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México D.F. Jueves 14 de octubre de 2004
Miguel Marín Bosch*
Más secretario que general
Hablar de la sucesión del secretario general de Naciones Unidas se antoja prematuro. Kofi Annan concluirá su segundo mandato de cinco años el 31 de diciembre de 2006. Semanas antes se elegirá a su sucesor. Sin embargo, al igual que en México, el calendario electoral de la ONU se está adelantando. Los autodestapes ya han empezado y, contrario a lo que aconsejaba Fidel Velázquez, podría ser que si uno no se mueve ahora no saldrá después.
Hace unas semanas el ministro de Relaciones Exteriores de Indonesia anunció que sería candidato para suceder a Annan. Su razón de peso fue que le corresponde a Asia y que él sería un representante de los musulmanes moderados. ƑDesde cuándo influye la religión, por moderada que sea, en una elección a secretario general? Otro autoproclamado candidato es Surakiart Sathirathai, ministro de Relaciones Exteriores de Tailandia, quien recientemente obtuvo el respaldo de los 10 países que integran la Asociación de Naciones del Sureste Asiático, que, por cierto, incluye a Indonesia.
ƑPor qué un asiático? Porque desde hace más de 30 años existe un acuerdo no escrito de que la secretaría general de la ONU se iría turnando entre los distintos grupos regionales. Europa occidental la ocupó de 1946 a 1961 y luego de 1972 a 1981; Asia de 1961 a 1971; América Latina y el Caribe de 1982 a 1991, y Africa desde 1992. Parecería que le corresponde, una vez más, a Asia. Sin embargo, más que su origen geográfico, es la capacidad de la persona lo que debería ser el factor determinante. Los secretarios generales han tenido un desempeño muy desigual.
El papel del secretario general ha sido motivo de un debate constante entre los miembros de la ONU. La Carta lo describe como ''el más alto funcionario administrativo de la organización'', y es nombrado por la Asamblea General a recomendación del Consejo de Seguridad. Su elección, por tanto, está sujeta a la aprobación explícita de los cinco miembros permanentes de ese consejo. He ahí la clave para comprender cuán reducido es su margen de acción en la organización.
Obviamente no todos los miembros de la ONU comparten esa visión del papel del secretario general. Podría decirse, inclusive, que la gran mayoría desearía que él o ella fuese una persona más enérgica y con más iniciativa. Pero el veto en el Consejo de Seguridad, y la renuencia explicable de sus miembros permanentes a ceder parte de sus privilegios, han hecho que el puesto recaiga en personas poco dispuestas a tomar iniciativas contrarias a los intereses de algún miembro permanente.
Los que han ocupado el cargo de secretario general han sido nacionales de Noruega, Suecia, Birmania (ahora Myanmar), Austria, Perú, Egipto y Ghana. El nombramiento del noruego Trygve Lie (1946-1952) obedeció a la fuerza de los países de Europa occidental dentro de Naciones Unidas, pero no se hubiera dado una vez iniciada la guerra fría. En 1950 su designación fue renovada por la asamblea de manera poco ortodoxa (sin pasar por el Consejo de Seguridad) por un periodo de tres años. Pero, debido a la oposición soviética, se vio obligado a renunciar sin terminarlo. Antes de asumir el cargo, había sido dirigente sindical en su país.
Sus sucesores, en cambio, han sido cinco diplomáticos de carrera y un funcionario público internacional. El sueco Dag Hammarskjöld (1953-1961) trató de imprimir al cargo un dinamismo y una autonomía que fueron duramente criticados por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. La crisis del Congo en 1960 sirvió para definir los límites del papel del secretario general. En diciembre de ese año y ante la parálisis del Consejo de Seguridad, Hammarskjöld anunció que él mismo se haría cargo de la fuerza de paz establecida por el consejo. Ese anuncio fue duramente criticado por varios miembros de la ONU. La Unión Soviética aconsejó a Hammarskjöld que prestara atención a la voz de los gobiernos y de los pueblos en lugar de irse por la libre.
Desde entonces los secretarios generales han sido mucho más cautelosos. Si bien U Thant (1961-1971) y Pérez de Cuéllar (1982-1991) buscaron atender la voz de los pueblos, a la postre tuvieron que hacer lo que Waldheim (1972-1981) hizo mejor que nadie: prestar mayor atención a la voz de los gobiernos y, muy particularmente, a la de los cinco miembros permanentes. U Thant y Pérez de Cuéllar se retiraron voluntariamente tras dos periodos de cinco años. En cambio Waldheim buscó un tercer mandato pero no pudo relegirse en 1981, debido a la oposición de China.
Durante todo su mandato, Pérez de Cuéllar tuvo que hacer frente a Estados Unidos. Primero porque el presidente Reagan alentó al Congreso de Estados Unidos a adoptar una actitud sumamente crítica hacia la ONU, atizada por los ataques feroces de organizaciones ultraconservadoras, como la Heritage Foundation. Ello condujo al Congreso de Estados Unidos a cortar buena parte de los fondos que ese país estaba obligado a pagar a la ONU. Y en segundo lugar, porque el presidente George Bush decidió recurrir a la ONU, en 1990, para lograr que la comunidad internacional autorizara el uso de la fuerza militar para sacar a las tropas iraquíes de Kuwait.
Durante décadas los países africanos habían buscado abiertamente el cargo de secretario general. En 1971 esa campaña se intensificó tras la selección de otro europeo. Dos lustros más tarde apareció un candidato latinoamericano que rompió el impasse en el Consejo de Seguridad. En 1991, cuando fue necesario encontrar al sucesor de Pérez de Cuéllar, muchos pensaron que sería una persona muy cercana a Estados Unidos, quizá hasta un europeo. Sin embargo, los países africanos insistieron en que el nuevo secretario general fuera nombrado de sus filas. Bernardo Chidzero, de Zimbabwe, tuvo mucho apoyo en el consejo, pero no logró el de Estados Unidos. Boutros Ghali (1992-1996), en cambio, sí lo obtuvo.
Egipcio de nacimiento y francés de formación, Ghali se esforzó por sacar a la ONU de su crisis financiera. Pero sus reformas y su estilo de gobernar no fueron del agrado de Estados Unidos y en 1996 vetaron su relección. Los países africanos se movilizaron para asegurar que otro africano lo sucediera y así ocupar el cargo durante dos periodos, como había sido la práctica desde U Thant. Y, pese a cierta renuencia de Francia, lo consiguieron en la persona de Kofi Annan, un funcionario del sistema de Naciones Unidas, quien, a la sazón, era el encargado de las operaciones de mantenimiento de la paz.
La gestión inicial de Annan (desde 1997) fue tan exitosa, sobre todo en sus relaciones con el Congreso de Estados Unidos, que en 2001 fue relecto unánimemente seis meses antes de que terminara su primer mandato. Además, ese año obtuvo, junto con la ONU, el Premio Nobel de la Paz, la misma distinción de la que en 1961 había sido objeto de manera póstuma Hammarskjöld. La ONU parecía haber recuperado su prestigio en la opinión pública mundial, incluyendo Estados Unidos. Sin embargo, en los pasillos de la ONU se especula que, para asegurar su releción, Annan tuvo que acceder a varias peticiones de Estados Unidos, entre ellas, despedir a la señora Mary Robinson (encargada de los derechos humanos) y a Jayantha Dhanapala (subsecretario para asuntos de desarme). Todo tiene su precio. *Ex subsecretario de Relaciones Exteriores y presidente de Desarmex, AC
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