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México D.F. Viernes 22 de octubre de 2004

John Berger

(Diez comunicados del aguante ante los muros)

Eso que no se pregunta/ III y última

Seis

Las peores crueldades de la vida son sus injusticias asesinas. Casi todas las promesas están rotas. La aceptación que muestran los pobres ante la adversidad no es ni pasiva ni resignada. Es una aceptación que atisba tras la adversidad y descubre algo innombrable. No es una promesa, porque (casi todas) las promesas se rompen; es más bien una especie de corchete, de paréntesis en el flujo irremisible de la historia. La suma total de estos paréntesis es la eternidad.

Esto puede plantearse desde otro lado: en esta tierra no existe la felicidad sin anhelo de justicia.

La felicidad no es una búsqueda, uno se topa con ella, es un encuentro. Casi todos los encuentros, sin embargo, tienen una secuela; ésta es su promesa. El encuentro con la felicidad no tiene secuela. Todo está ahí, al instante. La felicidad perfora las penurias.

Pensábamos que no había nada más en este mundo, que todo había desaparecido hace mucho. Y si fuéramos los últimos, Ƒpara qué seguir viviendo?

Fuimos a ver, dijo Allah. ƑHabía alguna otra persona por ahí? Queríamos saber.

Chagataev los comprendió y preguntó si esto significaba que estaban convencidos de la vida y que ya no insistirían en morir.

Morirse no tiene caso, dijo Cherkezov. Morir una vez, bueno, puede uno pensar que es útil y necesario. Pero morir sólo una vez no te hace entender tu propia felicidad -y nadie tiene la oportunidad de morir dos veces. Así que morir no te lleva a ningún lado.4

siete

Mientras los ricos bebían té y comían cordero, los pobres estaban a la espera de algún calorcito, y de que las plantas crecieran.5

La diferencia entre las estaciones del año, la diferencia entre el día y la noche, el sol y la lluvia, son vitales. Es turbulento el flujo del tiempo. La turbulencia hace que los tiempos de vida se acorten -de hecho y subjetivamente. La duración es breve. Nada se prolonga. Esto es una plegaria, pero también un lamento.

La madre lamentaba haber muerto y haber forzado a sus hijos a llorar por ella; si hubiera podido, habría seguido viviendo por siempre para que nadie sufriera por su causa, para que nadie desgastara, por su culpa, el corazón y el cuerpo que ella les diera al nacer... pero la madre no había podido aguantar la vida por mucho tiempo.6

La muerte ocurre cuando la vida no tiene ya un solo jirón qué defender.

ocho

...era como si estuviera sola en el mundo, liberada de la felicidad y el sufrimiento, y quiso bailar un poco, de inmediato, y oír música, y tomarse de la mano con otras personas...7

 

Los pobres están acostumbrados a vivir en proximidad cercana unos con otros, y esto crea su propio sentido espacial; el espacio no es tanto un vacío sino un intercambio. Cuando la gente vive apiñada, cualquier acción que alguien emprenda tiene repercusiones sobre los demás. Repercusiones físicas inmediatas. Todos los niños aprenden esto.

Hay entonces una incesante negociación espacial que puede ser cruel o considerada, conciliadora o dominante, espontánea o calculada, pero que reconoce que un intercambio no es algo abstracto sino un acomodo físico. Sus elaborados signos o gestos de lenguaje son una expresión de ese compartir físico. Fuera de los muros colaborar es tan natural como luchar; las bribonadas son frecuentes, pero la intriga, que implica tomar distancia, es algo raro.

La palabra privado tiene una resonancia totalmente diferente de ambos lados del muro. De un lado denota propiedad; del otro, reconocer la necesidad temporal de alguien, de que lo dejen a solas por un rato. Dentro de los muros todo sitio es rentable -cada metro cuadrado cuenta. Fuera, como todo lugar corre el riesgo de volverse ruina, vale cualquier rincón de refugio.

El espacio de las opciones es también limitado. Los pobres escogen tanto como los ricos, tal vez más porque cada decisión es más tajante. No existen catálogos de colores que ofrezcan alternativas entre 170 matices diferentes. La opción está cerrada entre esto o aquello. Con frecuencia esto se hace vehementemente, porque entraña la negación de lo que no se escogió. Cada decisión es muy cercana al sacrificio. Y la suma de decisiones es el destino de una persona.

nueve

Sin desarrollo (la palabra se escribe con D mayúscula, como artículo de fe, muros adentro) no hay seguridad. No existe un futuro abierto ni asegurado. El futuro no se aguarda. Y no obstante, hay continuidad; cada generación se vincula con otra. Es por eso que hay un respeto hacia la edad de las personas, pues los viejos son la prueba de esta continuidad -o incluso la demostración de que hubo un tiempo, hace mucho, en que existía el futuro. Los niños son el futuro. El futuro es la lucha incesante por ver que tengan suficiente para comer y la posibilidad azarosa de aprender, con la educación, algo que los padres nunca aprendieron.

Cuando terminaron de hablar, extendieron sus brazos mutuamente. Quisieron ser felices de inmediato, ahora, sin esperar a que su futuro y celoso trabajo les trajera una felicidad general o personal. El corazón no admite demoras, enferma, como si no fuera posible creer en nada.8

Aquí, el único regalo del futuro es el deseo. El futuro induce el brote del deseo en sí mismo. Los jóvenes son más flagrantes en su juventud que dentro de los muros. Este regalo es como un don de la naturaleza en toda su urgencia y suprema reafirmación. Las leyes de la comunidad y de lo religioso siguen vigentes. De hecho, en medio del caos, más aparente que real, estas leyes se vuelven reales. Y con todo, el silencioso deseo de procreación es incontrovertible y avasallador. Es el mismo deseo que buscará comida para los niños y luego buscará, tarde o temprano (mientras más pronto, menor) el consuelo de fornicar de nuevo. Este es el regalo del futuro.

diez

Las multitudes tienen respuestas a preguntas que nadie formula, y la capacidad de sobrevivir a los muros. Hoy en la noche, sigan con dos dedos la línea de su pelo (de ella, o de él) antes de dormir.

John Berger (1926) escritor, pintor y filósofo inglés, es uno de los narradores que más han profundizado en las minucias de la vida campesina, su tránsito a las ciudades y su exilio en las urbes como obreros y subempleados. Su famosa trilogía Puerca tierra, Una vez en Europa y Lila y Flag, publicadas por Alfaguara, son una muestra de su visión de la gente como seres empeñados en defender, sus ámbitos vitales con singular entereza, ante un mundo que les tiene destinada su desaparición. Invocar a Andrei Platonov como en este texto, es resaltar a una figura muy importante dentro de la literatura rusa (o soviética), prácticamente desconocido en castellano. Según Natalia Kornienko, una de las estudiosas de su obra, Platonov "conservó los rasgos clásicos de la literatura rusa del siglo xix, es decir, el deseo de trascender la literatura en la convicción de que existe un misterio en la vida que puede transmitirse mediante la narración". Esta es la misma convicción que alienta a John Berger al intentar dilucidar los motivos profundos del impulso de narrar entre la gente común, y de cómo las historias son una arma poderosa de la resistencia ante el horror (N. del T).

4 Soul. Op cit.

5 Soul. Op cit.

6 The Fierce and Beautiful World. Tradu-

cido al inglés por Joseph Barnes. New

York Review Books, 200.

7 The Fierce and Beautiful World. Op cit.

8The Fierce and Beautiful World. Op cit.

 

Traducción: Ramón Vera Herrera

© John Berger

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