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México D.F. Viernes 29 de octubre de 2004
Eliot Weinberger*
La libertad está en marcha
Entre las cosas que vendrán con el segundo periodo de gobierno de la camarilla de George W. Bush está la Iniciativa de Nueva Libertad. Se trata de una propuesta, escasamente abordada por los medios de comunicación, para aplicar a todos los ciudadanos estadunidenses -de niños de escuela en adelante- una prueba estandarizada para detectar enfermedad mental. Los que re-prueben el examen recibirán medicinas, y a los que no se las quieran tomar se les apremiará a implantárselas debajo de la piel. Inútil decir que la comisión de Nueva Libertad, designada por el presidente, está formada en su totalidad por ejecutivos, abogados y cabilderos de las corporaciones farmacéuticas. La pregunta es: Ƒal-guien aprobará el examen? La mitad de Estados Unidos está deschavetada, y ha vuelto loca a la otra mitad.
El presidente declara abiertamente que Dios habla por su conducto. Los republicanos hacen anuncios de televisión que presentan al actor que interpretó a Jesús en La pasión de Cristo, de Mel Gibson, y distribuyen folletos en los cuales advierten que si John Kerry es electo prohibirá la Biblia. Obispos católicos han declarado que votar por Kerry es pecado (Ƒmortal o venial?) que se debe confesar antes de comulgar. El único tema de investigación científica que el gobierno promueve activamente es determinar si pedir a otros que oren por uno puede curar el cáncer. (El Instituto Nacional de Salud ha explicado que esto es "perentorio" porque los pobres tienen acceso limitado a la atención normal de la salud.) En la tienda autorizada de re-galos del Parque Nacional del Gran Cañón venden un libro que declara que esta llamada maravilla natural brotó formada por completo en los seis días de la Creación. Ya sabemos que el gobierno estadunidense no cree en el calentamiento global ni en los peligros de la contaminación; ahora sabemos que tampoco cree en la erosión.
Las encuestas son prueba de que la nación sufre una lesión colectiva de la cabeza. En cualquier tema dado -la economía, la guerra en Irak, la atención a la salud- la mayoría de los estadunidenses percibe que la situación es mala y que el presidente la ha manejado mal. Sin embargo, esas mismas personas, en las mismas encuestas, señalan que votarán por Bush. Como una esposa golpeada -que se da cuenta de lo que pasa pero lo niega, y encima ofrece excusas para la conducta del marido-, los electores están gobernados por el miedo, la intimidación y la amenaza de que lo peor está por venir. Han sido derrotados por el fantasma del terrorismo.
Cada pocas semanas nos aporrean con amenazas de que es cuestión de días para otro ataque de los terroristas. Incitados por el Departamento de Seguridad de la Patria, millones han comprado cinta para tuberías y láminas de plástico con el fin de proteger sus hogares contra ataques químicos y biológicos, y han amasado enormes reservas de comida enlatada y agua embotellada. Para cerciorarse de que todo el mundo en todas partes continúe atemorizado, 10 mil agentes de la FBI han sido enviados a ciudades pequeñas para hablar con jefes de la policía local respecto de lo que pueden hacer para combatir el terrorismo. Después de la masacre de Beslán, directores de es-cuela recibieron cartas del Departamento de Educación con instrucciones de que deben desconfiar de extraños. El vicepresidente repite la cantinela de que si Kerry es electo los terroristas harán estallar bombas nucleares en las ciudades. (Y, para prever todas las posibilidades, también advierte que los terroristas podrían detonar bombas antes de la elección con la intención de influir en los electores... pero no vamos a permitir que les digan a los estadunidenses por quién votar, Ƒo sí?)
El miedo ha infectado hasta las transacciones más comunes de la vida cotidiana. No sólo a los visitantes extranjeros se les trata como criminales, con huellas digitales, fotografías y escrutinios de la retina. Cualquiera que entre a cualquier anónimo edificio de oficinas debe ahora pasar revisiones de seguridad dignas de una audiencia con Donald Rumsfeld, jefe del Pentágono. En los aeropuertos, el miedo a volar ha sido remplazado por el miedo a documentarse. Casi todos los días escuchamos relatos de personas arrestadas o detenidas por actividades inocuas como tomarle una foto a un amigo en el Metro o llevar puesto un botón de protesta contra la guerra al ir de compras a un centro comercial. Lo peor de todo es que el país entero se ha tragado el mito de la omnipotencia terrorista. Ni siquiera quienes se ríen de las alertas de colores y otros excesos del aparato antiterrorista cuestionan la necesidad del aparato en sí. El Departamento de Seguridad de la Patria, después de todo, fue en principio una propuesta demócrata rechazada por el presidente Bush.
El sentido común se ha retirado a los monasterios de unos cuantos sitios web. Se considera engañoso sugerir que el terrorismo internacional no es más que una actividad criminal realizada por un puñado de personas, que Al Qaeda y grupos similares son el Weather Underground, las Brigadas Rojas, la Banda Baader-Meinhof, con técnicas más sofisticadas y armas más poderosas, que operan en la era de los histéricos noticiarios de 24 horas en la televisión. No son un ejército. No llevan a cabo una guerra. Son grupos minúsculos que perpetran actos aislados de violencia.
No hay duda de que se trata de individuos peligrosos, pero -sin minimizar el trauma indeleble del 11 de septiembre o los bombazos en Madrid-, el peligro que representan debe evaluarse con alguna clase de perspectiva desapasionada. Un ataque terrorista es un desastre raro y re-pentino, el equivalente de factura humana a un terremoto o una inundación. Más personas mueren en Estados Unidos cada año por ahogarse con un bocado que las que perecieron en las Torres Gemelas. Unas 35 mil personas fallecen cada año por heridas de arma. (Mientras Bush levanta la veda a las armas de asalto, y tanto el mandatario republicano como Kerry promueven la posesión de armas de fuego, un manual capturado a Al Qaeda recomienda viajar a Estados Unidos para comprar armas.) Al-rededor de 45 mil mueren en accidentes automovilísticos, en tanto el gobierno de Bush reduce las normas de seguridad en vehículos para incrementar las ganancias de la industria automotriz, que realiza grandes donaciones a su campaña. Millones, por supuesto, fallecen por enfermedades, y uno sólo puede imaginar qué ocurriría si los miles de millones de dólares gastados en inútiles burocracias elefantinas como el Departamento de Seguridad de la Patria se hubieran destinado a hospitales e investigación médica. Si el objetivo en verdad fuera proteger vidas, combatir el terrorismo sería un asunto serio para las dependencias de policía y servicios de inteligencia, y un pequeño proyecto para el bienestar de una nación.
Compárese, por ejemplo, con España. Después de los bombazos en Madrid, la policía, en cuestión de días, detuvo a los responsables. (Después del 11/S, Washington detuvo a más de 5 mil personas, mu-chas de las cuales siguen en la cárcel sin que hasta ahora se haya demostrado que una sola haya tenido conexión con cualquier forma de actividad terrorista.) No tapizaron de bombas a Marruecos. De ma-nera discreta incrementan la vigilancia po-liciaca sin el pánico nacional de una Alerta de Terror y con poca o ninguna interrupción de la vida cotidiana. Y eso que por geografía, demografía e historia (el sueño fundamentalista de recuperar Al Andalus) existe una probabilidad mucho mayor de otro ataque terrorista en España que en Estados Unidos.
Pero, por supuesto, la "guerra contra el terrorismo" en curso no se refiere en absoluto a salvar vidas: se refiere a mantener el poder en manos de una minúscula célula de ideólogos. A la usanza de todas las so-ciedades totalitarias, la camarilla de Bush, con unos medios masivos que la complacen con alegría, ha exagerado hasta la locura el poder del enemigo. Eso le ha permitido emprender una guerra en Irak que comenzó a planear mucho antes del 11/S y maquinar futuras invasiones, suspender las garantías constitucionales y desdeñar el derecho internacional para enriquecer a sus amigos y despreciar las opiniones de la mayor parte del mundo. Muchos estadunidenses a quienes les desagrada Bush votarán por él de todos modos en noviembre porque la campaña de marketing lo ha he-cho aparecer como el decidido comandante en jefe de "tiempos de guerra" que mantendrá "segura" a la nación. Se ha vuelto inútil tratar de alegar que la guerra al terror no existe, que la guerra de verdad en Irak nada tiene que ver con la seguridad de los estadunidenses en su patria, y que en el extranjero ha matado o baldado a más estadunidenses que el 11/S. Aún está por verse qué precio pagarán el país y el mundo por esta fantasía.
Un anónimo "alto consejero" de Bush declaró en fecha reciente al periodista Ron Suskind que personas como su entrevistador eran miembros de "lo que llamamos la comunidad basada en la realidad": los que "creen que las soluciones surgen del estudio juicioso de la realidad discernible". Sin embargo, explicó, "ya no es así como el mundo funciona. Ahora somos un imperio, y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad. Y mientras ustedes estudian esa realidad (...) volveremos a actuar, creando otras nuevas realidades, las cuales pueden estudiar también, y así es como las cosas se acomodarán. Somos actores de la historia, y a ustedes, todos ustedes, sólo les quedará estudiar lo que hacemos".
Esa puede ser la definición más clara hasta ahora de la doctrina Bush. Indignarse por particularidades -la masacre cotidiana en Irak, la tortura en las prisiones, la peor situación económica desde la Gran Depresión, los trucos e injurias de república bananera en la campaña electoral- es errar la cuestión. Ya no estamos en la "realidad discernible". En el segundo periodo, la única opción será hacer cola para recibir las medicinas y gozar de la Nueva Libertad. Como dice ahora Bush en todos sus discursos, "la libertad está en marcha".
* Poeta estadunidense. Ha publicado recientemente el libro de ensayos Written Reaction: Poetics, Politics, Polemics (Marsilio), y en México In-venciones de papel (Vuelta) y Una antología de la poesía norteamericana desde 1950 (Ediciones del Equilibrista). Vive en Nueva York.
© Eliot Weinberger Traducción: Jorge Anaya
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