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México D.F. Viernes 29 de octubre de 2004
Liliana Galaviz narra cómo la golpearon
y ultrajaron agentes judiciales
La CEDH de Jalisco intervino dos días después
del arresto de altermundistas
Realizan jóvenes protesta en Gobernación
y demandan el indulto para 15 presos
JAIME AVILES / Y II
Hoy
se cumplen cinco meses de la sórdida mañana del 29 de mayo,
cuando la joven fotógrafa regiomontana, Liliana Galaviz López,
detenida por los granaderos en una calle de Guadalajara el día anterior,
fue sacada de la Cruz Roja de aquella ciudad y trasladada a un sótano
donde muchos jóvenes más estaban tirados en el suelo; a los
hombres, recordó en la primera parte de su testimonio publicado
ayer, los golpeaban continuamente a patadas, mientras las muchachas intentaban
dormir, aunque no todas lo conseguían.
Liliana lo ignoraba, pero se encontraba en los sótanos
de la Dirección de Seguridad Pública del Estado de Jalisco,
y los detenidos estaban separados por su origen: aquí los de Monterrey,
acá los de Guadalajara, más allá los del Distrito
Federal y, en un rincón, los extranjeros. Poco a poco, todos fueron
escoltados hacia el auditorio del edificio, donde los sometieron a una
nueva división: los extranjeros serían expulsados del país
de inmediato; los mexicanos, en su gran mayoría, se irían
libres, sin cargos; y los demás, alrededor de 50, pasarían
a la Procuraduría de Justicia del Estado. Liliana quedó en
ese último grupo.
"Por tener una venda en la cabeza y un parche en el ojo
derecho, suponen que estuve en el enfrentamiento. Incluso me señalan,
comparándome con fotos que ellos tienen: '¡aquí está,
aquí está!, es la del palo, es la de las cadenas, es la del
pasamontañas'. El caso es que me va cayendo el veinte y comprendo
que, como ellos dicen, ya me chingué."
La regresan al sótano. Con otra mujer, de nombre
Alicia, y siete hombres más, la transportan a la sede de la procuraduría
en la calzada Independencia, donde una doble fila de judiciales en ropa
de faena recibe al grupo a patadas.
A Liliana y a Alicia las introducen a un cuarto; a los
hombres continúan golpeándolos sin piedad. "Me llevan a declarar
y sólo me preguntan si soy 'de las buenas'; como lo niego, vuelven
a gritarme '¡perra, puta!' y no sé qué más",
suspira, y agrega: "Nos sacan de allí y nos suben a la camionetilla
blanca en que nos trajeron; ellos (los muchachos) están asustados,
uno empieza a llorar. Para no caer en lo mismo me repito: 'fuerza, fuerza,
fuerza', pero cuando llegamos al nuevo destino y se abren las puertas de
la jaula, uno de los chavos dice: '¡No!, es el MP de la calle 14,
aquí nos van a meter una putiza, aquí son bien perros'. ¿Más?,
pienso yo."
Herida con traumatismo craneano, Liliana es obligada a
cargar las cosas de sus compañeros y por el camino a la celda, igual
que al resto, la golpean otra vez. En un espacio lúgubre y asfixiante,
la colocan de pie y de cara contra la pared. "Veo de reojo cómo
se doblan quienes son golpeados en las costillas, oigo los gritos de gozo,
las risas (de los judiciales): '¿querían venir a hacer su
desmadre?, pues van a conocer el calorcito de Jalisco', se burlan. Yo tengo
mareos, más mareos, me caigo. Quiero que ya me golpeen, es una desesperación,
un miedo que crecía más y más. Y, por fin, ¡pum!
Duele, pero sé que lo que empieza tiene que terminar. El torturador
me dice: 'como a mi vieja no le puedo pegar, ¡a ti sí, ja-ja-ja-ja!'.
Sin embargo, se apiada de mi cabeza vendada, pero el dolor es doble pues
tengo espalda y nalgas tapizadas por los macanazos y patadas del día
anterior."
Alicia entra en su defensa: "Ya no le peguen, está
toda pálida". El recurso funciona. Liliana y su compañera
son llevadas a otro cuarto donde encuentran a Elsa y Haydee, altermundistas
presas como ellas. "Necesito agua y tomo del lavabo que sabe a mil carajos",
dice. Pasan muchas horas más de gritos, pánico, dolor, calambres,
hasta que alguien la llama. Ya es de noche, ha cumplido 24 horas sin comer.
En otro cuarto le quitan la bata de la Cruz Roja y policías antimotines
uniformados la tocan por doquier y la hacen declarar lo que a ellos se
les pega la gana. Luego la fichan y le toman huellas dactilares.
La obligan a pasar toda la noche de pie. El domingo en
la mañana la regresan a la procuraduría, con muchas y muchos
más. Al atardecer, la Comisión Estatal de Derechos Humanos
de Jalisco interviene -¡48 horas después!-, le hace un examen
médico; en la madrugada la llevan a la Cruz Roja, pero no la revisan
por falta de equipo médico. La regresan a la procuraduría,
ya es lunes, y horas después la internan, como detenida, en un cuarto
del Hospital Civil, donde permanecerá cinco días. Cumplido
ese lapso, la internan en el penal de Puente Grande, donde siete días
después la dejan en libertad condicional después de pagar
50 mil pesos "por las torturas físicas y sicológicas que
recibí", reflexiona indignada.
Ahora Liliana debe ir cada siete días a firmar
en el libro de reos de Puente Grande, pero vive consagrada a la lucha por
la liberación de 15 de sus compañeros que siguen tras las
rejas de aquella prisión; tres de ellos cubrieron ya la fianza que
les impusieron los jueces, pero no han podido pagar la "reparación
de daños". Los 12 restantes no tienen derecho a libertad bajo fianza
porque les añadieron el delito de robo, calificado como grave; uno
de ellos es sordomudo y ni siquiera asistió a la marcha del 28 de
mayo.
Ayer, ante las oficinas de la Secretaría de Gobernación,
en la calle Bucareli, aproximadamente cien jóvenes anarquistas,
con atuendos y peinados punk, se manifestaron contra la represión
en Jalisco, el castigo a los torturadores y el indulto a todos los presos
y procesados, pero únicamente fueron oídos por cientos de
granaderos de la Policía Federal Preventiva, que prestaron poca
atención a sus desesperadas palabras contra la "democracia" en tiempos
del "gobierno del cambio" que hace cuatro años prometió Vicente
Fox.
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