México D.F. Miércoles 20 de octubre de 2004
Primera función de Los 24 preludios
de Chopin y El grito del mundo, en el DF
Chouinard propone una de las vivencias más gratas
e intensas del Cervantino
Lenguaje de vanguardia, genialidad, osadía y
proclama de gozo en sus dos coreografías
KENA BASTIEN M. ESPECIAL
Atreverse a coreografiar los 24 preludios de Chopin, y
lograrlo con magnificencia, raya en la divinidad, la genialidad o en la
osadía. Marie Chouinard posee, pues, un poco de todo esto, como
también lo poseía Chopin. No hay otra manera de explicar
esta obra de arte coreográfica.
Resulta impresionante cómo Chouinard logra trascender
la forma musical para captar su esencia y traducirla a un lenguaje dancístico
y visual claro, conciso y a la vez de un lirismo y de una belleza propias
de un poeta maldito.
Una
cascarita de futbol, como telón de fondo, expresa el remolino de
notas del tercer preludio que acompaña la melodía chopiniana
que sólo dura 52 segundos; un dúo en el que una mujer encarna
lo que podría ser un ave que desfallece de amor o tal vez de éxtasis
traduce el vigésimo tercer preludio en otros tantos segundos.
Solos, dúos, tríos y conjuntos más
complejos se turnan para evocar la esencia de los 24 preludios mediante
un lenguaje de vanguardia al que Chouinard agrega sentido del humor, sensualidad
y dramatismo.
Todo es perfección en las coreografías de
esta canadiense que otrora causaba escándalo y revuelo: no falta
ni sobra ni se improvisa un solo movimiento, y cada uno de los integrantes
de la compañía es, definitivamente, un(a) virtuoso(a).
Además de la belleza kinética y musical
de esta obra, el vestuario, realizado por Liz Vandal, resalta por su sencillez
y originalidad. La iluminación, de Axel Morgenthaler, juega un papel
vital en la creación de ambientes y el trazo de figuras, y da el
toque final de exquisitez a la ya de por sí bellísima coreografía.
Le cri du monde (El grito del mundo), segunda
coreografía del programa, es totalmente distinta. Imagínense
el ruido que hace el planeta dentro del cosmos, el ruido de todo lo que
hacemos los humanos, los animales, los elementos: el tronar de las capas
geológicas, el siseo del viento, el rugir de las olas, el crepitar
del fuego, el murmullo de billones de pasos; la energía misma que
nos habita y que pone todo en movimiento.
Algo semejante imaginó Chouinard cuando se dispuso
a crear este grito que va creciendo, transformándose, pasando de
la voz al cuerpo; grito de gozo, guerra y desesperación, pero nunca
de desesperanza. Un grito que al final se corta, como se corta la luz:
instantáneamente.
Dinámico trazo de cuerpos
Hay quienes han visto en El grito del mundo seres
y bichos extraños, o bien interpretado sentimientos apocalípticos
y primitivos, pero no es así. Se trata de una labor mucho más
sesuda: composición y descomposición compleja de estructuras
anatómicas que la iluminación esculpe y destaca.
Marie indaga en la anatomía, los nervios, las glándulas,
el código genético. Y de esta indagación surge el
trazo dinámico de cuerpos que, como velas, se encienden unos a otros
cargándose de vida y dinamismo.
Cuando el comienzo del grito se anuncia, entra en juego
el movimiento de grupo. Los cuerpos vibran como vibra la voz; se retuercen
y desencajan de maneras increíbles, creando en el espectador sensaciones
intensas que la música electroacústica de Louis Dufort y
la voz de los bailarines agudizan. No ir sería un pecado. Porque
sería negarle a los sentidos una de las experiencias más
gratas e intensas del trigésimo segundo Festival Cervantino.
Funciones hoy, mañana jueves y el viernes a las
20 horas en la sala Miguel Covarrubias (Insurgentes sur 3000).
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