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México D.F. Jueves 21 de octubre de 2004

Orlando Delgado Selley

Debate sobre el crecimiento

Cada día parece más difícil que los posibles contendientes para 2006 puedan iniciar la exposición ordenada de lo que proponen al país. Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas lo han hecho, pero los otros permanecen a la espera de que el candidato más popular sea impedido a participar. En ese eventual momento, probablemente puedan considerar útil explicitar sus puntos de vista sobre política económica, las reformas estructurales inconclusas y las prioridades presupuestales de su posible gobierno. Si eso ocurriera se evidenciaría que ni entre los aspirantes panistas ni entre los priístas, ni tampoco entre ambos, hay diferencias verdaderas. La contradicción existe entre la propuesta de López Obrador o de Cárdenas y los neoliberales, sean panistas o priístas.

En el debate económico, alejados de las grabaciones y los videos, de las tomas de la Cámara de Diputados y de los arrebatos presupuestales, dos textos han centrado los temas. Hace dos meses, Pedro Aspe publicó una conferencia que había dictado ante un grupo de empresarios con el sugerente título de "El futuro económico de México" (Este País, núm. 161, agosto 2004) y este mes se publicó el artículo de Jaime Ros y José Casar "ƑPor qué no crecemos?" (Nexos, núm. 322, octubre 2004). En ambos materiales se analiza la situación económica y se propone un conjunto de medidas que permitirían reanudar el crecimiento de la economía.

El diagnóstico, aunque similar, se apoya en distinta evidencia. Para Aspe la evolución económica muestra claroscuros: avances importantes en la reducción de la inflación y de las tasas de interés y graves retrocesos en el crecimiento económico y del empleo. Se muestra información para los últimos seis años, buscando contrastar los éxitos zedillistas con el fracaso foxista. Ros y Casar ilustran el decepcionante desempeño de nuestra economía con el dato del producto per cápita: entre 1940 y 1981 lo hizo en 3.2 por ciento anual, mientras que entre 1982 y 2003 el promedio anual fue 0.6, aunque la comparación relevante es con los años entre 1990 y 2003 en los que apenas creció 1.2. Por eso, este último periodo puede caracterizarse como de estancamiento con estabilidad.

Un asunto relevante es el reconocimiento de que la estabilidad de precios y un déficit fiscal manejable son importantes. El debate no radica en abandonar el control de la inflación ni en incrementar el gasto público indiscriminadamente. No se trata, pues, de responsabilidad contra populismo. Eso está bien para que se diviertan en foxilandia. Aquí el asunto está entre aceptar como conditio sine qua non del crecimiento las reformas estructurales y un arreglo único de precios relativos clave (tasa de interés, tipo de cambio y salario real), o bien entender que existen combinaciones de estos precios favorables al crecimiento que pueden mantener el control de precios y que las reformas por sí mismas no garantizan crecimiento.

Por ello hay propuestas políticas macroeconómicas distintas. La política monetaria tiene que sostener la búsqueda de la estabilidad sólo si favorece al crecimiento. Esto implica evitar sistemáticamente la sobrevaluación cambiaria en momentos recesivos, lo que llevaría a una actuación anticíclica de la propia política monetaria. En el manejo fiscal, la idea de mantener un déficit fiscal cercano a cero a lo largo del ciclo resulta marcadamente procíclico. El gobierno del Partido Socialista Obrero Español y su principal funcionario económico, Pedro Solbes -feroz guardián del déficit fiscal menor a 3 por ciento del producto para los países de la Unión Europea cuando fue comisario económico-, han planteado que ese déficit es razonable a lo largo del ciclo no como un compromiso anual. Entender esto permitiría usar a la política fiscal a corto plazo.

La mejora de la competitividad de la economía no pasa solamente por igualar los precios domésticos de la energía con los internacionales. Requiere la creación de infraestructura provista por el gobierno, lo que ratifica la importancia de un manejo fiscal flexible, así como ampliar la competencia en el sector bancario y en telecomunicaciones. Además, como señalan Ros y Casar, para elevar el crecimiento potencial de la economía deben reducirse las disparidades regionales. Ello generaría un impulso fundamental al crecimiento.

Así las cosas, poco se avanza si combatimos fantasmas y reducimos la discusión económica a buenos y malos. Debatamos seriamente lo que requiere la economía, al margen de descalificaciones de candidaturas. De otro modo, la alternancia sólo habrá servido para enterrar a la naciente democracia.

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