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México D.F. Viernes 29 de octubre de 2004

Horacio Labastida

El suceso de Ciudad Juárez

Igual en la prensa que en la televisión, aparecieron las informaciones de lo ocurrido en Ciudad Juárez durante la gira que hizo el presidente Fox. Cuando la caravana se enfilaba al aeropuerto, un grupo de maestros y empleados se acercaron al titular del Poder Ejecutivo para manifestarle la inconformidad que los angustia por la posible privatización del ISSSTE y la pérdida de sus pensiones, regularmente magras y desde luego no compensatorias de sus esfuerzos en la administración. El Presidente intentó explicarles que no existía tal proyecto de privatización, palabras éstas que los exaltaron porque se sintieron engañados, aumentaron las protestas y llegaron a bambolear la camioneta presidencial. Afortunadamente las cosas no pasaron a mayores, mas lo notable es que en los ambientes oficiales no se haya expresado una profunda valoración del inaudito acontecimiento. La respuesta es la misma de siempre: se piensa que atrás hay personas maléficas que propiciaron el abucheo y desaprobación, y de inmediato exigieron el castigo penal de los atrevidos burócratas, con base en acuciosos y gruesos expedientes de cientos de hojas, acumuladas por la Policía Judicial; y han aparecido también exhortaciones a la gente para que respete la investidura presidencial, aspecto éste que un distinguido constitucionalista comentó de la siguiente manera. Cierto, los ciudadanos deben respetar al Presidente, pero también las autoridades deben respetar a los ciudadanos.

Citaremos algunos datos que pueden ilustrar la rebeldía registrada en el antiguo Paso del Norte. Durante la Guerra de los Pasteles (1837-1838), al contratacar a los franceses en Veracruz, una granada despedazó la pierna izquierda del comandante Santa Anna, miembro que de manera solemnísima resultó venerado en la ciudad de México, más o menos donde estuvo la vieja plaza de El Volador, y como el felón y nefasto personaje hirió los sentimientos populares al bloquear el progreso y apuntalar el retroceso, en una de tantas protestas el pueblo destrozó el monumento a la pierna de Santa Anna como acto de rebeldía contra las traiciones impuestas. Nadie se ocupó de las verdaderas causas de esos alarmantes síntomas. Santa Anna continuó disfrutando de falsos prestigios, vendió La Mesilla cuando se lo exigieron los estadunidenses, se autodeclaró alteza serenísima, y al fin la revolución de Ayutla lo expulsó de la vida pública hasta su muerte solitaria e indiferente, hacia 1876.

Lo mismo sucedió a Porfirio Díaz y a Alvaro Obregón. Un día de desfiles, el dictador marchaba por céntrica calle ante el aplauso de quienes lo rodeaban, cuando un personaje oscuro se lanzó en su contra, y lo echó al suelo en momentos en que los guardaespaldas lo detuvieron, fue declarado demente y oportunamente perdonado. ƑPor qué ocurrió el atentado? El anónimo personaje golpeado y sangrante exclamó de manera casi inaudible: "šViva la libertad!", y nadie reflexionó en que lo acontecido era un temprano anuncio del estallido revolucionario de 1910, opuesto al entreguismo político.

En la batalla de Celaya contra Pancho Villa, Obregón perdió el brazo que estuvo luego en el monumento de La Bombilla, y fue motivo de exaltaciones semejantes a las que se hicieron a la pierna de Santa Anna. Obregón se borró de la conciencia honesta del pueblo desde el asesinato de Venustiano Carranza y con motivo de los Tratados de Bucareli. Mientras Emiliano Zapata y Francisco Villa son parte integrante de la conciencia revolucionaria y nacional de México, Obregón y Calles figuran entre las vergüenzas del país. Nunca pensó Plutarco Elías Calles, jefe máximo de la Revolución, a partir de diciembre de 1928, que el ilustre diputado potosino Aurelio Manrique lo describiera con una palabra. Después del asesinato de Obregón y durante su último informe presidencial, Calles pidió poner punto final al caudillaje prevaleciente y conducir a México hacia una vida institucional. Al terminar estas palabras, con voz fuerte Manrique exclamó: "šFarsante!" Calles repitió su lectura después de levantar la mirada al público, y al concluirla otra vez se escuchó la voz potente de Manrique: "šFarsante!" El juicio se vio confirmado muy pronto. Luego de la derrota del movimiento vasconcelista (1929), la era pelelista fue inaugurada por Ortiz Rubio y concluida en la época de Abelardo Rodríguez, e inmediatamente después intentó detener la revolución cardenista antes de caer en la abyección de 1936.

La grave dependencia económica, antinacional e injusta en que nos hallamos es el efecto de la política imperial y neoliberal que se nos ha impuesto en el último decenio, contado a partir de 1994, y las gentes que gritaron y empujaron la camioneta del presidente Fox reflejaban sin duda sentimientos morales y nacionales muy profundos, porque se aperciben menoscabados dos paradigmas sustantivos del ser del mexicano: su arraigo radical al derecho de autodeterminación y su voluntad de establecer en México una civilización justa. Liberación y equidad son los deseos expresados aquella mañana en Ciudad Juárez ante el presidente Fox.

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