos quienes se alejaron del lugar? ƑSerá posible nadar a uno de los barcos que se ve a la distancia?). Pero, al paso de las horas, Susan y Daniel se dan cuenta que -rodeados de tiburones y otra fauna peligrosa- no parece haber una salida fácil a su dilema.

Basada en un hecho real ocurrido en Australia, Mar abierto no se molesta en inventar subtramas o personajes secundarios. Haciéndose cargo de las principales responsabilidades junto con su esposa Laura Lau, Kentis demuestra poseer la habilidad de sostener la tensión dramática bajo ese único planteamiento. En esencia, el cineasta explora con economía tres miedos primarios: el de quedar perdido y aislado en un ambiente hostil: el ser devorado por tiburones, y el meterse en un pleito recriminatorio con la pareja.

Kentis no indaga mucho en la psicología de los protagonistas. Unos cuantos detalles sirven para advertir que la pareja no vive la felicidad conyugal. Obviamente dedicados por entero a sus empleos (una laptop es consultada hasta el último momento), Susan y Daniel no han desarrollado una intimidad satisfactoria. Ni la primera noche de vacación en el trópico ha inducido un clima propicio para hacer el amor: ella sigue sin ganas. Una vez enfrentados a la lucha por la supervivencia, los dos harán lo que cualquier pareja con años de convivencia: discutir sobre quién fue el culpable de llevarlos a esa situación.

Sin llegar a ser Escenas de un matrimonio que naufraga, tampoco se trata de un Tiburón de bajo presupuesto. Kentis establece la presencia de los escualos con el viejo recurso visual de las aletas que asoman a la superficie, pero no les brinda un punto de vista a lo Spielberg, ni mucho menos una personalidad de monstruo antagonista. Son simplemente la amenaza más grave que la pareja debe enfrentar en un contexto realista. (Tan realista que no se recurrió a efectos especiales. Los actores debieron nadar junto a tiburones controlados y, quizá, bien alimentados).

Lo que el realizador hace con eficacia es transmitir una sensación de abandono: en pocas películas el mar se ha apreciado como un hábitat tan desesperanzador. Para reforzarla, se muestra lo que ocurre en el puerto: los otros turistas bailan, salen de compras, se divierten. Nadie echa de menos a la pareja, como si hubiera dejado de existir.

De apenas 80 minutos de duración, Mar abierto llega a su sorpresivo final con un calculado efecto de anticlímax. Puesto que esto no ha sido un convencional producto hollywoodense, no cabía suponer una espectacular secuencia de acción final. Kentis demuestra que el uso imaginativo de recursos modestos basta y sobra para crear una memorable y visceral experiencia cinematográfica.

MAR ABIERTO

(Open water)

D y G: Chris Kentis/ F. en C: Chris Kentis, Laura Lau/ M : Graeme Revell/ Ed : Chris Kentis/ I : Blanchard Ryan, Daniel Travis/ P: Plunge Pictures. EU, 2004.