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México D.F. Miércoles 13 de octubre de 2004

José Steinsleger

Botana populista

Adjetivo despectivo multiuso y comodín político de connotaciones ambiguas y confusas, el término "populismo" irrumpe periódicamente en la escena latinoamericana para cuestionar las expresiones destempladas del discurso ideológico (gritar, por ejemplo), y los eventuales peligros que el orden dominante considera lesivo a sus intereses.

Alguien empezó con el rollo. No me refiero a Lenin, claro, con perdón de los empecinados en extrapolar la polémica del maestro con los "populistas" en la Rusia dostoievskiana. En América Latina, el ir y traer del vocablo arrancó cuando el sociólogo ítalo-argentino Gino Germani empezó a hablar de las "democracias de participación restringida" (Política y sociedad en una época de transición, Paidós, Buenos Aires, 1962).

Por izquierda y derecha, el gremio se enganchó: Fernando Cardoso y Enzo Faletto (Desarrollo y dependencia en América Latina, 1968); Francisco Weffort (Clases populares y desarrollo social: contribución al estudio del populismo, 1970); Octavio Ianni (Populismo y relaciones de clases en América Latina, 1972); Guillermo O'Donell (Modernización y autoritarismo, 1972); Helio Jaguaribe (Crisis y alternativas de América Latina: reforma o revolución, 1973); Torcuato di Tella (Clases sociales y estructuras políticas, 1974); Ernesto Laclau (Hacia una teoría del populismo, 1980) y Agustín Cueva (El desarrollo del capitalismo en América Latina, 1981), entre los más consultados acerca del tema.

El espacio disponible no da para comentar el abanico de enfoques y matices de las obras referidas. Con todo, un denominador común: el infructuoso esfuerzo para entender el impacto político de la crisis capitalista mundial de 1929, en la formación de movimientos antimperialistas y nacionalistas, históricamente heterogéneos y complejos.

En el periodo estudiado (1930-80), la "glosolalia" funcionalista dejó hoyos profundos. Riquísimos y suscitadores fenómenos sociales que merecían algo más que la pedantería analítica, fueron interpretados en espacios de cubículo y cubilete que de espaldas a la realidad política (Ƒpopulista?), respondían a lo académicamente correcto.

Se puede, en efecto, echar mano a "cualquier" diccionario para averiguar qué se entiende por "populismo". ƑCuál? Ninguno de sus autores coinciden. Sin ganas, el de la Real Academia, dice: "perteneciente o relativo al pueblo". El de María Moliner, agrega: "que pretende defender los intereses de la 'gente corriente' (sic), a veces demagógicamente (doble sic)".

El de Ciencias Políticas, de Andrés Serra Rojas (UNAM/FCE, 2001) sólo se detiene en el populismo ruso. En ficha de Ludovico Incisa, la 13Ű edición del Diccionario de política, de Norberto Bobbio, habla de "liderazgo de tipo carismático", citando como fuente referencial el apócrifo La razón de mi vida, de Eva Perón (1953), lo que suena a tomadura de pelo.

De los movimientos calificados de "populistas" sólo quedan retazos: el APRA (Perú), el varguismo brasileño, el PRI (México), el MNR (Bolivia), AD (Venezuela), el velasquismo (Ecuador), el peronismo. No obstante, la invencible fauna que así los bautizó, continúa en operaciones.

ƑPor qué en un abrir y cerrar de ojos el término "populismo" ha vuelto con vigor? ƑTendrá que ver con el grito militar de "šAtención!", pegado en el Congreso de Estados Unidos por el general James Hill, jefe del Comando Sur, el 28 de marzo del corriente? "Amenaza emergente", dijo Hill, ante la presencia combativa de lo que el Pentágono llama "populismo radical", como quien dice "terrorismo al acecho".

Los intelectuales a la violeta y la fauna política de derecha fue al pie de Hill. Pero en lugar de otorgarle crédito, echó mano a un "estudio" de Naciones Unidas elaborado en Chile, con lenguaje propio: 58 por ciento de los latinoamericanos encuestados se habrían pronunciado a favor de un "gobierno autoritario", a cambio de solucionar los problemas socioeconómicos.

Sin reparar en la magnitud del dato, y con el desprecio de quienes no tienen necesidad de "libertad" porque les alcanza para el teléfono y la luz, una legión de comentaristas se arrancó los pelos, lamentándose del inminente retorno al "populismo" y del "subdesarrollo político" de nuestros pueblos (šcaray! Ƒpor qué no somos como en España?).

Una vez más, se equivocaban. El dato del PNUD, debatido en varios países y tomado como cierto, fue error de imprenta y tuvo que ser corregido: 38 por ciento, y no 58 por ciento.

No sólo el "orden dominante" anda despistado. Si el vocablo de marras permite a los moradores del piso superior defenderse de quienes cuestionan los atropellos del capitalismo salvaje, los del piso inferior creen que el "populismo" pervierte el ideal de los cambios químicamente puros.

Ambas posiciones, endosan a los pueblos lo que es de ellas: el culto de doctrinas políticas carentes de teoría, y otras divagaciones funcionalistas de importación, mal empaquetadas.

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